lunes, 24 de septiembre de 2007

Duras razones







A propósito de los acontecimientos generados hace unos días en la mina Sayaatoc (si usted gusta de leer las tonterías que escribo en este blog sabrá a lo que me refiero) hoy reflexionaba en torno a la severa actitud de los comuneros de Huancajanga. Intentaba entender su postura agresivamente contestataria, su iracunda rebeldía devenida en agresiones, ataques a mansalva, convicción por la destrucción. Me interrogaba del porque de su amargura, de su rechazo más allá – y yendo estrictamente al plano de lo ocurrido en Sayapullo- de las nocivas influencias del terrorífico líder huancajanguino, el tal Andrés Simón.

Siendo más profundo aún, buscaba coincidencias entre tantas disidencias acontecidas entre minería y comunidades en diversos puntos del territorio peruano. ¿Cuál es la médula conceptual que ayude a entender porque tales conflictos entre dos actores permanentes?, me decía. Majaz, Tambogrande, Combayo…

Y entonces, minutos después de hondas cavilaciones, recordé en hilera imágenes recurrentes en mi paso casi diario por los territorios del interior: pobreza extrema, panoramas sociales lacerantes, que quiebran el corazón del más duro, vidas de cloaca…

Recordaba a Jorgito y su malformación física nunca restablecida en caso no hubiera sido advertida por una empresa foránea, de Manolito, condenado a una autoasistencia obligada al no haber un bendito doctor en su caserío, del porvenireño Jorge Riva y su condena a perder la pierna derecha por no tener seguro médico, de Pedrito – el campesinito de Agua Limpia- y la maldita uta que le carcome los miembros inferiores mientras el gobierno celebra el alza en los índices de salubridad (a nivel urbano). De los inocentes niños que escribían ofensas sobre la camioneta que me transportaba, de los animales raquíticos por beber agua contaminada, de varones débiles y agotados por causa de la explotación a los que les someten viles patrones. De esa vivencia bodria de nuestros hermanos andinos mientras Alan García les pide un año más de tregua para paliar sus notables carencias.

Allí, en ese panorama sombrío que acompaña sus retinas cada día y se plasma en la extrema carencia de servicios básicos, sus negados derechos a una educación digna o asistencia médica decente, en sus niños de cuerpo endeble y sus casas de quincha, en su condición de vida deplorable, en esa amargura que les mina el alma desde hace centurias, podemos entender la razón de esas actitudes. Así, el tal Simón no resulta sino, el aprovechador de turno. El delincuente que, persuasivo de mentes ignorantes y cargadas de amargura, las exacerba a favor de sus bajos intereses. El que explota a los excluidos, los marginados, los desamparados del sistema, los cholos de “Todas las Sangres”, la extraordinaria novela de José María Arguedas.

"La culpa no es nuestra, sólo queremos aportar" expone con sustento un alto funcionario en una charla tras la superación del conflicto. Pero, ¿acaso sí es de ellos?

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