miércoles, 11 de marzo de 2009

Juancito, el albañil



Varias tardes atrás, mientras almorzaba plácidamente en el restaurante de mi hermano mayor, lo divisé. A lo lejos, esforzando la vista, observé como con evidente esfuerzo, cual pugna entre su débil brazo y un necio martillo, intentaba romper un pequeño bloque de mayólica sobre el piso rojizo en el salón de actos del Club Libertad. “Hola señor, me llamo Juan Aguilar”

El huesudo albañil llevaba ya tres días intentando parchar las bloquetas del Salón Olímpico, antiguo recinto de 300 metros cuadrados rectangulares, vieja sede de las fiestas más pomposas de la rancia aristocracia trujillana y hoy convertido en lugar de todo tipo de eventos desde privados con etiqueta hasta los más populares de dos soles la entrada. Y ni la presión por dejar listo el suelo para la tradicional Fiesta del Perol apuraba su meta; parecía que el noble viejo en lugar de reparar, destruía.

Pero ni eso o las advertencias de Manuel – mi hermano mayor- sirvieron. Siempre presto a los arrebatos de altruismo que asaltan mi humanidad, me acerqué y le pedí q me acompañara a casa una vez culminada sus labores en ese recinto. Le expliqué que buscaba un albañil para que me instale un lavadero semiconstruido en la azotea de mi domicilio y por tanto, urgía de sus servicios. “Eh, eso lo hago rápido, pero teníamos que ver como está pé, yo voy mañana con mi ayudante”, respondió el risueño obrero mientras degustaba el humeante plato de sopa que tenía delante suyo y lanzaba su mirada, como quien da una orden, a Jhon, su joven sobrino y asistente, quien también se había sentado en la mesa del comedor que compartía junto a mi padre.

Me citó a la 1 p.m. del día siguiente. Y allí empezó el martirio…
Hoy, tres semanas después, en el proceso de implementación de la azotea de mi domicilio – instalación del lavatorio, enlucido del cuarto de servicio y pintado de todo ese recinto- he conocido toda su historia pero muy poco del buen trabajo que dice siempre ha sabido realizar.

Juancito Aguilar nació en Hualgoy, un escondido caserío de Otuzco, y no tiene primaria completa. A los seis años perdió a sus padres y debió buscárselas solo, en la ciudad de la Virgen de la Puerta. Allí trabajó desde pequeño en la comisaría del distrito como ayudante de limpieza hasta los 17 años, cuando decidió emigrar a la selva, enamorado y buscando mejorar sus flacos ingresos.

A los 35, ya con un hijo a cuestas, decidió cambiar de aires y se vino a Trujillo, donde trabajó hasta de vigilante y repartidor de periódicos. Hasta que hace 10 años, cuando la Tuberculosis se llevó a su querida esposa y ya no le aceptaban trabajar enplanillado debido a su avanzada edad, decidió independizarse y trabajar por su cuenta. Ahora vive con John en una humilde covacha del Pueblo Joven Pesqueda, a 15 minutos de Trujillo y su única hija, Silvia, vende sacos en el mercado Santo Dominguito, a pocas cuadras la casa que habita junto a su esposo e hijo.

Quizá sus casi setenta años y la debilidad de sus brazos conspiran contra sus buenas intenciones y por eso Juan coloca hileras de mayólicas como rastro de culebra y cuando pinta una pared es el piso el que cambia de color así que no goza de muchas oportunidades de trabajo pese a su inquebrantable fe. Esta es nacida de su leal asistencia a la congregación religiosa de los Testigos de Jehová, la cual conoció hace cinco años, cuando la nostalgia y el alcohol ya lo derrumbaban.

“Por esa época yo tomaba mucho don Oswaldo; lo que ganaba rápido lo gastaba con los amigos y no era bueno, esos aparecen cuando tienes plata nomás; felizmente unos 'hermanos' me llevaron a la Iglesia y ahora he cambiado y estoy tranquilo, quizá no tenga mucho pero vivo normal y se que Dios nunca me va a fallar”, me dice con una seguridad que asombra, mientras nos tomamos un vaso de Inka Kola en doña María, el esquelético restaurante que alimenta a todos los obreros laborantes en la urbanización El Golf.

Sí, lo sé Juancito, y admiro tu convicción, pero a mí si me estás fallando y no tengo los poderes del Hacedor para mejorar mágicamente tus acabados ni el dinero de Bill Gates para contratar otro obrero...

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