Gozo, sufrimiento, alegrias, penas, subidas, bajadas, amor, desamor, ganar, perder. Pasada la base 30 encuentro - ¡al fin!- el espacio que buscaba para escribir lo que verdaderamente siento - así sea aburrido leerlo-y no parametrarme a las coyunturas noticiosas o requerimientos de un editor de tv, radio o periodico. ¿Quién soy?... un inefable que intenta ser bueno, un extraviado que quiere encontrarse...
martes, 1 de enero de 2008
Tamborcito mágico
“Hey, ‘siñor, siñor’, quiero tocar, ‘dejime’ tocar pué”. Ricardo Rojas y esa combinación de ímpetu e inocencia se abrían fácilmente el paso ante cientos de adultos aglomerados en torno a una ceremonia protocolar, aburridos del habla libretesca y diplomática de un político de obeso físico y negra piel. Yo, anfitrión de poca experiencia y presto siempre a romper los protocolos, no podía negarme.
Pum, pum, pum, empezaba Ricardo. Cargaba un tamborcito de piel de oveja que su padre, un esforzado agricultor del caserío Penintay le había confeccionado con mucho esfuerzo hacia cinco años, cansado de intentar juntar las 50 monedas de sol que costaban el bendito instrumento en la tienda del señor Melles, la mas surtida de Lucma.
Pum, pum, pum, continuaba el rítmico sonar de Ricardito, que, cual flautista de Hamelín, convertían en serviles ratones de su ritmo a la muchedumbre, ahora silente y concentrada al desparpajo de un mocoso de seis añitos, camisa sucia y raida, pantalón cantinflas y yanques pelados.
”Soy agricultor a mucha honra lo soy…” decía el primer párrafo de la letra de su canción. Una suerte de himno en un poblado donde el 85 por ciento de habitantes trabajan la tierra desde llegada la adolescencia. Como Jonás y Julia, los orgullosos padres que no dejaban de señalar los movimientos de Ricardito mientras reían emocionado por las notables condiciones artísticas del cuarto de sus hijos.
Pum, pum, pum… dale con el tamborcito que ya suena muy fuerte con el apoyo del micrófono inalámbrico que de poco servía en manos del político gordo y negro pasado a segundo plano. Clap, Clan, clan, rompen los aplausos intentos, muy sonoros y desordenados pero sinceros de la muchedumbre. Todos se han olvidado el motivo de la reunión, ahora sólo comentan el atrevimiento del tamborillero, que ni enterado del asunto y terminado su actuación, suelta el juguete en manos de su padre y larga con destino a la placita del pueblo a jugar con su “manchita”. Pum, pum, pum, suena mi corazón.. emocionado…
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