“Que no hermanito, que piénsalo bien, que mira, ese precio para un modelo de ese año es muy alto, no hermanito nooooo…” Giovanna, mi querida hermana mayor, tiene una escondida obsesión por el mesianismo familiar que a veces, ya sulfura. En esta ocasión, sus “consejos” los sufro para adquirir una máquina de cuatro ruedas.
Comprar el bendito carro me está llevando más tiempo del que suponía y en gran parte por aceptar -o resignarme- a las maquilladas imposiciones de mi inigualable sister. Relato: estando en Lima –capital de Perú- la pasada semana, acordé reunirme con un vendedor de autos con quien tenía contactos desde hace más de dos meses. Mi decisión estaba tomada – habida cuenta que tener un vehículo me urge para iniciar el definitivo traslado a mi nuevo hogar- así que me dirigí al lugar donde Yoshio Katsuragi – así se llama el vendedor- oferta sus autos. Todo iba bien hasta que recibí la llamada de mi querida hermanita. Y no sé porque pero sentí que citarla al local de Yoshio -Giovanna vive en Lima- era un error.
Al final, no me compré el auto, visite cincuenta locales comerciales con mi hermana y su amiga Consuelo –una ex vendedora de vehículos y conocedora del ramo-, gasté mi tiempo y dinero y terminé más incómodo que tanga en poto de gorda.
Bueno, así igual adoro a mi hermanita por esa sobreprotección –léase cuidado y cariño extremo- que me profesa. Hasta novia me quiere conseguir. “Y ya sabes, cuidadito con gastar en autos de segunda sin consultar ah.. y no te metas concualquier chica, tu no puedes estar con cualquiera eh... y cuidado con gastar mucho de la tarjetas de crédito, por favor hermanito, ten mesura.. y no te preocupes, acá con mi amiga veo el auto y tu próximo viaje lo compras…” Ya Giovannita, ya...
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