El estruendo que baja de las quebradas gobierna en el valle encantado.
Es como un totem tras los árboles... la madre naturaleza que vigila.
De repent, 'Buenos días señor' el recelo se hace carne y preguntas a un foraneo cansado. Le sonríe, placentero, y le acepta tomar una placa con su reino como fondo.
El guardián toma el camino y se pierde, lejos, cual polvo en el viento.
Entonces, la naturaleza ya no brama... ahora, silba, calma, quizá contenta, sobre hilos de agua que bajan
y culebrean sobre el fondo del llano y pinos coquetos.
Segundo después, estiro los ojos hacia la ruta, con ironía. El vigilante ya no está.
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