domingo, 13 de mayo de 2007

Unas madres de "peso"


A más de tres mil metros de altura y un frío que traquetea los huesos, una historia especial, en un día especial

“¿Cómo está ingeniero?, ¿hace mucho frío, diga?, yo felizmente cumplo mis 20 días mañana y ‘ bajo’ para ver a mi Leydy y salir de este clima”; Mónica.
“Hola ingeniero, tómeme una foto con mi hermana ´pé´, para que se acuerde de nosotros. ¿Cuándo ha llegado?, a ver, hay que servirle al simpático de una vez”; Rosina.
Le llaman las “Barbies”. Una 35 y la otra 43. Sus circulares siluetas nunca
pasan desapercibidas y lejos están de asemejarse a la emblemática muñeca creada por Rut Handler en 1959, pero así tampoco nadie desatiende su extraordinario esfuerzo por ganarse un salario digno para fortalecer el desarrollo de sus mayores razones de vida: sus hijos. A estas singulares mamás las conocimos de la manera más inusual. Una mañana de enero cuando advertíamos la zona de ingreso a Sayapullo
las divisamos lampeando la tierra sobre una ladera, golpeando el borde de la cuchara con el taco de la bota de arriba hacia abajo y la punta de la lampa en diagonal sobre el terreno tal como mandan los cánones del buen obrero, tanteando el piso para saber donde incrustarla, sin perturbarse ante nuestra mirada incrédula, manejando la pesada herramienta con la ligereza de los más duchos e investidas de botas con punta de acero número 40, gruesos guantes, ajustado gorrito y uniforme verde talla XL en cuya espalda se leía: Proyecto Sayaatoc.

“Heyyy, hola inge, hola señores, que tal”, saludaban a todos con los brazos abiertos y la risa honesta. Unas semanas después retornamos y no las encontramos en el mismo lugar. Supusimos que habían cedido al cruento trajín de una actividad más propia para trejos jornaleros que entusiastas damas entradas en músculos. Pero que va, las hermanas Portal Quispe han subido a casi 4000 mil metros, a la cima del cerro San Lorenzo, y ahora trabajan en la sección cocina. Allí Rosina coce variadas carnes, pica verduras o licua frutas en tanto Mónica es asistente del comedor donde se alimentan más de 200 esforzados obreros ocupantes de esa zona del extenso campamento.

Hijas de humildes agricultores ascopanos, desde pequeñas han sabido lo que es trabajar esforzadamente para ganarse el pan diario. Mónica confiesa que recorrió cientos de kilómetros vendiendo diarios, alfajores, bizcochos y marcianos desde los seis años, fue cajonera en una fábrica de espárragos y las últimos cinco temporadas vendedora de frutas en la entrada a Sausal junto a su hermana mayor, con la que vive en ese mismo poblado. Ambas también comparten la misma anecdótica historia de incorporación a la empresa minera:
“Estábamos en la entrada a Sausal vendiendo nuestra frutas y un día, como siempre, pasaron varias camionetas rumbo a la mina. Entonces, yo me acerqué a uno que decían que era el jefe de todos y le pedí ‘chamba’. Pucha, que el ingeniero Frías me miró y me pregunto si estaba segura de trabajar como minera y yo no me quede callada pé” expone, risueña.

“Entonces le dio su tarjeta y le dijo que suba nomás a la mina y pida trabajo. Pero
yo también quería trabajar y me dijo lo mismo”, complementa Rosina, quien menos extrovertida pero igual de carismática, sólo expone gratitud para el referido funcionario:
“Es un señor muy bueno, a veces nomás que se pone duro pero en el fondo es un alma de Dios”. Tanto como Mónica, sus gruesas manos han soportado texturas de las más duras o dañinas y en los terrenos más complicados de trabajo. “A mí no me incomoda ser obrera, todo trabajo es digno y si tengo que picar una piedra, romper una roca o preparar cemento lo hago nomás”. Todo con tal de construir un firme futuro para sus tres hijos: José, Vanesa e Ingrid. Para su suerte, la vida conyugal le ha sido más acogedora que la de su hermana. Junto a su esposo planea sacarle provecho a un pequeño terreno de cultivo que sus padres le heredaron a ella y sus hermanos en el sector Quemazón de su tierra natal. Allí siembran uva, arroz y otras variedades de fruta o cereales.

En tanto, la descomplicada Mónica se repone de una frustrada relación con un camionero que la dejó embarazada y obligó a dejar sus estudios de contabilidad en un instituto de Chocope. Pasados 11 años su ex conviviente le aporta cien soles muy eventualmente para la manutención de la pequeña Leydy quien cursa el sexto grado en el colegio “Víctor Márquez” de Sausal y quiere ser obstetra.
“Hace poco me hizo firmar un papel con engaños y perdí la demanda que le había iniciado. Pero Dios sabe porque hace las cosas, igual, tengo un sueldo que me sirve para educar a mi hijita y construir mi casita en La Esperanza, por el Senati, donde me he podido comprar un lotecito. Sueño con llevarla a Trujillo para que se eduque mejor y sé que Diosito no me fallará”, se motiva, mientras frota sus cuarteados brazos y
amarra los botines Caterpillar negros, los que combina con un ceñidísimo buzo del mismo color y una chompa de lana blanca, prudente para soportar el intenso frío nocturno sayapullino, ya lista para horas después salir de días libres como manda la política laboral de la corporación.

Fue un 16 de diciembre cuando las Portal Quispe ingresaron al proyecto. Hoy ya no cargan piedras, lampean o hacen encofrados. Ahora deben abandonar su habitación portátil más temprano que el común de los obreros para preparar el alimento matutino o alistar el almuerzo en una labor ininterrumpida de 20 días en campamento por 10 de descanso fuera de él. Pero para todos siguen siendo las “Barbies”, las queridas gorditas de Sausal, las mamacitas del complejo Sayaatoc, homenaje para las madres liberteñas, peruanas y del mundo.

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