lunes, 16 de julio de 2012

Aquel desconocido que quise tanto




Son como figuras amorfas que intentan salirse de un paisaje gris, abstracto. Que se mueven, entremezcladas, y parecen tomar cuerpo y luego vuelven a disolverse, lentamente, con un  fondo de colores  muy tenues y  el bajo eco de una risa cariñosa y permanente.

Son los recuerdos de base tres. Instalados en el tránsito entre la presunción y el raciocinio definitivo. Cuando evocar cuesta pero  sabes que eras muy dichoso, extasiado.
En épocas que vivir solo significaba reír y no había más obligación que terminar el día agotado de tanto disfrutar.

Y allí,  estaba él. Ese foráneo con voz ronca y cabello incipiente.  Jugando conmigo en el callejón de la antigua casa mientras mi madre vigilaba de vez en vez y Giovanna o Manuelito esperaban su turno, ansiosos. Correteándome tantas veces, diciéndome a la carita no recuerdo que mientras sonreía no se por qué y cargándome sobre sus hombros  no sé cuando.   Rascándome la cabecita de viruta quizá para jalarme un piojo o haciendo muecas raras para, probablemente,  complacerme. Sin embargo,  de lo que si estoy seguro, es que éramos muy felices y poco nos importaba de quien se tratara.  

Y allí iniciamos una relación que,  tras su posterior partida a Chimbote y convertirse en padre, se retomó algunos años después y se hizo más estrecha.

 Y no se perderá por que un día de julio, a ese desconocido que quería tanto, el hacedor decidió convocarlo.

Mi hermano, Vitucho.

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