miércoles, 30 de julio de 2008

Odio los feriados (largos, sobretodo)

Es 29 de julio a las 6.51 p.m., me encuentro en la casa de mi padre y también de mis correrías infantiles y juveniles, justo frente al artefacto que más afecto le profeso, la laptop, con los dedos echados sobre el tablero en posición de garras. El motivo es que, casi al cierre de un prolongadísimo feriado largo y superados, por el momento, los desesperantes agobios de mi labor en la nueva compañía en la que me desempeño – recién retorné a Trujillo tras ocho horas de manejar una moderna pero dura camioneta durante toda la noche- he podido entregarme al análisis del saber que razones derivan en que cada feriado, y desde que no tengo una pareja formal, me invade tanta tristeza.

Diría, incluso, que, al margen de un par de horas de fútbol, odio los fines de semana, feriados normales y mucho más aún los famosos feriados largos. De sólo pensar que pronto llegarán y suponer que será motivo de las más bellas circunstancias entre parejas que viajarán juntos a lugares turísticos, programarán románticas jornadas de paseo, baile, cine, vacaciones cortas, diversión, reconciliaciones o cualquier otra condición en honor a Eros, me dan ganas de llorar. Sí, aunque parezca cursí eh.. . Y allí, claro está, se posa la cuestión de mis nostalgias.

Duele reconocerlo pero es así. Si hasta en Jaén –de donde retorné- me he cruzado los últimos tres días con muchas parejas foráneas y nativas que, abrazadas, tomadas de la mano, sentados en una banca, tirados sobre el césped o empiernados en una camioneta viajera pero todas felices, me hacían sentir un solitario y estúpido comunicador social de sombrero verde objeto de burla.

Y es que, en fin, ya son más de dos años desde que, aunque con novias en el camino sí, nunca he vuelto a sentir esa emoción sublime de compartir un día libre o fines de semana cortos o largos con esa mujer que amas. Así sea sentados en la última butaca pegada al baño de un incómodo cine de pueblo joven, viajando en la peor carcocha rumbo a un pueblito serrano o echados sobre la cima de una verde montaña selvática en un día de cálido sol y de aves que trinan, siempre incomparables.

Un favor en este último renglón madre: mientras ella no llegue, ya no más feriados cortos o largos, no seas malita pues…

martes, 15 de julio de 2008

Añoranzas...


En los últimos días, sin quererlo, he vuelto bruscamente a continuidades que desde hace varios años ya no realizaba. Aceptar invitaciones a programas radiales y de televisión para comentar coyunturas noticiosas –deportivas, claro está- además de reiniciar una columna de opinión en un diario local me sumergió de nuevo en ese mundo que tantas alegrías me dio y abrace desde muy pequeño pero que, por esas intrincadas rutas que ha veces te depara el destino, debí dejar hace un tiempo.
Volver a opinar, hacer respetar mi criterio, sentir la atención de cientos de personas y sobretodo, saber que lo que uno expone es escuchado o leído con atención, me trajo añoranzas, melancolías dentro de un humano tan amigo de la nostalgia.

“Hola Rigo (seudónimo para Oswaldo Rivasplata que utilice para firmar artículos durante algunos años), como estás a los tiempos que te vemos por acá, ¿volviste a la radio?”, me preguntaba Augusto Ballena, un longevo comentarista deportivo que de mucho tiempo no veía y se me cruzó en la cabina 4 del estadio Mansiche. Otra, más emotiva incluso, doña Rosa, me saludaba con efusividad en la puerta Sur del mismo escenario mientras cocía sus casi legendarios anticuchos a una muchedumbre que abandonaba el recinto alegre por el triunfo del Mannucci. “¿Cómo le va amigo, a los tiempos diga?, ya no lo he escuchado en la radio, Don 'Pocho' siempre viene por aca oiga”?, proseguía, recordándome a Carlos Balarezo, un colega con quien compartí programas deportivos por varias temporadas.

Pero si de emociones se trata lo que el popular Culay –un antiguo utilero de clubes trujillanos- y un desconocido boletero de la puerta 8 del Mansiche me expresaron luego que intentaba explicarle que había olvidado mi antiguo carné de periodista deportivo, rayó con el llanto: “¿Que te olvidaste el carné?, no se preocupe usted señor, aquí lo conocemos hace tiempo, pase nomás, adelante”

Así, gracias a caprichos del tiempo que me absorve las energías en mi actual labor, en las últimas cuatro semanas he acudido al estadio más veces que en los dos años recientes y he comentado en la radio en múltiples ocasiones. Pero, mejor aún, he sentido un placer y comodidad tal que me recuerdan mis ocho años de andanzas entre noticias, cables informativos, pantallas de tv, cabinas de radio, teclados y redacciones, pero además mis sueños de niño y pelota al pie: ser periodista deportivo. Y entonces, me pregunto, consciente que la corriente es fuerte: ¿cuándo volveré?