domingo, 6 de febrero de 2011

Ocho años... debería ser maravilloso

                                   

- ¿Hey, pequeñín, que te pasa, eh? Porque no juegas fútbol con tus compañeritos?
- “Yo no sé jugar, señor, no sé, no insista por favor”

La mañana toma cuerpo con un sol radiante en la urbanización Los Granados pero a un carasucia de pantalones celestes y sandalias en muere parece no motivarle. Se ha sentado, enboladito, con las piernas pegadas al pecho y sus brazos rodeándolas, en una de las bancas del coliseo donde sus amigos, tan marginales como él, hacen deporte dos veces por semana como parte de un programa de desarrollo personal que una empresa local ha iniciado. Pero, ni las pelotas nuevecitas marca Umbro parecen importarle a Roberto. Y menos, las palabras de un flaco barbón con cara de pocos amigos.

- Oye, pero puedes aprender pues Robertito, vamos, acompáñame.
- “Que no, señorrrr”.

Eh, igual te quiero. Y si no soy yo será Orlando, el psicólogo. De repente Pilar V., la nutricionista. O quizá Pilar H., la profesora de voley a la que tanta atención le tienes y ahora sí le aceptas conversar y jugar.

Y vive en el Milagro, una pobre villa muy lejos de aquí, a la salida de Trujillo rumbo norte. Y tiene cinco hermanos mayores. Y trabaja desde los seis. Y no conoció a su padre. Y su madre trabaja "lejos, en una fábrica por Lima y nos visita cada semana" Ocho años de edad y tantas preocupaciones para una etapa que debería ser maravillosa...

Pero esas turbaciones que pueblan tu mente o tantas penas que tu cuerpecito – débil pero con ganas de vitalidad - parece haber sufrido, tienen que disiparse. Y la próxima semana, vuelvo a la carga hasta que seas mi 'pata'… por mi madre.



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