Y allí va la tía Lolita
Con esa belleza limpia y mirada transparente, con ese garbo inconfundible y disciplina que partían desde su alma y se forjaron sobre una familia honesta como muy unida.
Ella fue docente en una escuelita fiscal de Buenos Aires, y
mi primera maestra. La que me corregía tiernamente y premiaba mis aciertos con
dulces Ambrosoli.
Eres el más bonito y noble de mis sobrinos, fue su último
mensaje, una noche de setiembre en que el Olimpo abrió sus puertas y recuerdo
tan nítido como las algarabías de mis hermanos cada vez que llegaba a
visitarnos.
“Toma tus alimentos siempre a la hora y haz deporte, para
crecer fuerte y sano, y no te quedes como un enano”, me cantaba, reclinada y al
oído, asegurándose que lo disfrutara cual juego de pelota.
Y todavía la veo cuando la nostalgia infante, como en esta
noche de insomnio y cigarras trinando, me aborda. Con esa belleza limpia, con
ese garbo inconfundible y mirada transparente.
La tía Lolita.
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