miércoles, 30 de abril de 2008

Lucha interna


Desde siempre fui un romántico compulsivo. Lo supe entrada la pubertad, cuando mis amores iban más allá de la pelota y empezaban a tomar forma humana. Al quedar prendado de una hermosa estudiante de secundaria y no poder conquistarla y tan rápido olvidarla, entendí que mi acceso al terreno de los sentimientos sexuales daba comienzo a una trama muy accidentada, muy voluble. Que pretender una vida de cuento de hadas con cada mujer de tu vida era sólo eso, una fantasía.

Y sentía, cada día que me enamoraba, que era un bicho raro, una especie castigada a deambular en búsqueda permanente de alguien, ese alguien que era nadie, esa princesa que encontraba en cada esquina y olvidaba en cada calle antes de acceder a la siguiente vereda. Así aún, mantuve ocho años de relación con una hermosa chica que conocí en la universidad, pero sin poder evitar los obvios sobresaltos devenidos de un carácter tan cambiante en afectos. Creía enamorarme en cada lugar...

Vuelto a la libertad, si en el concepto de mis amigos más íntimos podía ser un tipo afortunado, en mi mente sólo cabía ser un desdichado que cada vez trataba de limpiar sus culpas y exorcizar al mal habitante de mi cuerpo.
Maniqueo quizás, alguna vez pretendí ser como mi hermano mayor, tan pragmático para asumir su agitada vida amorosa. Pero no podía ni puedo. No quiero hacer daño y sin embargo, solo y triste, he terminado accediendo. Y destruyendo casi todo
lo que ingresa a mi terreno afectivo.

Ni sentirme dentro de una sociedad tan machista y extremadamente sexual alcanza para atenuar mis reflexiones. Creo ser un grano más que conforma la montaña. Pero igual, no puedo evitar decepcionarme y continuamente alimento mis ilusiones de encontrarla, a “ella”, la princesa que dará fin a todas mis ansiedades, la hermosa flor que consagrará mi mejor paisaje y se convertirá en lá compañera perpetua.


Cómo me haces falta madre, eh...

No hay comentarios: