jueves, 7 de agosto de 2008

Lucho, el loco... y yo


Hay ocasiones en que quisiera estar al margen de mi conciencia. Que, abrumado por las responsabilidades laborales, esclavo de en un sistema al que no me adapto y, peor aun, preso de un ser desbordado en devaneos, melancolías y búsqueda de su alter ego afectivo, quisiera olvidarme de todo. Vivir sólo yo y mi circunstancias. Sin obligaciones, sin sesiones de trabajo y agendas recargadas, sin pagos de fin de mes o viajes cansados, libre, loco… como Lucho, el singular orate que conocí en "Hawai"…

El caserío, cuya geografía está muy lejos de compararse con la paradisiaca isla pero que en calor humano bien podría sacarle varios cuerpos de ventaja, se ubica a una hora de Jaén, en un desvío dentro de la ruta que une esta ciudad con San Ignacio. Allí llegué a bordo de la fiel camioneta Toyota Hi Lux y el firme volante del gordo Raúl, el ingenuo cómplice de mis estrategias en toda esa cálida zona cajamarquina.

Y no teníamos ni cinco minutos dentro de la comunidad cuando se nos acercó el perturbado de marras. Cual oficial receptor de las visitas más burguesas, de pantalones descuartizados y amarrados a la cintura con una deshilachada soga, zapatos negrimarrones y pelados como un perro sarnoso, nos saludó con excesiva diplomacia, me miró como quien analiza un buen plato de carne y, tras algunas cavilaciones que ya mataban mi paciencia y mi incrédula mirada, dio la venia para estacionar nuestra camioneta a un costado de la losa deportiva donde se realizaba el certamen motivo de nuestra visita.

A esas alturas el recinto estaba atestado de gente así que, metidísimo en su ilusa responsabilidad de 'jefe de seguridad' del evento, el enjunto de vieja camisa celeste y gorra cubierta de barro seco no dudó un instante en repartir golpes con su improvisada cachiporra - un viejo tubo de PVC - para abrir el espacio que requeríamos mientras reía con excesivo sarcasmo a cada cachiporrazo que se mandaba.

Lucho tiene una mirada dócil y triste sobre una piel tostada a causa del inclemente sol y marcada por el paso inexorable de los años. Sus manos y brazos, negros, están cubiertos de escamas producto de una enfermedad dermatológica que, según los lugareños, asimiló a consecuencia de dormir en una covacha cerca al corral de chanchos del pueblo. Esa afección y su obvio desequilibrio sicológico que traslada con un caminar patuleco y una risa permanente, son las únicas informaciones objetivas que se tienen de él en el pueblo. Después nadie sabe a ciencia cierta como apareció por esos lares.

Dicen que un día, hace dos años, amaneció por el lugar y nunca más se fue, que tiene 40 años o más, que a ratos llora como sufriendo por la nostalgia. Quizá en "Hawai" sólo prolonga una etapa oscura iniciada quien sabe cuando, quizá alejándose de trágicas escenas, quizá huyendo de una realidad espantosa, quizá frustrado por no lograr su sueño de policía y portar una original cachiporra y un uniforme impecable, quizá rehuyendo de una responsabilidad que no desea y lo volvió chiflado o, quizá, porque no, lo volvió libre y menos triste … Como quisiera estar loco, a veces…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lindo, bello, hermoso...

Una persona que te admira.