Cuando niño, pragmático,deshinibido,despreocupado e irreverente, solo soñaba con ser futbolista. No había mayor anhelo que alimentara mis ilusiones que emular a Cubillas, Juan Caballero, Oblitas, Maradona o tantas estrellas de chimpunes, fama, dinero y mujeres que veía por la televisión o cada vez que acudía a un estadio. Sueños que sentía, podía construir mediante horas de horas dedicadas al inigualable placer de correr tras la pelota. Estaba convencido que llegado al momento sería un futbolista profesional.
Sin embargo, con el paso del tiempo, y el crecimiento de los afectos y las obligaciones, mi pasión por el más popular de los deportes se fue disipando dentro de mis intenciones de asumirlo como sustento de vivencia. Así, resignado a no escalar más allá de convertirme en un regular volante de clubes amateurs, mis hermosos años de futbolero fanático debieron ceder y entregarle sus bien ganados espacios, principalmente, a deberes universitarios y luego laborales.
Debí cambiar la pelota por los libros y las canchas por estructuras cuadradas de cemento y repletas de sillas. Nada más patético pero que debía asumir con maquillada resignación. Ciertamente convertirse en adulto asesinó mis alegrías más naturales. El problema es que no me di cuenta hasta hoy en día, cuando, cansado de preguntarme la causa de mi nostalgia, concluyo en que siendo infante o adolescente todo era muy fácil de llevar y podría ser lo mejor que me sucediera ahora. Ni estudios universitarios, ni angustia por el dinero, ni amores que te hagan sufrir… sólo yo y el fútbol, la pareja más feliz…
Que tal novedad.
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