viernes, 29 de enero de 2010

Bendito perol

“El trujillano de hoy solo piensa en divertirse y dormir”, dijo, tan fresco como atrevido y sincero, Alfredo Alegría, en una reciente entrevista que leí en el diario La Industria. El tipo es un reconocido crítico de arte y contestatario al régimen de opulencia y falso glamour que mucha de la alta sociedad trujillana quiere imponer en la Capital de la Cultura ahora más que nunca, cuando mi ciudad se convierte en una metrópoli, en una urbe cosmopolita, en una amasijo de centros comerciales, hordas populares, bulla, vehículos atorados, inseguridad y mucha indiferencia social como consecuencia del enorme crecimiento económico que soporta.

Este señor de frondoso bigote y gorrita tipo Bareta asegura, obviamente en un término muy genérico, que Trujillo se está copando de gente bruta, que sólo quiere hablar de la moda y del último carro de la Peugeot, que ríe cuando todos lo hacen pero nadie entiende porque, de grupos que necesitan cada vez más figuretismo, fotos, y saberse vistos en los eventos más conocidos pero tienen el intelecto más atrasado que Hugo Chávez. Una ciudad como Comala, la de Pedro Páramo, poblada pero muerta.

Y dentro de esa suerte de plaga de hipocresías, pomposidad y estatus vacío que la inunda hay una actividad que, no lo dice pero lo siente, se lleva las palmas: el baile del Perol. Un tono que tiene mucho de alegría y sana diversión sí, pero demasiado de banalidad y mentira. Aquí la hipocresía y posturas, tan comunes de la alta sociedad moderna, se visten como ángeles. Un desaguisado de risas, fotitos y gente apretada donde hasta los políticos que más se odian deben abrazarse y darse besos. Una fiestita que, suponen los materialistas, concentra lo mas chick de la sociedad trujillana y que por tanto, es pecado no asistir así no tengas para pagar tus deudas, siempre hables mal de los Burmester y rajes del abandono del Club Libertad – sede de la fiesta. Lo que importa es estar en la foto.

Y es tal el grado de insensatez que considero, sume a quienes validan el dichoso evento de gente apiñada y ataviada totalmente de blanco que, en la heroica intención de no sacrificar su éxito este año, sus organizadores han tenido la feliz idea de ¡destruir un coliseo deportivo para ampliar la pista de baile!

Lo observé ayer, cuando ingrese al recinto para ubicar a mi hermano mayor, quien administra un restaurante dentro del lugar. Del hermoso coliseo multideportivo que cobijo a tantos niños y adultos por muchos años solo queda una porción de gradería que emerge cual pared trunca del flamante piso cuadriculado de cemento. Ignorancia burda. Y muy pocos, casi nadie en la alta política y mas media local, dice esta boca es mía. Es que es el Baile del Perol pues, la fiesta chick de la sociedad trujillana y miles de soles en auspicio publicitario. A donde van, perro pericote y gato con ansias de sentirse pitucos por un momento. Al lugar que muchos acuden en nombre de la sencilla marinera, pero nunca se dan el tiempo para asistir a una sola fecha del torneo de la danza de bandera nacional.

Es que allí donde se compite, en el coliseo Gran Chimú, sólo se presentan los humildes, esos que de verdad aman el baile del poncho, vestido largo y la seducción elegante pero están negados de asistir a eventos de 130 soles la entrada y niños en el entorno lavando carros por cincuenta céntimos en honor a una hermosa muestra folclórica nacida para ser popular. Por eso aplaudo a Rina, mi gran amiga: "este año no voy, un coliseo deportivo vale mucho más que bailar por una noche"

viernes, 1 de enero de 2010

Cada diciembre...



El instituto Ghestalt de Lima, según un estudio que publicó recientemente, asegura que es diciembre el mes en que más depresiones y suicidios se generan. Y dentro de las razones que esgrime hay una que, considera, tiene mayor peso: las fiestas navideñas.

Pero el análisis – esto si que me preocupa- además no dista, en sus conclusiones, de muchos otros que en diversas partes del mundo se han hecho del mismo fenómeno. Osea, que la gente que sufre de esa vaina que llamamos depresión – yo no, felizzzzzmente- , tiende a agudizar ese mal sentimiento cuando, caminando por las calles de una ciudad cada vez más tugurizada, ve tanta gente contenta, ventanas coloridas, árboles adornados de bolitas rojas y nieve y un gordo barbón vestido de rojo que ríe cachacientamente y cual disco rayado jo,jo, jo, mientras una música que alude a pastores de ovejas que viajan Belén a ver a un niño de nombre Jesús suena intensa y te llega hasta tu órgano más íntimo.

Y bueno, siempre me he preguntado porque me pongo triste en estas épocas y creo, ahora que leí ese informe, me acerque a la respuesta. El consuelo, si se puede llamar así, es que no somos pocos a quienes nos sucede, pero si son muchas otras las razones que van más allá de sufrir de ciertos ataques de nostalgia. Esta es la tesis de un tipo que pretende ser versado y culto y muere en el intento: siendo navidad la época que mayores felicidades concentra y en el pensamiento colectivo así se asume, aquellos – que son un montón- que han sufrido serias decepciones siempre las recordarán con mayor intensidad cuando llega la fecha más importante del vasto mundo católico y todo parece bonito. Osea, se juntan los polos opuestos, el momento de mayor dolor al de mayor felicidad. Y ojo, que hay un psicólogo que apoya mi teoría. Lo malo es que no recuerdo su nombre.
Que bueno que ya es 1 de enero…