Como Pablo Neruda podría escribir los versos más tristes esta noche, los más cruentos, los más dolorosos, unos como el hierro candente que va abriendo un surco sobre tu pecho, como el letal veneno de una cobra que ha picado tu corazón, como una impía daga que cercena tu estómago empuñada por un vil enemigo, como el dolor del amor…
Hay situaciones cumbre en la vida de uno, hechos que grandiosos en alegría o crueldad, te marcan. Un antes y después. Puntos de quiebre le llaman. Que quedan grabados en tu trayecto de vida como líneas de tinta indeleble. Anoche, me ocurrió. JM, la mujer que más he amado en mi vida y hoy he perdido, me insultó como nunca antes lo había hecho. Como nunca ocurrió entre nosotros. Pretender hacerle reflexionar de su equivocada actitud cargada de soberbia, amargura y traición a sus principios morales (¡quien diablos soy yo para reclamar moralidad!) devinieron en un ataque de ira que la llevó a instancias lamentables.
Y evidentemente, los golpes más duros son los espirituales. Quise llorar pero no pude, pero sí lloró mi alma… Perdóname JM pero sentí la necesidad de decírtelo. Y es que no soporto verte así, como el payasito que pretende reír pero sufre a mares por dentro y además es víctima de villanos que, cual, hienas, están al acecho de seres indefensos, necesitados de cariño y protección. O peor aún, expulsando soberbia y una indiferencia que no sientes. Y quise llorar pero no pude, pero sí lloró mi alma…
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