miércoles, 29 de julio de 2009

¡No malogren mi casita por favor!


No pocas veces estamos, agobiados por circunstancias diversas, obligados a adoptar decisiones que nos cuestan una eternidad. Algunas como resignarse a que ya no nos aman y emprender nuevos caminos, otras reconocer que esas zapatillas que tanto nos gustan ya hasta cambiaron de color de tanto lavarlas y nos apretan como nadie en nuestro pies talla 43, o asumir que las patas de gallo se asoman en nuestros rostros decadentes por más que estiremos los pómulos como chicle mascado. Determinaciones que, como el abrazo materno, no podemos soslayar.

Hace tres días, tras mucho librar en la búsqueda de alquilar mi casa nueva, pude conseguir un cliente ciertamente fiable. Un par de jóvenes representantes de una empresa de capacitación de personal que con pinta de sinceros y serios, María y Alvaro, me convencieron a cederles por tres meses – como acuerdo inicial- mi hermoso lar de dos plantas y azotea. Una estructura de cemento que representa mucho más que un simple bien inmueble para un escriba tan sensible como depresivo: un pedazo de mi vida, un cúmulo de sueños dorados, esfuerzos enormes y sacrificios prolongados iniciados desde adolescente.

Empero, un corazón de cemento que, forzado por las normas de mi padre - ese carismático pero terco ancianito que ni por Sofía Loren es capaz de cambiar su residencia en un barrio criollo a la urbanización Palmas del Golf-, debí poner en alquiler antes que el desuso y abandono la conviertan en una casa de estructuras nuevas, cómodas y estéticas pero triste, muerta.

Ojalá nomás que Alvaro y toda su comitiva, a veces jóvenes ansiosos de juerga y relajo, a veces serios maestros de mirada adusta y discurso serio, no me la maltraten. Por lo pronto ya rompieron un cuadro de pared, que espero, no sea un mal presagio. ¡Y es que ni 500 dólares mensuales o todo el oro del mundo valen más que mi casa, asi sea pequeña como la del Chavo del Ocho, pero mía!

martes, 21 de julio de 2009

Feliz aniversario, Satélite

Hace unos días leí un emotivo testimonio de César Clavijo a propósito de un nuevo aniversario del vespertino Satélite. Y no pude evitar las nostalgias cuando el ‘negro’, con esa limpieza que acostumbra, recordaba pasajes vividos en ese ‘huarique’ de auténtico periodismo añejo de 5 x 20 metros ubicado en el segundo piso de la casona de los Cerro Cebrián y que hoy, con suma justicia, envidiable orgullo y mucho de bohemia, celebra 40 temporadas como líder en ventas de periódicos en La Libertad.

Allí, y para no salirme del contexto deportivo que esta columna exige, con muchas amanecidas de por medio y entre fotos de blanco y negro de ´Cuchala’ Larios, Antuco Frontado, Moacyr Pinto, ‘Tato’ Meléndez, Pedro Horna, Jorge Pacheco y Diana Uriol, otras coloridas de Juan Caballero, ´Calín’ Delgado, Walter Terrones y Karen Zapata, el carácter risueño de ese notable fotógrafo de deportes que fue don Jorge Rocca, las singularidades de ‘Fermor’ y los gritos desaforados de don Víctor Hugo Paredes cada vez que el área de Impresión nos acosaba y la entrevista en contraportada no se terminaba, consolidé mi cariño por el periodismo deportivo.

Fue hace más de 10 años cuando pise su suelo de madera manchada y me incorporé a su hermandad, cinco desde que busqué nuevos rumbos. Y ese tiempo, lejos de atenuar el recuerdo hacen nítidas esas antológicas discusiones de callejón y mucha comedia entre el Director, el ‘Flaco’ Rocca y don Gilberto Reyna, el carácter entre duro y afable pero siempre conciliador de doña Carmencita, las columnas de don Elder Lázaro y, vaya lujo, esa adrenalina que los mayores libros de Restrepo evocan pero que solo en Satélite se siente tan claro y contundente como el mejor golpe del recordado ‘Romerito’: la emocionante tensión por el cierre de edición cada medio día. Que los cumplas feliz. Hasta la próxima.

(Lo escribí hoy, para la edición del miércoles 21 del diario La Industria. Me trae muchas nostalgias este diario. Quise compartirlo contigo)

jueves, 9 de julio de 2009

El abrazo del hijo de Dios



Madrecita, aquí tienes lo que te prometí. Y por favor, ayúdanos a superar de una vez por todas este problema que tanto nos agobia. Te adoro viejita...

Hace unos días caminaba hacia una empresa de transportes con el objetivo de comprar un pasaje hacia Chiclayo. En el camino decidí pasar por la esquina que forman la avenida España y San Martín, zona donde labora un humilde y noble obrero con malformaciones físicas y retardo mental que me genera enormes emociones.

Al trigueñito de cuerpo amorfo, andar rengo, mirada triste y sonrisa a flor de labios le he prodigado mis mayores afectos: hasta una hervidora de agua destinada a mi padre le obsequié una vez, en un arrebato de cariño cuando, con deprimente esfuerzo, intentaba limpiar la luna delantera de mi auto sin resultados felices. En otra ocasión papá se quedó sin comer un pote de mazamorra y, en una más, una casaca nueva de color negra tuvo como destino sus agrietadas manos.

Esta vez quería conocer más de él, saber su nombre, cuantos años tenía, donde vivía y quienes eran sus padres. ¡Y qué emoción tan sublime cuando lo ví reír al verme a lo lejos! ¡Que me haya reconocido y abrazado cual viejo amigo!

“Hola, ¿como estás?, ¿cómo te llamas?” le pregunté acomodándole su sucia gorra roja con visera hacia atrás. Y sólo recibí sonidos guturales, muecas indescifrables y sí una clara señal con la mano derecha para acompañarlo. Caminamos unos metros y su dedo índice marcó un nombre escrito sobre la pared mostaza donde apoyaba sus trastes, contiguo a la puerta de una tienda de abarrotes. Se leía, con tiza borrosa y letras mayúsculas ordenadas en forma diagonal: JESUS. Como el hijo del Hacedor que salvó al mundo.

¿Jesús, ese es tu nombre ? le repliqué. ¡Sssshhh!, me respondió moviendo la cabeza de arriba hacia abajo mientras sonreía exponiendo una dentadura tan negra como destruida. Je..u.. A…bert..o.
“¿Y donde vives?” Y otra vez el brazo señalando a lo lejos. “¿Y qué edad tienes?”… tres dedos abiertos… “¿Tienes hermanos?”… cuatro dedos…

Así entendí que tenía 30 años, que sus padres trabajaban en otras zonas de la ciudad limpiando carros, que él se instalaba allí cada día desde las 2 de la tarde hasta las 8 de la noche intentando limpiar lunas y ganarse unos soles. Y que tenía cuatro hermanos… y que era un ejemplo de vida… un ángel terrenal…

“¿Y te acuerdas de mi?”... y la cabecita que se mueve de norte a sur y sus dientecitos roidos al aire y…vaya Dios mío, un abrazo esforzado, puro, celestial… que lo sentí como el de mi madre…

Chau, Jesús Alberto, Dios te bendiga…
Gracias Dios por darme tanto..