miércoles, 19 de mayo de 2010

Debería estar feliz...


Que ironías. Debería estar estar feliz. Debería sonreír hasta el llanto o saltar hasta el desgarro por haber encontrado, casi inmediato a una relación tan tortuosa, alguien que, con sus defectos claro está, me da la paz que hace mucho no encontraba.
Irreverente, espontánea, aprendiz de cocinera y muy comprensiva, Vicky me acuesta sobre un sofá de terciopelo en un tren de medianoche: lento pero calmo, seguro. Debería soñar todo el tiempo ante su mirada enamorada y su apoyo incondicional, sonreír cuando me abruma de confianza y entiende mis quehaceres.
Pero, que ironías, no puedo. “Te quiero niña pero no” dice la letra de una canción de Alejandro Sanz. Al menos ahora, no.

Su dedicación casi de madre, su cariño incombustible, no alcanzan. Y es que por más grande que el océano sea o mas infinito el universo, nada subsanan esa nostalgia que, vaya paradojas, no es una tristeza tampoco, me envuelve tras lo que mis ojos han leído. Se me va, con pruebas formales en municipio limeño, se me va. Y no tengo ímpetus para lucharlo.

Resignación, consuelo o una satisfacción vestida de melancolía, lo que vivimos me huele al sol de tarde en el océano o luna en su clímax: mágico mientras duró… pero, sin fuerzas que lo prolonguen, debe acabar y renovarse. Por el bien de ambos.

Y lo acepto, porque mi egoísmo no puede ganar la lucha o negar el derecho de ser feliz. Porque quien amó de verdad sólo busca la felicidad de ese ser especial: con uno o sin mí. Y porque, paradojas, gracias a Dios y mi madre, no es tristeza lo que siento. O en todo caso, mi pena no es lo suficientemente sentida como para alterarme.

Que seas la mujer más feliz del mundo y formes la familia más hermosa mi mayor recuerdo de amor.

Y la luna se aleja, apagándose ante un nuevo amanecer. Un despertar que, espero, me encuentre vivo, dispuesto a querer sin remilgos sabiendo que las ataduras del pasado ya casi se cortan.