Estoy y no estoy. Circulo por una amplia avenida de luces brillantes e imágenes difusas de paso apurado… un semáforo en verde que no atino… sonidos como pitidos prolongados a mi espalda… un pequeño pretende venderme unas hamburguesas y no entiendo lo que habla... el carro se me apaga entre Miraflores y América Norte. Me falta gasolina. No me importa.
Estoy y no estoy. ¿Será la pena de sentirme tan solo entre tanta felicidad?, ¿será el abrupto recuerdo de un cariño frustrado que recaló en Europa y hoy me escribió una carta cariñosa?, ¿será la nostalgia por ella, esa risueña intérprete, tan lejos de mi de como sus intenciones de regresar al Perú?, ¿serán las secuelas espirituales de un complejo adquirido en la adolescencia?, ¿quizá la inesperada llamada de JM? , ¿la falta de un amor? Estoy y no estoy.
Retorno a la oficina para avanzar mis labores. Pero no, no puedo. A esta hora, la locación me resulta como una guarida para esconder el llanto. Aquí, entre hojas, lapiceros, computadoras y este blog, disipo mis problemas existenciales. Creo que la escritura es la mayor de mis amistades. Un mensaje a mi casilla de internet me hace recordar que soy importante para muchos; que valgo, que tengo mucho más por hacer... ha resultado mi luz al fondo de este túnel momentáneo.
Son las 11.59 p.m. y reparo en que no he cenado… Tip-top. Es el sonido seco del aviso de mensaje en el celular: “hola Oswi, que haces?, salimos?” se lee. No, Ana, no tengo ganas. Sólo quiero no volver a tener esta depresión en buen tiempo.
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