miércoles, 21 de noviembre de 2007

Las sonrisas más hermosas



Día 1:
“De Huu.. cajanga, ssssi”, “Ocho annn...ios… Tes.. Pie..das”...
A las 7 p.m. del miércoles 13, horas antes de ingresar al quirófano del Hospital Belén, Solver y Zoraida intentan ser elocuentes a las impertinentes preguntas de un tipo que pretende ser amical, agradable, bonito (muy difícil, eh), antes sus nerviosos ojos. Quizá, pese a sus cortos e ingenuos años, ya presumen que se les vienen unas horas algo complicadas tras el largo y misterioso viaje que hicieron hasta Trujillo: de doctores con tenazas sobre sus caras, de artefactos luminosos, de cuartos llenas de camas y gente enferma. De mucho miedo.

“Sool..ver”, vuelve al intento el varoncito. No pronuncia bien su nombre. Pero su corazón si es nítido en pureza. Nos mira con incertidumbre abrazado a Luisa, la asistenta social que ya se ganó su confianza. “Ven Zoraida, acércate para la foto, vas a salir linda”. Y la pequeña asiente. Abraza a su compañerito como queriéndole dar ese ánimo que a ella parece sobrarle. Su última placa antes de la intervención quirúrgica, antes del cambio… Suerte, mucha suerte...

Dia 3:
Han pasado cuarentaiocho horas desde que ingresaron al hospital más antiguo de Trujillo. Solver está más distante aún y ya mis intentos por ganarme su confianza me resultan ridículos. Zoraida en tanto, no deja de quejarse por el dolor que le causan las costuras dentro de su paladar. Son lamentos son muy tenues, casi silentes, como no queriendo, pero prolongados. Y es que, sabe, por boca de sus padres que le acompañan en la fría habitación del nosocomio, esos hincones son parte del proceso hacia su rehabilitación tras la intervención para reconstruir su paladar hendido o labio leporino. Males necesarios que les llaman. Los primeros que, probablemente, le espera a esta serranita de humilde morada y pobreza que duele, en lo más recóndito de Huamachuco.

Día 4:
Es lunes y los vuelvo a ver en el patio principal de la empresa donde laboro. El contexto es totalmente diferente al del sanatorio de días atrás. El recinto luce pleno de alegría, sobrante de una ternura que dos pequeños comuneros de Huancajanga y Tres Piedras con ropa nuevita distribuyen sin mezquindades. Ahora ríen sin temores y no quieren taparse la carita, gritan fuera de reparos y hasta piden fotos mientras se preparan para su retorno a casa.
Yo... no atino a nada... su alegría es demasiado pago para mi... sólo los miro, absorto...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si solamente te dieras cuenta. hoy solo me conformo con verte caminar por las calles de Trujillo...