lunes, 1 de diciembre de 2008

El drama de los 33


Hace unas horas, aprovechando que he llegado al Cusco, cansado de un pesadísimo viaje y que la noche se me haga infinita sin hacer nada, leía un artículo respecto del valor que la imagen personal ha adquirido dentro de las relaciones humanas. Diversos ponentes exponían conceptos muy diversos pero, finalmente, llegaban a una severa conclusión: hoy, si en el sentir de los orientales la vejez es sinónimo de nobleza, para los occidentales, osea nosotros, resulta algo así como una muerte terrenal, un infierno que debemos asumir en vida y no cuando estiremos la pata y sepamos quien nos da cabida sea San Pedro o Luzbel.

¿Y por qué se me ha ocurrido comentar esto?, pues porque, este, y, umm, bueno… carijo, debo reconocer que me ha entrado mucha preocupación por mi acceso a una edad que hace unos años miraba con la indiferencia propia de un tipo que gozaba siendo activo, alto, ligero, algo atractivo y sobretodo, se sentía efectivamente muy joven. En cambio hoy, me veo al espejo y mientras mi frente se agranda y los pantalones me ajustan, unas leves patitas de gallo se forman en el rabillo de mis ojos y los cachetes se redondean como bizcochos serranos al tiempo que la balanza me advierte que la digestión se hace lenta porque hace rato que pase los 30!…

Y entonces, me pregunto, ¿a que rayada se la habría ocurrido decir que pasado la base tres los hombres se ponen más interesantes? Nooooo! ¡Cremas hidratantes y bloqueador solar por favorrr!