miércoles, 18 de agosto de 2010

No caigas, no

En estas, tus horas de pasado meridiano, no depongas, no. Tu caída sería la de muchos, vendría como una bola de nieve o una ola en formación, más grande a su paso. El huaico de tus depresiones, aunque no lo quieras, arrasaría pueblos enteros de dependencia, corazones agitados de expectativa. Y tu, insano terrenal, tampoco mereces tanto llanto.

Además, de subidas y bajadas esta hecho el parque de diversiones que debería ser la vida. Y tu, acaso no eres también un asiduo placentero? Vamos…

Dale, arriba, upaaa como sonaba la voz del ángel que hoy y siempre te resguarda, de aquel que nunca, a pesar de todo, replicará tus bémoles. En su honor, no depongas, pues tu caída, además y aunque no lo quieras, sería la de muchos...

domingo, 15 de agosto de 2010

No sólo un juego



Carlitos tiene siete años. Estudia en la escuela Josefina Gutiérrez Fernández y cursa el tercer grado. Son las 8 de la mañana y la plaza de armas luce casi vacía como ocurre cualquier sábado. Pero él no va con la tradición y, como soldadito en alerta, está muy atento a un acontecimiento especial: la llegada de su profesor de la academia de fútbol. “No me acuerdo su nombre pero nos enseña bien, viene de Trujillo, de la ‘deporvida’” nos dice mientras apoya la cabecita en una de sus rodillas y se acuclilla, tratando de soportar el intenso frío que a esta hora se siente en Chocope y adivinar quién será ese flaco preguntón con barba crecida y cabello desordenado.

El ‘enano’, flaquito y vivaz como un tordo, es uno de los 110 niños que desde hace más de un mes forman parte de un ambicioso proyecto en esta zona de amplios sembríos y casas de barro, de perseverantes gentes pero muchas carencias. Junto a su ‘gallada’ del caserío de Sintuco, uno de los once que ocupan el distrito fundado en 1535 por el español Diego de Mora, asiste cada fin de semana a las clases que imparte el profesor Henry Córdova en el estadio Municipal, en doble horario. Su motivo principal es obviamente, aprender los secretos del balompié y divertirse con lo que más le gusta hacer. Sin embargo, y quizá sin quererlo, aprende mucho más que eso gracias al poder de atracción que tiene el juego más popular del mundo y que una institución trujillana ha sabido aprovechar con enormes resultados.

“DeportVida, como lo señalan su propio nombre, supone vincular el deporte con el desarrollo personal y grupal; osea, utilizarlo como medio de evolución social ya sea para mejorar niveles nutricionales en menores de edad como es el motivo de este programa o prevenir problemas de autoestima , drogadicción, alcoholismo, sida o cualquier otro flagelo social que ataque a algún sector”, nos explica Rina Gamarra, Jefa de Proyectos de esta entidad y quien hoy está preparando los materiales y estructuras que se requieren para el segundo taller de psicología dirigido a los padres de familia que conforman el plan.

“Lo medular está en saber aprovechar el enorme arrastre popular que tiene el deporte; la atención que ponen los niños es prolongada cuando de jugar fútbol, vóley o ajedrez se trata y entonces, nosotros aprovechamos eso para insertarles los mensajes y cambiarles los hábitos además de reforzar esas actitudes con capacitaciones en psicología y nutrición a ellos y sus padres a cargo de profesionales de la materia”, continúa, antes de coordinar con el psicólogo de la entidad los objetivos de la charla matutina.

En tanto, “¿se han alimentado bien hoy?, seguro que sí, pues de lo contrario no podrán ser buenos deportistas, ¿por qué eh?”, irrumpe el profesor Córdova hacia un grueso grupo de alumnos de entre seis a nueve años que ya ocupa la plaza mayor y le responde al unísono celebrando su arribo al pueblo: “¡sííí, porque mente sana en cuerpo sanoooo!” Carlitos, lógicamente, se ubica primero, como capitán, como su ídolo Cristiano Ronaldo, el gran delantero del escuadrón portugués y del Real Madrid.

“Soy profesor de Educación Física y trabajo con niños desde hace muchos años e, incluso, he hecho proyectos similares con el director de esta entidad en zonas mineras. Así que, cuando me propusieron trabajar en este proyecto no lo dude un instante pues, además, su idea me resulta novedosa; es una forma muy eficaz de llegar a los adolescentes y luchar contra los problemas que soportan. No se trata de hacerlos jugar y enseñarles técnicas o tácticas, no, lo que aquí se busca es usarla (la actividad deportiva) como medio hacia un cambio específico y, créame, los resultados ya se están viendo pues los chicos siguen aprendiendo simples hábitos de higiene y alimentación” nos cuenta en su camino al estadio seguido por una tropa infantil que no deja de hacerle barra.


La mañana sigue su curso, todavía silente y con sol insinuante en la tierra del entrañable ‘Loco Moncada’ que José María Arguedas hizo inmortal en El Zorro de Arriba y Zorro de Abajo. Empero, ya son 43 los padres de familia, entre hombres y mujeres, que escuchan atentos la amical disertación de Sergio Yupanqui, encargado de las capacitaciones psicológicas, bajo la supervisión de Rina. Como Superar Problemas de Pareja en Familia es el título de la charla, esta vez. “Los niños, señores padres de familia, nacen con la mente en blanco, como un papelito; por tanto, no heredan las malas o buenas costumbres sino que las recogen de sus padres, entorno o familia y eso vamos a mejorar… premiarlos cuando se esfuerzan y llamarles la atención cuando se portal mal pero nunca agresivamente es muy adecuado…”, se escucha de voz de un tipo con camisa blanca y pantalón de vestir que camina frente a ellos mientras señala una pizarra acrílica. La próxima semana será turno de Nataly Vargas, quien dirige los talleres nutricionales.

En paralelo a la sesión, en un espacio contiguo del salón consistorial de la municipalidad distrital, 33 pequeños reciben clases de ajedrez a cargo de Jesús Flores, el responsable de esa disciplina en la organización no gubernamental: “La reina es protegida por el rey y su comitiva, como deben hacer ustedes, niños, en su familia, respetarla y cuidarla siempre a la mamá”. El fin, obviamente, no es únicamente enseñar a jaquear o descubrir un Julio Granda. La meta es más grande que generar atletas, es insertar valores y prevenir tragedias sociales en sectores tan necesitados como Chocope: formar mejores personas y, por ende, mejores sociedades.

(Esta ha sido mi crónica más reciente, publicada en el diario La Industria de Trujillo)

viernes, 13 de agosto de 2010

Para qué?


Hoy, superado la terrenalidad de Cristo y yacente en mi pensamiento, siento que mi ruta está completa. Y entonces, para qué seguir? aparece, espontánea, la interrogante. Para que si el camino se hace trepidante, y el horizonte asoma tenebroso, oscuro, como si a cada paso la estrella amarilla se alejara sobre el envés. Para que, si mi tramo ya no bifurca con el tuyo kilómetros más arriba, si tu trayecto es de norte y suelo parejo y el mío va hacia el sur en terreno agreste. Porque no parar si la esperanza terminó y hasta mi corazón agotó su combustible: la ilusión de seguir amándote.

Ya ni arrepentirse, como tantas veces, vale. Pues golpearse y pedir perdón ante la soledad no se acompaña con con tu adormecida alma, con tu facista actuar de dureza e indiferencia no forzada. Además, que méritos ha hecho un cuerpo que todavía navega en el limbo del querer o no querer?

Que tus ojos de luna en cuarto menguante alumbren la noche del otro, de alguien que si sepa amarte y le de paz a tu alma.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Emergencia en un hospital

No sé por qué mi mamá es fanática de la Emergencia del Policlínico Angamos. Creo que debido a la eficiencia de las enfermeras con pocos recursos y los doctores con sobredosis de pacientes. El domingo mi madre se sintió mal, se desmayó y como vive sola en su casa, recién cuando despertó atinó a llamarme. Tuvo probablemente un cuadro de hipotensión arterial. La llevamos al Policlínico pero, como lo saben aquellas personas que tienen padres ancianos, si no los haces entrar con ambulancia de los bomberos o del mismo hospital, es decir, en posición horizontal, hay que hacer una larga cola. Mi madre se encotraba mal, pero no de urgencia como para entrar en ambulancia, por eso fuimos en taxi y comenzó la odisea.

En admisión te preguntan si ha entrado por sus propios medios o en ambulancia. Como mi respuesta fue afirmativa a la primera pregunta, pues nos tocó esperar. LLegamos a las 3 pm, nos atendieron cerca de las 5 pm después de terminar de ver una película en el televisor de la sala de espera de emergencia. Realmente mi madre no estaba de URGENCIA sino hubiera muerto. Había cola porque hay muchísimos pacientes, dos tópicos de medicina general, uno de traumatología y otro de cirujía.

En la sala de afuera esperamos a que el guachimán llamé al paciente por su nombre. Cuando lo hace –luego de dos horas– hay que entrar a EMERGENCIA donde hay dos colas de paciencias parados. Las dos colas son para los Tópicos 1 y 2 de medicina general. Los paciencia con necesidades de cirujía o traumatología esperan por otro lado: son menos. Por suerte mi madre me tiene a mí, pues hubiera sido imposible que se pare para hacer la cola pues a los 86 años y con mareos, no hubiera podido esperar los 20 minutos que esperamos. Delante de mí una señora joven tenía un suero en la mano que estaba conectado a su otro brazo: la mano la llevaba un poco en alto para que el suero destile. Ella esperó el mismo tiempo que yo. Veinte minutos parada con el suero conectado al brazo. “Señora, ¿no tiene parientes que la ayuden?”, le pregunté. “Justo ahorita se acaba de ir mi hija porque ya estaba esperando mucho tiempo”.

A los veinte minutos de estar ahí parados me tocó mi turno, o sea, el de mi madre. Entramos. Una doctora joven le hace preguntas y no se da cuenta que tiene dos entradas a emergencia con shock hiperglucémico e infarto cerebral hace un mes y medio. Se lo decimos. “Ahhh”. Pregunta los motivos por los cuales estamos en emergencia, manda rápidamente a hacer electrocardiograma y medida de glucosa. Con los precarios papelitos vamos a buscar a una enfermera. “Espere acá señora” y mi madre y yo esperamos 15 minutos a que se desocupe una enfermera para hacerle un pinchazo, le mide el azúcar, está estable. Mi madre no aguante estar más tiempo de pie. Se sienta en la silla de un enfermero, frente a un escritorio con archivos, apenas la ve el enfermero viene y la bota: “retírese señora”.

 Nos paramos y seguimos esperando. El enfermero se va, la silla está vacía pero es prohibida. Le exijo a la enfermera que se apure; hace lo que puede la pobre, está llena de tubos. “Ahorita vengo” nos dice. Mi madre, casi desvanecida, quiere sentarse, entonces se desocupa una camilla, pero la de allá, la del consultorio de la doctora, entramos y mi madre se sienta. La doctora se molesta. Un paciente está saliendo. “No ve que estoy con paciente, señora”. “Pero mi madre no puedo estar más tiempo parada”. La deja quedarse, entra la otra enfermera, le hacen el electrocardiograma. “Está bien señora, su corazón está perfecto”. “Está estable, señora, a ver que le pongan un Gravol”.

Salimos de nuevo a la antesala, donde hay decenas de paciencias sentados en sillas precarias y con sus brazos conectados a sueros; otros pacientes haciendo cola; una chica en silla de ruedas llorando a gritos. Hay bulla por todos lados. Mucho ruido. “Enfermera, para una inyección de Gravol”. “Ahh tiene que salir por afuera, señora”. “Pero mi madre no puede ni caminar, ¿cómo hacemos?”, “ah, no sé señora, hable con la otra enfermera”. Hablo. “Bueno, que se quede ahí. Usted vaya al sótano a pedir el remedio con la receta de la doctora”. Voy al sótano. No puedo pasar: hay decenas de personas intentando tomar el ascensor. Pero llego al sótano, no hay nadie en la cola, solo una señorita felizmente… Pero la señorita está discutiendo con el empleado que despacha los remedios y este no la quiere atender, se demoran tanto, que ya se juntan seis personas detrás de mí. “Atiendaaaaaaaan”.

Lloro. Se me chorrean las lágrimas. Lloro y me atienden y regreso al primer piso, a emergencia, me limpio las lágrimas, los mocos, como sea entro nuevamente, estoy llevando el Gravol. Busco a la otra enfermera. “Espere”. Y espero parada al lado de mi madre, al otro lado una jovencita con un suero conectado al brazo, se está quedando dormida en esa especie de carpeta donde la han sentado. Y como dijo Francisco de Quevedo, de mis ojos “salen sin duelo las lágrimas corriendo”. Qué vergüenza. ¿Qué diablo me pasa? No lo sé, siento un pito tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii en el oído izquierdo. ¿Y si ahora me sube a mí la presión? Ay, no.

Y la inyectan a mi madre el Gravol y me dice la doctora que debe esperar 45 minutos para ver la reacción. “Pero, ¿adónde esperamos?”. La doctora bosteza: es joven, tiene el pelo lacio, se nota que está muy cansada. Mi madre le habla. Yo pregunto: “¿Pero si está estable, no la puedo llevar a mi casa mejor?”. La doctora me mira indiferente. Casi siento que me odia. Que odia a todos los pacientes de ese domingo por la tarde. ”Mejor” me contesta.

Y con la idea fija de que debo gritar en medio de la nada, salgo del Policlínico Angamos, una vez más humillada por el sistema de salud, que trata a aquellos viejos jubilados que aportaron años de años como si fueran cuerpos sin alma. Nuda vida. Restos. Seres sin calidad humana. Ancianos carcomidos por esa sociedad que está esperando sus muertes para reciclar sus aportes y usarlos malversando fondos colectivos.

¿El Perú avanza?

(Lo mismo siento cada vez que acudo al hospital del Seguro Social Víctor Lazarte de Trujillo con mi padre. Por eso, decidí colgar este artículo de Rocío Silva Santisteban)