viernes, 20 de abril de 2007

Una esperanza para los olvidados


Cuando el deporte genera evolución en los pueblos más subdesarrollados




Ronaldinho tiene 6 añitos y una mirada escondida, casi avergonzada que sólo revierte cuando ve un balón de fútbol. Aunque en su humilde situación, aquel se ve plasmado en un amasijo de trapos que patea sin cansarse cada tarde en el improvisado campo de fútbol de su comuna, en el inhóspito Chuquillanqui, caserío que, aclaremos, nada tiene que ver con la tierra de la samba pero sí tiene mucho de fabelas y se ubica a sólo cuatro de horas de Trujillo, en Lucma, previo viaje cargado de brincos y trochas. El ‘colorao’, como también le llaman sus amiguitos y vecinos, se apellida Gómez León y es fruto de un furtivo pasaje de su madre, María, con un empleado trujillano que conoció antes de partir a la Argentina en busca de las posibilidades de mejora que su tierra no le permite.
A ella Ronadinho no la conoce pues se fue cuando no cumplía un año de nacido y de su padre, sólo su nombre recuerda, aunque sabe que trabaja en Trujillo y le ha dado otro hermano llamado, para variar, Anderson.
Cuando nació, el coloradito de marras generó sentimientos encontrados que trascendieron más allá de su humilde casita de adobe y quincha: por un lado la obvia alegría de la llegada de un nuevo agricultor a la comuna y por otro los rumores folclóricos de los comuneros respecto de su atípica condición física: había nacido sin la oreja derecha; defecto que, a causa de carencias económicas, sus familiares no pudieron atenuar y le ha devenido en una leve mal formación del rostro que probablemente sea la causa de la introversión del simpático homónimo del crack del Barcelona.
Pues bien, para Ronaldinho esta mañana -17 de noviembre- es totalmente diferente. Aunque todavía le cuesta soltarse ya que nunca había visto tantas grandes camionetas juntas, mucha gente desconocida sonriéndole y más aún, recibido de regalo un flamante uniforme y tenido decenas de pelotas multicolores para patearlas hasta el cansancio, percibe que algo ‘bacán’ ha llegado, que sus próximas jornadas inmediatas serán hermosas, plenas de alegría, deporte y lo que más le gusta: romper los balones a puntazos y golazos.
La razón es una caravana de trabajadores de Corporación Minera San Manuel que pisó su tierra para instalar una academia deportiva gratuita. Esta vez se levanto muy temprano y no quiso ayudar en las labores agrícolas, ocupación que dentro de muy poco, cuando cumpla ocho años, tendrá que dedicarle muchas más horas, como lógica obligación establecida con el paso de decenas de generaciones en esta zona.
“Mi coloradito es un niño muy bueno, algo tímido pero cuando ve la pelota es una ‘bala’, está feliz porque nunca antes había tenido un entrenador que le enseñara a jugar y gente extraña que le diera tanta atención, ni en su colegio”, confiesa su tía, refiriéndose a la escuelita fiscal 80333, una vetusta construcción sobre una pampa a la que algunos de sus profesores acuden sólo cuando saben que la UGEL hará supervisión y donde el menor de la familia Gómez León cursa el primer grado a regañadientes. Doña Bertha se ha hecho cargo de su sobrino más querido y también del hermano mayor, aunque esto suponga estirar al máximo el exiguo presupuesto alimentario que posee, remitido básicamente a las compras de harina, combustible para las lámparas y la inversión en los pequeños campos de cultivo donde siembra arroz, papa y frutales. Chuquillanqui, que en quechua quiere decir sandalia de oro, la vio nacer hace más de 45 años y según relata, casi nada ha cambiado hasta entonces. El pueblo sigue siendo muy pobre, todavía carece de servicios básicos como agua, luz y desague o una posta en decente situación y peor aún, continúa recibiendo las visitas de hipócritas políticos que ofrecen todo y cumplen nada. El humilde villorio de sol abrasador se ubica entre las 10 comunidades de mayor extrema pobreza de La Libertad, con un índice de desnutrición en su población infantil de más del 40 por ciento, aprendizaje escolar primario completo de sus comuneros de casi dos por ciento, 60 por ciento de viviendas sin servicios higiénicos y una expectativa de vida promedio que no alcanza los 62 años, según datos estimados del censo poblacional del 2005. Una dura realidad sobre la cual, San Manuel -que ya lleva instaladas tres escuelas deportivas, talleres de tejidos y programas de alfabetización en caseríos lucminos con notables resultados– y otras empresas privadas podrían imponerse en caso tuvieran mayores y mejores oportunidades por parte de un gobierno que parece indiferente a las necesidades de mejor calidad de vida del Perú real.

“Para el desarrollo equitativo de la región es vital crear alianzas con el empresariado privado”, ha dicho como clara fase medular en sus discursos preelectorales el nuevo presidente regional. Recientemente, ya electo y basado en sus continuos viajes de campaña al interior de la región, que “en la sierra todo es malo y todo falta…debemos inclinar el presupuesto de los próximos cuatro años a pagar la gran deuda que tenemos con la sierra (liberteña)… en las provincias del interior hay mucho abandono y carencias, una realidad que tenemos que revertir”. Al menos expone intención de reivindicar a sus antecesores. Y eso ya es bastante. Una luz al fondo del túnel.


DATOS DE CHUQUILLANQUI
Chuquillanqui es uno de los caseríos más amplios que crecen en el territorio del distrito de Lucma, provincia de Gran Chimú. El inmenso terreno donde se ubica está poblado de imponentes plantas de cactus que le dan una vista cercana al Viejo Oeste que nuestros padres relataban o vemos en antiguos largometrajes. Su población, básicamente agricultora, no supera los 1500 habitantes y se divide en tres pequeños territorios: Bajo, Medio y Alto. Cuentan los pobladores, el caserío debe su nombre a la existencia de un cacique hace más de 400 años, que dominaba las tierras y como forma de ostentación, caminaba con sandalias de oro.

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