sábado, 30 de agosto de 2008

Mamata


“He tenido que dedicarme los pocos días de mi estancia aquí a ordenar la situación, ponerme al día en muchos aspectos legales, ver a mis pequeños… disculpame amigo por no haberte llamado, pero tu sabes que te recuerdo siempre y junto a mi hijo mayor valoramos lo que has hecho por nosotros…. te quiero mucho compadre, suerte en todo”

Que poca oportuna forma de despedirse de dos tipos que tanto han remado juntos… cuanta nostalgia acumulada en solo cinco minutos de parla… que cagao que podemos ser a veces los humanos… Todo esto se me ocurre a propósito de la inesperada llegada -y salida- de Manuel Martinez Tang a Trujillo.

No sé si puedo calificarlo como mi amigo del alma o simple pata nada más. De lo que sí estoy convencido es que “Mamata”, apodo como le conozco luego que aperturara su línea de correo digital hace un par de años, me resulta una suerte de hermano lejano, la sangre que reconocí al tiempo, pero sobretodo, un tipo que conjuga mis mayores solidaridades y esto, para un necio leal a las depresiones y penas como quien escribe, es bastante.

A Manuel lo conocí en la universidad, a mediados de los noventa. Chato porte y carácter jovial, de entrada me pareció un tipo digno de las mayores consuelos dado el difícil trance que soportaba a menudo en los pasillos estudiantiles: su pareja lo golpeaba. Además, era porvenireño, como yo. Tenía 22 años, como yo. Era huérfano de madre, como yo. Y le gustaba la literatura, como yo. Así, hemos caminado mucho tiempo juntos, muy a pesar que hacia caso omiso a mis constantes consejos de cambiar de enamorada.

Un día, justo cuando lo tenía de asistente temporal en una empresa temporal, el muy pendenciero fregó todo: embarazó a Jesica – el fruto fue hermoso, claro está: Renzo, mi ahijado- y aceptó casarse con una chica que, buena o no, nunca lo entendía. Hoy, varios trabajos y mismas frustraciones, llantos extremos, situaciones cardíacas, conflictos y broncas de por medio, Mamata tiene tres hijos, uno de ellos fruto de una relación extramatrimonial, en tanto Jésica se buscó otra pareja hace algunos años y lo acosa judicialmente exigiendo derechos que ha perdido.
"Es imposible conciliar amigo, ella sólo exige dinero y dinero, no me queda otra que esperar el proceso", me explicó, lamentándose, en una charla que sostuvimos meses atrás, vía internet.

Por estas horas el también hincha del club Universitario – como yo- retorna a España, a donde viajó hace tres años hundido en la desesperación y en busca de soluciones para sus hijos. Allí, radicado en Barcelona, labora como limpiador en una corporación médica y percibe un sueldo digno que le ha permitido capear el temporal. Además, dice haber conseguido la chica de sus sueños, una hermosa catalana de 21 años, y la estabilidad que tanto necesitaba. "Gracias a Dios por eso, compadre. Que tengas un hermoso viaje y Dios te bendiga, chau"

"Ah, y también te quiero mucho", inefable Mamata.

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