Es 29 de julio a las 6.51 p.m., me encuentro en la casa de mi padre y también de mis correrías infantiles y juveniles, justo frente al artefacto que más afecto le profeso, la laptop, con los dedos echados sobre el tablero en posición de garras. El motivo es que, casi al cierre de un prolongadísimo feriado largo y superados, por el momento, los desesperantes agobios de mi labor en la nueva compañía en la que me desempeño – recién retorné a Trujillo tras ocho horas de manejar una moderna pero dura camioneta durante toda la noche- he podido entregarme al análisis del saber que razones derivan en que cada feriado, y desde que no tengo una pareja formal, me invade tanta tristeza.
Diría, incluso, que, al margen de un par de horas de fútbol, odio los fines de semana, feriados normales y mucho más aún los famosos feriados largos. De sólo pensar que pronto llegarán y suponer que será motivo de las más bellas circunstancias entre parejas que viajarán juntos a lugares turísticos, programarán románticas jornadas de paseo, baile, cine, vacaciones cortas, diversión, reconciliaciones o cualquier otra condición en honor a Eros, me dan ganas de llorar. Sí, aunque parezca cursí eh.. . Y allí, claro está, se posa la cuestión de mis nostalgias.
Duele reconocerlo pero es así. Si hasta en Jaén –de donde retorné- me he cruzado los últimos tres días con muchas parejas foráneas y nativas que, abrazadas, tomadas de la mano, sentados en una banca, tirados sobre el césped o empiernados en una camioneta viajera pero todas felices, me hacían sentir un solitario y estúpido comunicador social de sombrero verde objeto de burla.
Y es que, en fin, ya son más de dos años desde que, aunque con novias en el camino sí, nunca he vuelto a sentir esa emoción sublime de compartir un día libre o fines de semana cortos o largos con esa mujer que amas. Así sea sentados en la última butaca pegada al baño de un incómodo cine de pueblo joven, viajando en la peor carcocha rumbo a un pueblito serrano o echados sobre la cima de una verde montaña selvática en un día de cálido sol y de aves que trinan, siempre incomparables.
Un favor en este último renglón madre: mientras ella no llegue, ya no más feriados cortos o largos, no seas malita pues…
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