lunes, 21 de marzo de 2011

Ese hincha...

Ey, carajo… ey, vamos, todos a atacar!, arriba, arriba!... al arco, arcoooo!

Y sus gritos se los lleva el viento… y nadie los recoge…

Sólo su ilusión de representatividad…

De ser parte en este sistema tan marginativo…

Y mueve los brazos como señal de disconformidad y se amarra la chalina como un entrenador de fama mundial…

Su físico es esmirriado y la ropa, oscura, sucia y vieja, parece ondearse sobre su piel..

Y hace sonidos guturales que nadie entiende…

Y busca robar mirada, una sola atención al menos…

Y posa sus manos sobre la baranda de cemento y observa al público…

Y, minutos, después, cansado, resignado, vuelve a su lugar… el frio asiento 158 de la parte más alta de la tribuna preferencial del estadio…

Sólo, él y su ilusión de ser alguien, aunque sea por un momento...

El loco, el hincha…

miércoles, 16 de marzo de 2011

Zapatitos tristes

Zapatitos tristes...

cuero gastado pero desatinado en un espíritu como el tuyo...

tan fiero ante la amenaza de agobio y tristeza...

Asi, amarrando, estirando la cuerda, echándole saliba incluso, dale la lucha...

nunca te dejes vencer, cálzatelos nuevamente y sigue caminando y pateando...

Finalmente, infante aún pero ya hasta lazarillo de tu creadora eres...

sus ojos y soldado en calles peligrosas y destinos enigmáticos..

Chiquilin con alma de guerrero cuajado...

Sergio. Zapatitos tristes. Pero no quebrados.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Peta, peeeeta...

Cabecita de panca de choclo....
Viene quemada, negra, pero no afecta tu lucidez...
Peeeta, peeta... queriendo esa cosita ploma que vota luces centellantes...
Tampoco hace mella en tu fortaleza física...
Y corres y saltas, y subes a la banca de cemento y bailas por el filo del cuadro mientras me sobresalto proyectando una cámara fotográfica hecha polvo...
Y pides sonrisas...
Y apretas el disparador...
Y te desatas de pura risa...
¿Me la devuelves?
No!... peta, peeeta pé...
Ja, ja, ja...
Cabecita de panca de choclo....

sábado, 5 de marzo de 2011

Gracias...


Hoy, que la  decepción me gobierna, apareces tú querida madrecita. Tú con ese aliento inquebrantable que me recoge y levanta... que me alcanza la mano última, el lazo agónico, para salvarme del foso. Nada, nada, puede plasmar mis sentimientos hacia ti, viejita linda. Ni siquiera estas líneas, que, hoy, quiero recordar...

Gracias por cada noche que, luego de tus labores como farmacéutica y retando a tu cansancio, te esforzabas por enseñarme las lecciones escolares.
Gracias por las reuniones anuales en la Juguería San Agustín cada fin de año que te entregaba un diploma de aprovechamiento en mi escuela.
Gracias por esa abnegada dedicación por los enfermos que cada día y a cada hora asistían a tu consultorio.
Gracias por preparar esas ricas tortas de harina en épocas de escasez de pan.
Gracias por levantarnos cada mañana y prepararnos para asistir a la escuela.
Gracias por correr despavorida hacia el cuarto que ocupaba junto a mi hermano cada vez que ocurría un temblor y abrazarnos para protegernos.
Gracias por comprarme mis primeros zapatos de fútbol, una noche que rompí en llanto por no tenerlos.
Gracias por ese espíritu extraordinariamente altruista a favor de los que no tenían, por obsequiarles las medicinas cuando sabías que el dinero no les alcanzaba.
Gracias por soportar el dolor y reír cada vez que te apretaba la nariz en son de cariño.
Gracias por promover el respeto y cariño hacia mis hermanos de padre.
Gracias por defendernos aquella noche que asaltaron la farmacia y nos apuntaron con una pistola.
Gracias por tus exquisita “Gallina entomatada”, el único plato que sabias preparar los domingos.
Gracias por mi bicicleta “Goliat”.
Gracias por soportar mis depresiones y rabietas.
Gracias por entenderme.
Gracias por estar siempre a mi lado…

Lo que se hace...

Hace unos años, hubo alguien a quien quise con el alma. No lamento nada de lo que pasé junto a ella. Hubo demasiados momentos hermosos como para caer en dramas.

Sin embargo, pasado un lustro, los recuerdos de ciertas malas actitudes me vienen como un golpe seco al rostro. Como esa salda de cuentas que a todos, en algún momento, nos viene. Y envueltas, que es lo paradojico, en las propias actitudes que tú, con tus despropósitos de veinteañero retrasado, propiciaste.

Eran épocas en que, sopenco, estancado en la adolescencia a causa de la pérdida de mi madre, los desafectos de mi padre y la falta de cariño (es mi tesis), me portaba como un irresponsable, terriblemente inmaduro.

Y no soportaba ningun error por más mínimo que fuese. Niño. Intolerante. Y quería imponer, camufladamente, mis decisiones al menos que las de ella me resultarán convenientes para mi. Chiquillo. O frustraba citas, diálogos o reuniones con justificaciones absurdas como jugar fútbol, ver una película, quedarme dormido. Infante. Me gustaba, incluso, demostrar falsa indiferencia, un desinterés que no sentía pero, bruto, mi espíritu pedía ante alguien que sólo sabía darme cobijo y respeto.
Ni sus pedidos de reflexión y reacción me hacían replantear, en algunos casos. En varios, su cariño incombustible sí tenía frutos. Igual, al margen de tantos y tantos momentos celestiales, en cierta época, fui muy torpe.

Hoy, lo recuerdo clarito, nítido.
Y es que lo que se hace, se paga.

martes, 1 de marzo de 2011

Para no sentirse mal


Hay momentos, lógicos, obvios, en que nos sentimos como una M.

En que ni salir a la playa, jugarse un partido de fútbol, comerse una parrillada gratis, recibir un regalo o, ni siquiera salir con la chica más bonita del salón, sirve. Y aquel que diga no, la pita que lo partió. Lo malo resulta cuando en esas circunstancias, tan incómodas, no encuentres en tu alrededor más consuelo que tu propia soledad.

Pero, carajo si el hacedor es grande y mi madre le mete más pellizcos que la gran siete. Pues yo, inefable, melancólico hasta el infinito y siempre afecto a sentirme como una M…, cada tanto recibo, de inmediato a esos ataques que parecen empujarme a coger el cuchillo filoso con que la empleada de mi casa corta la carne, muestras sublimes, estímulos celestiales, climax de cariño que, la verdad, no creo merecer.

Vienen cargados en los brazos de un indigente, sonrientes en el rostro de un niño que fue abandonado por sus padres, en el beso de una pequeña que lava carros cada mañana, en el abrazo sincero de una madre que se prostituye pero no ha perdido la gratitud sincera. En aquel adolescente que vive en Alto Trujillo y a veces se droga, pero, quiere ser periodista…. en marginados que no quieren perder la esperanza… hasta en amigos comunes, simples y silvestres que no dejan de demostrarte que tu paso terrenal no es intrascendente.

Y, gracias mil, gracias por evitar, madre, dios, que el sentirme como una M… me arrastre. Gracias por tanto, que, la verdad, no creo merecer.