Así se titula mi primera novela. Una suerte de catarsis hecha en 30 meses de lluvias, calor, frío, noche, pasiones, amores, insomnios, selva, costa y sierra. Este es un breve fragmento que, ojalá, guste:
DIA 1: EL ABUSADO
Clíck,
clack.
Seco,
rápido. Así sonaba el alicate rompiendo el hilo en aquel consultorio. Y bien
ortodoxo el cirujano. No utilizaba navaja ni tijera. Acaso hasta martillo de
mecánico o desarmador estrella para medirte los reflejos. A lo mejor actuaba
así para forzar la concentración y obediencia del enfermo. Sobre todo en este
caso. Con aquel malcriado que ya era su ‘caserito’ y le miraba con cara de
disgusto. Aunque su mujercita lo tuviera con la suela sobre la papada al
desdichado.
- ¿Estás seguro de que se cayó
sobre un ladrillo?, le cuestionó, mientras
auscultaba la lesión suturada, con la cara de lado y la vista entrecerrada. La semana pasada fue porque lo asaltaron,
hace 20 días porque se cayó de la cama y, ahora, ¿un ladrillo?
- Sííí -arrastrando
la última letra para que no haya dudas de que ya caía pesado-, ya te lo dije, le respondió el
cliente.
- ¿O fue que el ladrillo le
cayó encima por obra y gracia de su querida esposa?
- No es mi esposa - ora
sí, la faz le cambió con reacción automática-, te lo he repetido hasta cansarme.
- Le dio
vástagos así que es lo mismo. Clíck.
Y ya lo sospechaba. Esa dama es terrible. ¿Hasta cuándo va a seguir con eso,
señor? Ya deje atrás esa historia, caballero. Clack.
El paciente decidió ya no replicar la intransigencia del galeno. Por último, era su amigo de infancia y tampoco le cobraría la consulta. Bueno y servicial a pesar de también metiche. Tanto que trataba de usted y con sumo respeto, bien circunspecto él, a todos, conocidos o no. Además, ahora portaba una temible pinza de acero quirúrgico en la mano apuntándole a los lagrimales y no valía contradecirlo. Por si acasito nomás.
Y
no era la primera vez que se lo advertían. Sin embargo, prefería comportarse
como si no le importara. Fingir indiferencia. ¡Una raya más al tigre, man!, le bromeaban años atrás sus camaradas
de universidad, cuando le veían recibir carajazos o bofetada limpia en los
pasillos del campus. Hacerse el cojudo.
Pues lo cierto era que ya se cansaba de la situación. Por sus hijos soportaba más de lo que podía. Y, mientras empinaba la ceja izquierda y apretaba el semblante, cavilaba sobre cómo separarse de la abusiva, el modo de explicárselo a sus padres o a los de ella y, principalmente, a sus nenes, sus queridos herederos. Oswaldito y Andreíta.
- ¡Ayy, mierda, carajo!
- Disculpe, pero ya está.
¡Listo!, Seis puntazos, caballero. El
médico retrocedió un metro y abría los brazos con las palmas abiertas tal si
deseara volar o fuera un ladrón entregándose a la justicia. Tómese las cápsulas que le indique y evite
que se infecte nomás. ¡Y cuidado con el licor, eh!
- Ok. Gracias, broder. Te la
debo.
- No se preocupe. Sólo piense
en lo que le dije. Cualquier día le van a matar. Cualquier día. Ah, y póngase una gasita
sobre la herida, aquí ya no nos queda.
El clínico le alcanzó el antebrazo para despedirse. No la mano pues la tenía enguantada, manchada de sangre, apuntando hacia arriba y sosteniendo una aguja. Que le vaya muy bien y tenga alegre tarde, caballero. Gracias por venir.
El curado, 24 años a lo sumo, reiteró un seco gracias, broder y sonrío a medias. Bajó de la camilla detrás del biombo, se miró al espejo y se asentó los mechones con saliva a lo Quico. Se puso la gorra con sumo cuidado y le echó otra barrida de ojos al poto de la asistente que tanto le había impresionado al llegar, se despidió por vez tercera y buscó la salida de aquella pieza cubierta de blanco y excesivamente ordenada.
Tras la puerta, otros más esperaban no con caras alegres, unos sentados y otros de pie. Era de tarde y no hacía todavía ningún servicio de taxi. Era lunes y la tercera vez que le visitaba durante ese mes para que le alivie lesiones no venidas de un ladrillo ni de asaltantes al acecho.
- Por la reputamadre
- refunfuñó y siguió la marcha, a la vez que sentía la mirada incrédula y
chismeos discretos de un par que le conocían-, que vergüenza…