jueves, 9 de julio de 2009

El abrazo del hijo de Dios



Madrecita, aquí tienes lo que te prometí. Y por favor, ayúdanos a superar de una vez por todas este problema que tanto nos agobia. Te adoro viejita...

Hace unos días caminaba hacia una empresa de transportes con el objetivo de comprar un pasaje hacia Chiclayo. En el camino decidí pasar por la esquina que forman la avenida España y San Martín, zona donde labora un humilde y noble obrero con malformaciones físicas y retardo mental que me genera enormes emociones.

Al trigueñito de cuerpo amorfo, andar rengo, mirada triste y sonrisa a flor de labios le he prodigado mis mayores afectos: hasta una hervidora de agua destinada a mi padre le obsequié una vez, en un arrebato de cariño cuando, con deprimente esfuerzo, intentaba limpiar la luna delantera de mi auto sin resultados felices. En otra ocasión papá se quedó sin comer un pote de mazamorra y, en una más, una casaca nueva de color negra tuvo como destino sus agrietadas manos.

Esta vez quería conocer más de él, saber su nombre, cuantos años tenía, donde vivía y quienes eran sus padres. ¡Y qué emoción tan sublime cuando lo ví reír al verme a lo lejos! ¡Que me haya reconocido y abrazado cual viejo amigo!

“Hola, ¿como estás?, ¿cómo te llamas?” le pregunté acomodándole su sucia gorra roja con visera hacia atrás. Y sólo recibí sonidos guturales, muecas indescifrables y sí una clara señal con la mano derecha para acompañarlo. Caminamos unos metros y su dedo índice marcó un nombre escrito sobre la pared mostaza donde apoyaba sus trastes, contiguo a la puerta de una tienda de abarrotes. Se leía, con tiza borrosa y letras mayúsculas ordenadas en forma diagonal: JESUS. Como el hijo del Hacedor que salvó al mundo.

¿Jesús, ese es tu nombre ? le repliqué. ¡Sssshhh!, me respondió moviendo la cabeza de arriba hacia abajo mientras sonreía exponiendo una dentadura tan negra como destruida. Je..u.. A…bert..o.
“¿Y donde vives?” Y otra vez el brazo señalando a lo lejos. “¿Y qué edad tienes?”… tres dedos abiertos… “¿Tienes hermanos?”… cuatro dedos…

Así entendí que tenía 30 años, que sus padres trabajaban en otras zonas de la ciudad limpiando carros, que él se instalaba allí cada día desde las 2 de la tarde hasta las 8 de la noche intentando limpiar lunas y ganarse unos soles. Y que tenía cuatro hermanos… y que era un ejemplo de vida… un ángel terrenal…

“¿Y te acuerdas de mi?”... y la cabecita que se mueve de norte a sur y sus dientecitos roidos al aire y…vaya Dios mío, un abrazo esforzado, puro, celestial… que lo sentí como el de mi madre…

Chau, Jesús Alberto, Dios te bendiga…
Gracias Dios por darme tanto..

No hay comentarios: