domingo, 30 de marzo de 2008

¿Ya no cambias?

Hace unas noches me reuní con Anita, la disparatada arqueóloga de la UNT. Enterarnos de la desdicha laboral de un amigo común, además de desear compartir las nuestras propias, nos llevaron a una divertida reunión nocturna amenizada con una parrilla personal, media jarra de sangría y dos latas de cerveza. Y conversar con la chata me supuso reconocerme dentro de un mundo al cual me resistía a pertenecer pero debo decir, casi resignado, me siento inserto.

La loca Ana, tan sincera como extrovertida para decir lo que quiere sin temor a la censura, me enrostró lo que ya alguna muy querida ex pareja me advirtió: mi definido carácter voluble entre feliz y depresivo, mis intermitencias anímicas, mis constantes alegrías y permanentes ataques de crisis existencial que afectan tanto a quienes me quieren y me están llevando a una soledad amorosa que ya no soporto.

La enamorada de la "Vaca" (es el singular y nada masculino apelativo con que bautizó a su novio), además de confesarme sus añoradas travesuras en escenarios cubiertos de grueso humo, música dura y gente “ascendiendo”, me recostó sobre el improvisado diván – asiento de mi auto y describió el diagnóstico de mi dolencia espiritual: “eres un tipo muy cambiante, puedes estar muy feliz pero cada cierto tiempo te atacan tus depresiones y no puedes evitarlo, peor aún, a tu edad no vas a cambiar Oswaldo Rivasplata . Tienes que encontrar una mujer que sea consciente de eso, que sepa que necesitas tener un espacio en soledad para atender tus crisis emocionales y luego regresar”

Lo peor de todo, y tras haber tenido tantas oportunidades para demostrarme lo contrario, es que empiezo a creerle...

martes, 25 de marzo de 2008

Recuerdos...

“Estee, que planes para el fin de semana?, nada?, oye, estee, de repente podemos salir, están pasando una película muy buena en el Planet..” Hasta allí lo escuche clarito. Carlos, el flaco pelucón que habitualmente coincide con este incomprendido en mis eventuales asistencias nocturnas al gimnasio Forma, se desnudaba de sus temores y lanzaba sobre la bella Paquita sus ansiosos deseos de seducción y lujuria. Claro está, un perverso deseo maquillado bajo el velo limpio y blanco de un bonito y nervioso verso. Afane, aguaite, sondeo o mande en términos cholos, un fino cortejo en verso educado.

Tras el esforzado lance de mi amigo seguí con mucho sigilo la escena a través del enorme espejo frontal hacia mi: la flaca tragó saliva, lo miro al pobre cola de caballo como quien huele un bacalao de dudosa procedencia y…. atracó… o al menos esa fue mi impresión porque el flaco Carlos se despidió muy alegre y hasta le puso cuatro pesas más a su pobre sesión de carga con bíceps.

Así se conjugó una típica escena de flirteo al más puro estilo de novela setentera. Y así también, mientras descansaba de una serie de 40 esforzadas alzadas de triceps con mancuernas de 16 kilos, empecé a rebuscar hondas escenas en la trágica película de mi vida amorosa. Y no han habido ni muchos ni pocos de esos pasajes de cortejo, pero no por ello dejan de ser dignos de recordar algunos casos. Más aún si, considero, son los momentos más hermosos en cualquier proceso de vida en pareja. Después vienen la broncas, desentendimientos, rupturas y retornos...

Elvia. Atractiva e inteligente como ella sola... hacía buen tiempo que me había “marcado la placa” y no me daba cuenta. Cuando reparé en sus intenciones nunca supe como enamorarla hasta que una noche, entre baile y dos rones con cola, confesamos lo que sentíamos.

Yani. Aquí no hubo citas previas ni nada por el estilo. La rubia de figura de campeonato resultó más atrevida que monja en casa de citas y a la primera oportunidad que tuvo se me lanzó como futbolista a tiro de gol.

Karina. Como no recordarla. La conocí en una visita al colegio especial donde ella trabajaba. Cada partido dominical en el estadio Mansiche me enviaba mensajes de texto desde la tribuna occidente mientras cumplía mi trabajo como jefe de prensa de un club local. Por ese entonces tenía una linda relación y me resistía a seguirle el juego. Una noche, presa de mi depresión por haber cortado con JM, respondí a sus continuas propuestas. Era muy linda y frágil, pero tenía dos hermosos hijos que merecían algo mejor que un tipo con crisis existencial.

Jina, la linda docente resulta de los más lindos recuerdos que me deja mi paso por Sayapullo. Bella y noble pero disparatada como las yeguas de mejor sangre, darnos un primer beso supuso varias salidas, charlas y risas hasta que un cruce de miradas profundas en un taxi nocturno nos dio la complicidad que tanto buscábamos.

Angi. Sin desearlo nos encerramos en una pasión desenfrenada pero pura, transparente, en la que se cumplieron todos los procesos de manera estricta: conocernos, hacernos amigos, salir unas cuantas veces, confesarnos, querernos.

Lory, de data muy reciente. Se cansó tanto de esperar que tuviera la iniciativa que al menor descuido se guardó las diplomacias y me estampó un beso que hasta ahora recuerdo. Y bueno, era justificado, no disponíamos de mucho tiempo para pasarla juntos con mi recordada blanquita.

Zaira, amor de los más puros e inocentes, de adolescente. Nunca le robé un beso o siquiera un abrazo. Eramos escolares y saber que era amada en silencio por un querido amigo me obligó a borrar mis ilusiones a pesar que sentía su corazón palpitar cada vez que me miraba sonrientemente o cuando esperábamos el microbús de retorno a casa en el paradero habitual.

Dolly. Una noche de cielo estrellado en Huanchaco no pudimos resistirnos más. Fue muy rápido como sincero.

JM. Hasta el acto de conocernos fue digno del más hermoso de los cuentos. Caminábamos distraídos por los pasillos del edificio “D” en la Escuela de Comunicaciones de la universidad. Nos dimos tremendo golpe y una mirada que agradecieron nuestros corazones. la perseguí por medio año seguro que también me amaba. Me cansé de luchar y decidí apartarme. Ella, semanas después, me buscó y sorprendió con un tierno beso, una noche de fiesta estudiantil en la discoteca El Pueblo.

jueves, 6 de marzo de 2008

El heladero de Lucma


Es medio día en el silente Chuquillanqui. El sol cae abrazador, terrible, impío para un foráneo desacostumbrado. Mientras tanto, los nativos empiezan a llegar al local comunal del  caserío para dar comienzo a la reunión de cada mes, consentida para acuerdos importantes en la marcha de esta villa de 500 pobladores. Algunos agrupados y conversando, otros junto a sus hijos, uno que otro en solitario y hasta las madres deben cargar a sus criaturas y soportar el esfuerzo, sabedoras de que la cita mensual es obligatoria y quien se ausente la pueda pasar mal dadas las normas establecidas en la "Sandalia de oro" (significado quechua de Chuquillanqui) y los ronderos que la norman.

Y el sol que no cede un milímetro y hace urgente mojarse el rostro o la cabeza en el hilo de agua que atraviesa el pueblo y viene del río Chicama. Y los animales que se tiran bajo los árboles buscando una sombra piadosa o las aves que buscan ojos de agua sobre el seco terreno.
De repente, a lo lejos se empieza a escuchar el débil silbido de una corneta. Cual flautista de Hamelín adormeciendo y aliviando esta plaga no de roedores pero igual de abrumadora, insoportable, que se te pegotea la piel y moja hasta los calzoncillos. Y la gente sonríe cada vez en tanto el rítimico sonido aumenta, poco a poco. Es la evidencia del paso cansado de don Venancio Reyes. El viejo con su gorrita naranja y cajita de aluminio al hombro.

Entonces, la reunión dispersa, se desordena, para abrir paso al marchante longevo convertido  en inesperado protagonista, en singular aclamado dentro de un grupo ajeno al elogio. Y es que el viejo Venancio trae consigo lo que resulta una suerte de panacea al infernal calor de cada medio día en esa zona de Gran Chimú: los chupetes de hielo. “Déme dos altoque”, “quiero cuatro don Venancio, toda mi familia está metida en el local comunal”, “ tres chupetes maestro”, se mezclan las voces entre decenas de campesinos que rodean al risueño anciano.
Yo, cauto, “ simplemente quiero uno”, le solicito, una vez que la muchedumbre le ha dado una pausa. “Y de fresa eh”, reitero, lo necesario para ganarme su confianza y prolongar la charla.

“Tengo 71 años y vivo en Trujillo pero conozco estas tierras mejor que mi casa; todas las semanas vengo y me quedo cuatro o cinco días vendiendo mis chupetes. Y no me quejo, la venta es buena por eso viajo desde Florencia de Mora porque allá hay mucha competencia”, me asegura. Y el marcianero de surcado rostro y manos agrietadas no anda lejos de la verdad: en estas tierras lo conocen hace más de 20 años cuando, cajita al hombro y corneta soplando, empezó a recorrer los 16 caseríos ubicados en el distrito de Lucma, en lo alto de la provincia de Gran Chimú. Su periplo se inicia cada lunes a las 5 a.m. cuando sube al bus de Transp. Kurrungo - en el distrito La Esperanza- que lo llevará, vía Cascas, hasta el caserío Nueve de Octubre. Desde allí inicia largas caminatas por Chuquilllanqui, Alcantarilla, Punguchique, Baños Chimú, San Felipe, Simbrón, Jolluco y varias villas más hasta llegar al día jueves, hora del retorno a su casa y la obligada recarga de productos.

“A veces se me ´aguantan´ unos (chupetes) y me quedo hasta el viernes. La cosa es que nunca regreso hasta venderlo todo. Felizmente, cada miércoles el Kurrrungo me trae un lote de 400 unidades que me sirven para nuevamente llenar el cuadrado”, explica el natural de Huamachuco y padre de cinco hijos. Todos “profesionales exitosos; el mayor es abogado y trabaja en la Corte Suprema, la menor también es abogada y tiene su propia oficina y casa y carro; pero a mí no me gusta ser un mantenido, me gusta vender mis chupetes y tener mi 'platita' pá vivir tranquilo con mi ´vieja´, mi querida esposa Juana”, exclama, como asegurándose que lo vamos a escuchar mientras se limpia la vieja y raída camisa celeste y ajusta las descuartizadas zapatillas de lona, prueba inequívoca de una pobreza que - y este es el enorme mérito del ejemplar heladero lucmino- nunca le ganará la batalla por una vivencia digna. Por supuesto que no, don Venancio. Y véndame otro 'marciano' que ni calato aguanto este calor...