sábado, 18 de octubre de 2008

¿¡Todavía no tienes hijos!?



Probablemente a quienes superan la base tres les pasa comúnmente. Más aún si en su normal entorno habitan algunos sobrinos pequeñines de irresistible encanto y decenas de adultos coetáneos que cargan niños en brazos y que, si no nos relatan con entrañable gozo el placer de tener hijos, nos enrostran a cada rato esa deprimente pregunta: "¿tienes hijos o todavía?" , "¿ya eres padre o aún no?"

A mi me pasa de tanto en tanto y la verdad, cada vez me resulta más complicado asumirlo sin que el desconsuelo y las nostalgias por parejas con las que me hice extremas ilusiones paternales me aborden. Y continuamente me pregunto cual será la razón de esta necesidad casi angustiante y tan repentina también. ¡Si hasta hace unos años de sólo pensar en hijos me ocasionaba ahogamientos! Y las respuestas abundan, pero no atino a saber cual será la verdadera.

Y bueno, por el momento me consuelo con darle algunos caprichos a mis sobrinos -como Alejandrita, la hija de mi hermano mayor, Manuel- o intentar ver en algún humilde niño que se me cruza en el camino al hijo que, espero, algún día tendrá que soportar a un padre medio loco. Sólo espero, mientras esa hora llega, no seguir encontrando esos amigos de mucho tiempo que te ametrallan con esas preguntas tan inoportunas "¿carajo, que todavía no tienes hijos oye?"

viernes, 3 de octubre de 2008

Testimonio triste


Hace varias jornadas que no me siento frente a este blog. Es más, tampoco pensaba hacerlo hoy. Sin embargo, navegando dentro del mar de información noticiosa de la internet como hago cada mañana, salté a una ventana de testimonios de un bloguero peruano y leí un relato que sentí tan cercano a mi como la zanahoria al conejo. Esta historia plasma la tristeza abundante que sufre el tipo por no encontrar el amor. Relata que su clímax depresivo lo alcanzó el día que la mujer de su vida le confesó, en un intento de él por conciliar, que ya tenía nuevo novio y le devolvía sus objetos amorosos más simbólicos: una foto, un libro de poemas y una camiseta estampada con el rostro de ambos. Vaya tragedia.

Hoy, él continúa buscando esa pareja de fantasía que perdió en Ana Lucía. Pero sin suerte. Y cada vez que descubre un nuevo fracaso, los recuerdos de esa noche de despedida de su doncella eterna terminada con llantos incontenibles en una banca de un parque limeño a horas de madrugada, lo asaltan.

En mi caso, la historia es parecida. Sigo pensando que perdí a una mujer de otra latitud, que hubiera significado sino la mejor esposa del mundo sí una compañera ejemplar para un tipo tan inestable, que con ella nunca hubiera debido preocuparme por los valores que recibieran mis hijos o la fidelidad de sus acciones. Pero también sé que las decisiones de mi madre son siempre atinadas. Y que si JM no está conmigo es porque ha sido lo mejor para ambos.

Sin embargo, no dejo de ser golpeado por las depresiones del amor y esas me trasladan inevitablemente a su hermoso recuerdo. Y caigo en un infierno sin fuego, pero oscuro, donde vago a tientas y creyendo encontrar salidas que luego resultan trampas hacia el vacío. Ni saber que dejó de ser la dama tierna, angelical y solidaria alcanzan para el consuelo. Ni tampoco reconocer que dejé de amarla. Vaya tragedia.