Hola, blog. A las 00.37 a.m. del domingo he retornado a mi oficina. Estuve en el cine, en ese túnel de dos horas que tanto me sirve para aislarme de las presiones del día a día.
Pero esta vez no pude tanto. La trama de la película (¡tragedia y romance!) y el adicional de decenas de parejas con caras de felicidad y dos mensajes de texto llegados al celular, me fueron dirigiendo hacia una estación tan inoportuna para mi realidad: la nostalgia de amar.
Entonces, reparo en que son ya 20 los meses sin compañera. Más de 500 los días en que no he vuelto a enamorarme y varias las ilusiones frustradas en torno a alguna dama que supuse era mi complemento. Y vuelvo con la cantaleta: ¿deberá ser así, tan complicado y prolongado el proceso hacia la consecución de un amor verdadero?, ¿o será que debo quedarme solo?, ¿exagerado soñador o vuelto un pobre tipo superficial?, ¿por qué estos ataques de soledad tan frustrantes?
Y es que así como veo las cosas, las palabras del inefable Zavala parece se harán tangibles en mi persona. “Cuñadito, tanto que no te decides con nadie te vas a quedar solo” me enrostró hace unos días en una profunda charla respecto de amores y penas.
El, aunque sin trabajo estable, una casa propia o consolidación profesional posee el más grande de los tesoros: un hijo. Y bueno, hasta una mujer –no la madre de su pequeño pero compañera al fin- que lo quiere… Mi envidia es su gloria. Ya pues mamá, no lo permitas. Chau, blog.
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