En Río de Janeiro, Brasil, hubo una sanguinaria actividad que copa las informaciones policiacas por estos días. La policía carioca, en una medida tan desesperada como terrible, ingresó a las favelas con el fin de aniquilar a los grandes grupos delictivos que allí nacen y se guarecen, al más puro estilo de Ciudad de Nadie (2002), la aclamada y estremecedora película de Fernando Meirelles que plasma la triste realidad de violencia y narcotráfico que puebla esas villas de miseria en el país de Pelé. Son casi tres mil efectivos que, a sangre y fuego – se sumaron más de 50 muertos, decenas de vehículos incendiados y muchos heridos-, arrinconó a cacos de todo nivel mientras el 88 por ciento de fluminenses aprobaba esa dura medida, según encuestas publicadas.
En tanto, miles de kilómetros hacia el oeste, aquí, en nuestra Capital de la Eterna Primavera, la realidad aún no es tan dura pero, y no me cabe la menor duda, pronto está de serlo si es que alguien del pobre buró político que nos dirige no se atreve o tiene la decencia de tomar al toro por las astas.
Cada día asesinatos, cada portada periodística relatando masacres y robos de todo tipo, cada vez más y más violencia y una ciudad que se va convirtiendo en antesala del infierno al tiempo que sus rincones se tornan más inseguros y la sangre sigue saltando a punta de cuchilladas o el impacto de una bala. Se ha llegado al nivel que, – y como advierten muchos reputados psicólogos para entender los límites de inseguridad en una sociedad-, los trujillanos hemos perdido la capacidad de resentirnos ante la violencia. Vale decir, si alguien es asesinado con 13 balazos como hace unos días en El Porvenir, decapitan a una niña en La Esperanza, capturan a un sicario de sólo 15 años alias ‘Gringasho’, o cada hora nos enteramos que asaltan un banco, estafan a una turista o aniquilan a una madre de familia, importa un huevo. Ni siquiera nos inmutamos porque ya resulta tan común como la misa de domingo o el político corrupto.
Y el riesgo toma dimensiones siderales si tenemos autoridades estériles que, cual Pilatos, se lavan las manos o miran al costado mientras en su patio violan a una indefensa mujer llamada Trujillo. Entonces, ¿qué carajo debe pasar para que, mínimamente, cumplan su papel y no maquillen su esfuerzo con alaridos de chuchumeca, reclamos tibios o medidas no integrales?, ¿quizá que una de los muertos resulte familiar directo o hijo de tal o cual alto funcionario?, ¿o acaso más importa la campaña preeleccionaria o asegurarse un puesto en año político? La Ciudad de la Cultura sigue agonizando, señores, y lo hace de abajo hacia arriba, de los conos hacia las grandes urbes, desde los escondrijos inmundos de la periferia barrial hasta las limpias oficinas de impecables señores con autoridad prestada por el pueblo, y, pronto, ya no habría espacio protegido o motivo para no resignarnos a ser la capital de la violencia en este país, cual Ciudad Juárez en México, Tegucigalpa en Honduras, Medellín y Cali en Colombia o la propia Río de Janeiro.
Basta leer cualquier periódico local, ojear la internet, escuchar noticieros o, vaya realidad, caminar por cualquier calle transitada en hora punta y ver el accionar de los arrebatadores de celulares o carteras, para darse cuenta que es una probabilidad inminente.
Reforma total en seguridad es la salida. Y que ello suponga, entre varias decisiones fundamentales, mayor dotación policial, mejor control carcelario, programas en las escuelas y casas superiores, un poder judicial más eficiente, proyectos sociales dirigidos a reducir los niveles de violencia desde familia y comunidades y, claro está, EVIDENTE, TANGIBLE E INMEDIATA VOLUNTAD POLITICA. Ya no sólo declaraciones vacías, desfiles de sensibilización, entrega de patrulleros o infinitas promesas de cambio. Sino, Trujillo se seguirá drogando, continuará asaltando, matando y promoviendo corrupción hasta, una noche de alcohol y arreglos bajo la mesa, morirse a balazos. Y quizá no bastarán diez comandos de aniquilamientos al estilo Espinoza ni operativos como el de Brasil para recuperarlo o aspirar a una comunidad medianamente tranquila y segura.
Oswaldo Rivasplata.
Vespertino Satélite.