viernes, 18 de diciembre de 2009

Esos 'rosados' que tanto friegan eh...



“Hola como estas, espero ke podamos ser amigos, me llamo….,soy de trujillo, y nada mi correo es.. espero ke me des tu correo, bueno vi tu perfil, y te agregue espero no incomodarte, soy educado respeto a la gente, y nada merezco respeto tambien,bueno no tengo mas ke decir espero ke te vaya en todo, cuidate espero tu mensaje, me pareces muy atractivo, hasta pronto bye “

Hace unos años, una novia universitaria muy ‘cool’ me dijo, entre seriedad y broma: “contigo no tengo temor de las mujeres, más tengo temor de los maricones”. Fue minutos después de bajar de un micro atestado de pasajeros y donde un tipo, de esos que de lejos parecen pero de cerca son, tuvo la osadía de lanzarme una supuesta mirada atrevida, sin importarle su presencia.

A esas alturas de mi vida, con más problemas económicos que un libro de Baldor, rebelde estudiante resignado a sufrir de clases aburridas y profesores desabridos, fanático del fútbol y redactor del principal diario local trujillano, 23 años y templado de una flaca más derecha que un parante, nada me interesaba menos que reparar en si un tipo con brazos velludos usaba faldas, un gordo que calzaba 46 se ponía tacos o el negro Perico Juárez quería que le llamen “Lucía” y ser potona como Jennifer López.

Sin embargo, a mi chiclayana de marras, tan dulce como rapaz para intuír todo lo que pasaba a mi alrededor, no se le escapaba un sólo detalle. Y ese comentario, que sentía indiferente en ese momento, encerraba un presagio que años después, se ha convertido en un modus vivendi para este pobre trasuntador de caminos agrestes en búsqueda de la panacea para los males del existencialismo.

Desde esa bendita frase a la fecha, son cientas las anécdotas que en torno a los colegas de Carlos Cacho y, para mi triste reconocimiento, he sumado. La primera, calificada así porque resultó la más “famosa” me ocurrió con la Chola Natacha, un famoso travesti que a mediados de los noventa rayaba con sus parodias de una mujer andina con aires de diva en América Televisión.

Ella, o él, llegó a Trujillo para inaugurar un casino. Se tomó casi dos jarras de vino y, entonces, pretendió “levantarse” a un flaco periodista del diario decano que sólo quería entrevistarle, pero no meterse a su cuarto de hotel y “armar una fiestita” como le propuso mientras se relamía los labios y le cogía fuertemente del brazo derecho en medio de cientos de casineros de la calle Orbegoso. Felizmente, escapé a tiempo.

Luego, mucho agua ha corrido bajo el tiempo. Desde fotógrafos testarudos hasta anónimos acosadores pasando por amigos verdaderos que no se mandan porque no les ofreces ninguna posibilidad, banqueros recatados que se admiran de la prosa de un columnista de opinión o hasta compañeros de universidad hoy metidos de abogados. Y ya lo último fue este tipo que, hace tres días, me envió un mensaje a mi casilla de correo electrónico y con cuyas frases inicio este escrito. Parece mochilero, se viste rosa y no aparenta ser gay. Un León Melquíades versión humana. Igual, me llega al…tamente.

Que Ollanta salga presidente para que fusile a los que son tan lanzas!!!!

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Mi amigo, Walter



El medio día se forja con clima de fiesta dominical en el barrio Santa Edelmira. El sol – casi perdido por estos días en Trujillo - se pone a punto, en tanto, doce tipos con vestimenta diversa y extraordinariamente sucia, corren e insultan en torno a un balón sobre la losa deportiva, ajenos a la mirada de decenas de aficionados que carcajean de sus torpes capacidades futboleras. Metros más allá, unos parroquianos se toman las que deben ser sus últimas cervezas a juzgar por sus movimientos de títere, mientras un heladero de Donofrio parece dudar entre ingresar al recinto o seguir su rumbo, consciente de la improbabilidad que 10 humildes grasientos prefieran un Donito a una Pilsen helada.

Y la música se escucha a alto decibel en el parque 12 de Octubre, costumbre de fin de semana según nos explica la “vieja” mientras sus vivaces ojos negros buscan a don Raúl, el tendero que nos ayudará a tomarle las placas de rigor para este negro de sangre inca y alma de espartano.

La historia de Walter nunca deja de conmoverme. Es, para esas ocasiones en las que la pesadumbre parece ganarme la pulseada, el bálsamo que cura el alma, que carga las baterías de mi espíritu y me motivan a levantar y seguir la jornada.

Era 1999, cuando lo conocí en circunstancias que, valgan verdades, no recuerdo bien pero que agradezco infinitamente. Llegó a la redacción del Satélite, de seguro, similarmente vestido como ahora que abraza a su nieto Eli y lo besa tiernamente: con su buzo azul raído que parece eterno y esas zapatillas Dunlop que nunca se le gastarán pues nunca pisan el suelo y sólo lava cada cuatro meses. Con el cabello desordenado, los ojos saltones y las manos sucias de tanto tirar las ruedas. Sentado sobre esa vieja silla andante hecha de plástico y metal que se resiste a dar el último crujido y ceder a la tecnología. “¿Por qué no te consigues una electrónica oye?, esa ya está vieja como ‘tú’ comprenderas”, le increpo a manera de broma y su risa aflora espontánea.



“Ja, ja, ya ves, tu también compadre”, me complace. El senil apelativo se lo puso Jorge Flores, otro de los ‘chancaditos’ que conoció durante sus terapias de rehabilitación.  “Yo todavía soy chibolo y puedo más que tú, es más, ahorita me bajó de esta cojudez y me pongo a jugar con esos mecánicos que deberían estar chambeando en lugar de dar pena con la pelota”

Clik, clik, clik, suena la Canon del fotógrafo Anderson Casanova, mientras Walter abraza y juega con su nieto. El infante de seis años de edad es, en palabras del propio moreno, una de las razones fundamentales por la que tantas veces, angustiado y deprimido, postergó la que hubiera sido la más estúpida y fatal de sus decisiones. “Ese enano es mi razón de vivir compadre, franco”. "Y pronto vendrá otro que será mujercita, mano, ¿para qué más?"

Ya son casi 20 años desde que una fatal caída de un edificio en construcción le cambió la vida al varias veces considerado el mejor deportista del año en La Libertad. Una megaconstrucción de irrigación en los valles liberteños, un escalamiento sin tomar prevensiones, un mareo, un resbalón y un amanecer en la cama de la clínica de un hospital. Walter nunca volvió a pararse. Semanas después, enfermo y con el cuerpo invadido de de llagas y escaras, su esposa lo abandonó junto a su pequeño hijo, Franco.

Luego, vinieron meses de crueldad insufribles. Hasta que una bendita noche un reportaje televisivo sobre atletas discapacitados supuso un punto de quiebre en su nuevo proceso: decidió dedicarse a la natación. Entonces, vinieron muchas consagraciones, muchos títulos nacionales e internacionales. Y allí, gracias madre, pude estar para ayudarle, sólo un poco, a convertirse en el más grande nadador que Trujillo ha tenido y alimentar una foja de servicios terrenales, la mía, que anda en debe.
Gracias, de corazón, Walter.

viernes, 2 de octubre de 2009

Vuelven los "Diablitos"



Diez años atrás quizá, un grupo de adolescentes del barrio El Porvenir, ese pedazo de tierra, árboles y muchos zapateros donde pasé toda mi infancia y parte de mi juventud, se me acercó para solicitarme lo que, en ese momento, menos supuse en un grupo de vagos con pinta de arrebatadores de carteras. No se trataba de propinas para comprar gaseosas, el favor de publicar la foto de la “gallada” en el diario La Industria o asesoría para denuncias en algún medio de comunicación. Los chiquillos de marras, con el inefable Dustín a la cabeza, habían concebido una idea que me pareció de lo más saludable: pretendían, inoculados por ese virus incurable y abordante que se llama fútbol, constituir un equipo oficial en el barrio y participar del torneo amateur de segunda división que se disputaba en la liga de El Porvenir.

Así, nacieron los “Diablitos Rojos”. Y así, se concretó el mayor mecanismo de unión social que la cuadra 12 de la av. Pumacahua ha conocido. Y es que no hay mayor cofradía, más efectiva sociedad ni mejor ágora portátil marchante que la que genera el club más popular de todo El Porvenir Bajo.

A la hora de poner el hombro para que el equipo participe en el torneo laredino -finalmente el club se inscribió en la Liga de Laredo por ser más segura- nadie dá la espalda. Se dejan de lado diferencias o asimpatías y hasta la Tía María, una vieja que nadie quiere, se apunta para freír los anticuchos que servirán, luego de ser vendidos, como promotor de fondos económicos para adquirir los uniformes o ese par de chimpunes que restan para vestir a los jugadores. Y si las medicinas para los lesionados no alcanzan o no hay dinero para pagar los pasajes del entrenador, mano al pecho y otra al bolsillo derecho que nadie puede decirle no a los "Diablitos".

Este año el equipo reaparece tras cuatro años de inactividad. Son 16 chicos que entrenan cada día a las seis de la mañana en los mejores estadios de Trujillo y provistos de indumentaria aceptable además de energéticos que me regaló el negro Víctor, un amigo funcionario de la firma Herbalife.

El domingo 4 debutan con uniformes nuevecitos donados por el buen José.
Ojalá ya no se les ocurra golpear a los árbitros o agredir rivales.
Que se porten como lo que no son: angelitos.

miércoles, 29 de julio de 2009

¡No malogren mi casita por favor!


No pocas veces estamos, agobiados por circunstancias diversas, obligados a adoptar decisiones que nos cuestan una eternidad. Algunas como resignarse a que ya no nos aman y emprender nuevos caminos, otras reconocer que esas zapatillas que tanto nos gustan ya hasta cambiaron de color de tanto lavarlas y nos apretan como nadie en nuestro pies talla 43, o asumir que las patas de gallo se asoman en nuestros rostros decadentes por más que estiremos los pómulos como chicle mascado. Determinaciones que, como el abrazo materno, no podemos soslayar.

Hace tres días, tras mucho librar en la búsqueda de alquilar mi casa nueva, pude conseguir un cliente ciertamente fiable. Un par de jóvenes representantes de una empresa de capacitación de personal que con pinta de sinceros y serios, María y Alvaro, me convencieron a cederles por tres meses – como acuerdo inicial- mi hermoso lar de dos plantas y azotea. Una estructura de cemento que representa mucho más que un simple bien inmueble para un escriba tan sensible como depresivo: un pedazo de mi vida, un cúmulo de sueños dorados, esfuerzos enormes y sacrificios prolongados iniciados desde adolescente.

Empero, un corazón de cemento que, forzado por las normas de mi padre - ese carismático pero terco ancianito que ni por Sofía Loren es capaz de cambiar su residencia en un barrio criollo a la urbanización Palmas del Golf-, debí poner en alquiler antes que el desuso y abandono la conviertan en una casa de estructuras nuevas, cómodas y estéticas pero triste, muerta.

Ojalá nomás que Alvaro y toda su comitiva, a veces jóvenes ansiosos de juerga y relajo, a veces serios maestros de mirada adusta y discurso serio, no me la maltraten. Por lo pronto ya rompieron un cuadro de pared, que espero, no sea un mal presagio. ¡Y es que ni 500 dólares mensuales o todo el oro del mundo valen más que mi casa, asi sea pequeña como la del Chavo del Ocho, pero mía!

martes, 21 de julio de 2009

Feliz aniversario, Satélite

Hace unos días leí un emotivo testimonio de César Clavijo a propósito de un nuevo aniversario del vespertino Satélite. Y no pude evitar las nostalgias cuando el ‘negro’, con esa limpieza que acostumbra, recordaba pasajes vividos en ese ‘huarique’ de auténtico periodismo añejo de 5 x 20 metros ubicado en el segundo piso de la casona de los Cerro Cebrián y que hoy, con suma justicia, envidiable orgullo y mucho de bohemia, celebra 40 temporadas como líder en ventas de periódicos en La Libertad.

Allí, y para no salirme del contexto deportivo que esta columna exige, con muchas amanecidas de por medio y entre fotos de blanco y negro de ´Cuchala’ Larios, Antuco Frontado, Moacyr Pinto, ‘Tato’ Meléndez, Pedro Horna, Jorge Pacheco y Diana Uriol, otras coloridas de Juan Caballero, ´Calín’ Delgado, Walter Terrones y Karen Zapata, el carácter risueño de ese notable fotógrafo de deportes que fue don Jorge Rocca, las singularidades de ‘Fermor’ y los gritos desaforados de don Víctor Hugo Paredes cada vez que el área de Impresión nos acosaba y la entrevista en contraportada no se terminaba, consolidé mi cariño por el periodismo deportivo.

Fue hace más de 10 años cuando pise su suelo de madera manchada y me incorporé a su hermandad, cinco desde que busqué nuevos rumbos. Y ese tiempo, lejos de atenuar el recuerdo hacen nítidas esas antológicas discusiones de callejón y mucha comedia entre el Director, el ‘Flaco’ Rocca y don Gilberto Reyna, el carácter entre duro y afable pero siempre conciliador de doña Carmencita, las columnas de don Elder Lázaro y, vaya lujo, esa adrenalina que los mayores libros de Restrepo evocan pero que solo en Satélite se siente tan claro y contundente como el mejor golpe del recordado ‘Romerito’: la emocionante tensión por el cierre de edición cada medio día. Que los cumplas feliz. Hasta la próxima.

(Lo escribí hoy, para la edición del miércoles 21 del diario La Industria. Me trae muchas nostalgias este diario. Quise compartirlo contigo)

jueves, 9 de julio de 2009

El abrazo del hijo de Dios



Madrecita, aquí tienes lo que te prometí. Y por favor, ayúdanos a superar de una vez por todas este problema que tanto nos agobia. Te adoro viejita...

Hace unos días caminaba hacia una empresa de transportes con el objetivo de comprar un pasaje hacia Chiclayo. En el camino decidí pasar por la esquina que forman la avenida España y San Martín, zona donde labora un humilde y noble obrero con malformaciones físicas y retardo mental que me genera enormes emociones.

Al trigueñito de cuerpo amorfo, andar rengo, mirada triste y sonrisa a flor de labios le he prodigado mis mayores afectos: hasta una hervidora de agua destinada a mi padre le obsequié una vez, en un arrebato de cariño cuando, con deprimente esfuerzo, intentaba limpiar la luna delantera de mi auto sin resultados felices. En otra ocasión papá se quedó sin comer un pote de mazamorra y, en una más, una casaca nueva de color negra tuvo como destino sus agrietadas manos.

Esta vez quería conocer más de él, saber su nombre, cuantos años tenía, donde vivía y quienes eran sus padres. ¡Y qué emoción tan sublime cuando lo ví reír al verme a lo lejos! ¡Que me haya reconocido y abrazado cual viejo amigo!

“Hola, ¿como estás?, ¿cómo te llamas?” le pregunté acomodándole su sucia gorra roja con visera hacia atrás. Y sólo recibí sonidos guturales, muecas indescifrables y sí una clara señal con la mano derecha para acompañarlo. Caminamos unos metros y su dedo índice marcó un nombre escrito sobre la pared mostaza donde apoyaba sus trastes, contiguo a la puerta de una tienda de abarrotes. Se leía, con tiza borrosa y letras mayúsculas ordenadas en forma diagonal: JESUS. Como el hijo del Hacedor que salvó al mundo.

¿Jesús, ese es tu nombre ? le repliqué. ¡Sssshhh!, me respondió moviendo la cabeza de arriba hacia abajo mientras sonreía exponiendo una dentadura tan negra como destruida. Je..u.. A…bert..o.
“¿Y donde vives?” Y otra vez el brazo señalando a lo lejos. “¿Y qué edad tienes?”… tres dedos abiertos… “¿Tienes hermanos?”… cuatro dedos…

Así entendí que tenía 30 años, que sus padres trabajaban en otras zonas de la ciudad limpiando carros, que él se instalaba allí cada día desde las 2 de la tarde hasta las 8 de la noche intentando limpiar lunas y ganarse unos soles. Y que tenía cuatro hermanos… y que era un ejemplo de vida… un ángel terrenal…

“¿Y te acuerdas de mi?”... y la cabecita que se mueve de norte a sur y sus dientecitos roidos al aire y…vaya Dios mío, un abrazo esforzado, puro, celestial… que lo sentí como el de mi madre…

Chau, Jesús Alberto, Dios te bendiga…
Gracias Dios por darme tanto..

viernes, 5 de junio de 2009

Gracias Dios mío!!!!!

Hoy, no me sale nada para escribir. Mis emociones son tan intensas que no tengo inspiración. Sólo soy un manojo de nervios, un cuajo de temblores que me inician en el estomago y terminan en mi corazón. Estoy enamorado. Sí, mi búsqueda alcanzó destino.

Y no me importa si no soy correspondido o sentir tamañas angustias por esa noble mujer que tampoco merecí o si lloro mares por que reaccioné tarde. Lo que he recuperado es demasiado hermoso y no justifica caer en la depresión: saber que he vuelto a ser humano, que nuevamente renació el más sublime de los sentimientos en mi pétreo corazón. Que vuelvo a creer. Que estoy enamorado por el amor de Dios!! Gracias madre!

jueves, 4 de junio de 2009

Grandioso, mi negrito



“Las células son las unidades microscópicas básicas del cuerpo humano… la sangre tiene como componentes… el cerebro se compone... bla, bla, bla…” Esta mañana mi dulce soñar fue interrumpido por un sonar atípico. No eran los cantos inarmoniosos del gallo de la vecina de al lado que de cuando en cuando despierta a los entregados a Morfeo. Tampoco el agudo sonar del altavoz del camión de la Baja Policía alertando a los comuneros que no cumplieron con sacar sus bolsas de basura. Mucho menos el alto volumen de la antigua radio que mi padre acostumbra activar cada seis de la “madrugada” para escuchar Radio Programas desde el comedor del primer piso.

Esta vez mis oídos bramaron por la lectura inconstante y desordenada pero de muy alto decibel de José Manuel, el incomprendido adolescente que habita en la casa de la familia Gutiérrez, también vecinos contiguos de mi progenitor. Se oía tan clarita que hasta mi viejo supuso que era yo quien miraba la TV desde muy temprano quizá afectado por mi consabido insomnio. “No papá, no prendí nadaaaa..”

El menor de los Gutiérrez es un delgado morenito de facciones finas, elástico cuerpo y mirada triste cuya infancia ha distorsionado largamente cualquier realidad de un púber merecedor de protección en un barrio algo peligroso. A sus 18 años nunca nadie le dio un abrazo fraterno más de aquellos que recibió de brazos de su madre ocho meses atrás, cuando ella retornó por unos días de su prolongado periplo en Argentina donde trabaja tras haber dejado Perú, en 1993, justo cuando el último de sus hijos recién aprendía a gatear.

Así, el ‘Negro Canebo’, como le conocen desde que un asesino adolescente irrumpiera famosamente en las crónicas sangrientas de la Mass Media peruana allá por fines de los noventa, no recordaba su rostro hasta que Carmen, llorosa y temblorosa, le hizo sentir los afectos más emotivos que un chiquillo huérfano de padre – este falleció abatido en una balacera por la policía- con cuatro tíos desadaptados y tres hermanos mayores que viajaron al extranjero cuando era muy infante, solo conocía por películas infantiles, las que miraba con los ojos enrojecidos y una envidia que le descarnaba el alma.

Sin embargo, recién terminada su secundaria –perdió dos años por no poder pagar la matrícula en el estatal José Carlos Mariátegui- no se amilana. Su tenacidad llega a límites increíbles para cualquiera que, como quien suscribe, ha visto sus sufrimientos. El de milagro no es un delincuente prontuariado como alguno de sus tíos ni se droga o alcoholiza como varios de sus amigos de escuela o calle. Él desea ser alguien y quiere luchar por el retorno de su madre. Quiere ser profesional y cobrarle una revancha a su familia. Y por eso postulará a la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de Trujillo, en julio próximo.

Por eso empezó a estudiar todas las mañanas en la azotea de su casa, exactamente paralela al tercer piso de la morada de mi padre y a pocos metros de un tragaluz por donde filtra cualquier ruido, sea el trinar de un pajarillo impertinente, el kikirikeo de un gallo medio maricón, los gritos destemplados de un seboso camionero recolector de desperdicios o hasta el que genera su bronca voz, amaestrada intensamente desde sus inicios como cobrador de combis, a los 12 años.

Esa voz que, vaya joda, me despierta a las “seis de la madrugada”. Justo cuando ya asumí que debo vivir junto a mi viejo y no en mi casa, a tres kilómetros de El Porvenir, en la silente Palmas del Golf, donde por ahora no hay aves gritonas ni basureros ruidosos. “Shht, papá, es José Manuel que está estudiando Medicina, óyelo bien, si hasta parece relator de noticias borracho…”. “Oye, sí pues, caramba,¿ bien por el Negro no?”
Suerte, mi ‘Negrito Canebo’, futuro doctor.

jueves, 19 de marzo de 2009

Pallaquerita y pobreza



Anita tiene siete años y vive en una humilde chocita del poblado de Ongón, en Pataz. A su corta edad no conoce más entretenimiento que el trabajo diario que su padre le exige realizar cada mañana, su única forma de subsistencia. Picar, golpear y rebuscar, hasta casi sumergirse entre piedras y barro, es común para la pequeña llampera, ex estudiante de una escuela fiscal que abandonó por falta de tiempo para asistir a clases y el apoyo que requería su progenitor.

Hortencio, un maduro cholo de grueso acento, se inició laboralmente como dedicado campesino pero, cansado de ganar miserías y ver centenares de fóraneos que, según su óptica, se “llenan de plata en mi tierra sin dejar nada para el pueblo” decidió adentrarse en una nueva ocupación y hoy, imita a decenas de pallaqueros asentados al pie de las profundas bocaminas que, cual hormigas, se ven alineadas en las faldas del cerro Quiripuzco. Todos, humildes nativos ansiosos esperando las salidas de los burros o plataformas de madera vaceadoras de desechos altamente contaminantes pero portadores del preciado oro en milimétricas pepas o cañachos.

Así, para Yarita y su padre no hay peor condena que la llegada de las grandes corporaciones mineras a su zona: equivocadamente, asumen que les roban, que les quitan la poca riqueza natural que poseen y que son totalmente indiferentes a sus necesidades básicas.

Y es que “un puentecito, una veredita, una canchita de fulbito no alcanza para solucionar mis problemas; esos se llevan millones y nosotros seguimos muriéndonos de hambre; a mí el papel y las palabras no me mejoran nada”, exclamaría, probablemente, el amargado jefe de familia. Pensamiento casi popular en esa comuna inhóspita, sumergida en las entrañas de la sierra liberteña y donde el 98.7 pobladores viven en situación de extrema pobreza según el increíble como lacerante reporte del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).

Y el problema se agudiza si a la incapacidad de generar proyectos de inversión social por parte de sus autoridades políticas le adicionamos la carencia de efectivos canales de información entre esas –tácitos fiscales de la explotación minera- y los pobladores, o peor aún, la todavía inconsolidada relación entre empresas y comunidades plasmada en más de 140 conflictos vigentes en diversos puntos del país.

Quizá la razón le asista al amargado Hortencio teniendo en cuenta que los ingresos económicos regionales por ese rubro son extraordinarios y no se tangilibizan en obras de impacto social, en tanto los índices de salud, educación y nutrición son cada vez peores. Y eso ocurre justamente en Pataz, la tierra del oro. ¿Hasta cuándo? podría preguntar Yarita mientras se lleva a la boca un pedazo de camote que su madre dejó sobre el plato. No lo sé pequeña, pero cuando esta realidad cese, ojalá no sea tarde para ti y tu comunidad. Dios no lo permita.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Juancito, el albañil



Varias tardes atrás, mientras almorzaba plácidamente en el restaurante de mi hermano mayor, lo divisé. A lo lejos, esforzando la vista, observé como con evidente esfuerzo, cual pugna entre su débil brazo y un necio martillo, intentaba romper un pequeño bloque de mayólica sobre el piso rojizo en el salón de actos del Club Libertad. “Hola señor, me llamo Juan Aguilar”

El huesudo albañil llevaba ya tres días intentando parchar las bloquetas del Salón Olímpico, antiguo recinto de 300 metros cuadrados rectangulares, vieja sede de las fiestas más pomposas de la rancia aristocracia trujillana y hoy convertido en lugar de todo tipo de eventos desde privados con etiqueta hasta los más populares de dos soles la entrada. Y ni la presión por dejar listo el suelo para la tradicional Fiesta del Perol apuraba su meta; parecía que el noble viejo en lugar de reparar, destruía.

Pero ni eso o las advertencias de Manuel – mi hermano mayor- sirvieron. Siempre presto a los arrebatos de altruismo que asaltan mi humanidad, me acerqué y le pedí q me acompañara a casa una vez culminada sus labores en ese recinto. Le expliqué que buscaba un albañil para que me instale un lavadero semiconstruido en la azotea de mi domicilio y por tanto, urgía de sus servicios. “Eh, eso lo hago rápido, pero teníamos que ver como está pé, yo voy mañana con mi ayudante”, respondió el risueño obrero mientras degustaba el humeante plato de sopa que tenía delante suyo y lanzaba su mirada, como quien da una orden, a Jhon, su joven sobrino y asistente, quien también se había sentado en la mesa del comedor que compartía junto a mi padre.

Me citó a la 1 p.m. del día siguiente. Y allí empezó el martirio…
Hoy, tres semanas después, en el proceso de implementación de la azotea de mi domicilio – instalación del lavatorio, enlucido del cuarto de servicio y pintado de todo ese recinto- he conocido toda su historia pero muy poco del buen trabajo que dice siempre ha sabido realizar.

Juancito Aguilar nació en Hualgoy, un escondido caserío de Otuzco, y no tiene primaria completa. A los seis años perdió a sus padres y debió buscárselas solo, en la ciudad de la Virgen de la Puerta. Allí trabajó desde pequeño en la comisaría del distrito como ayudante de limpieza hasta los 17 años, cuando decidió emigrar a la selva, enamorado y buscando mejorar sus flacos ingresos.

A los 35, ya con un hijo a cuestas, decidió cambiar de aires y se vino a Trujillo, donde trabajó hasta de vigilante y repartidor de periódicos. Hasta que hace 10 años, cuando la Tuberculosis se llevó a su querida esposa y ya no le aceptaban trabajar enplanillado debido a su avanzada edad, decidió independizarse y trabajar por su cuenta. Ahora vive con John en una humilde covacha del Pueblo Joven Pesqueda, a 15 minutos de Trujillo y su única hija, Silvia, vende sacos en el mercado Santo Dominguito, a pocas cuadras la casa que habita junto a su esposo e hijo.

Quizá sus casi setenta años y la debilidad de sus brazos conspiran contra sus buenas intenciones y por eso Juan coloca hileras de mayólicas como rastro de culebra y cuando pinta una pared es el piso el que cambia de color así que no goza de muchas oportunidades de trabajo pese a su inquebrantable fe. Esta es nacida de su leal asistencia a la congregación religiosa de los Testigos de Jehová, la cual conoció hace cinco años, cuando la nostalgia y el alcohol ya lo derrumbaban.

“Por esa época yo tomaba mucho don Oswaldo; lo que ganaba rápido lo gastaba con los amigos y no era bueno, esos aparecen cuando tienes plata nomás; felizmente unos 'hermanos' me llevaron a la Iglesia y ahora he cambiado y estoy tranquilo, quizá no tenga mucho pero vivo normal y se que Dios nunca me va a fallar”, me dice con una seguridad que asombra, mientras nos tomamos un vaso de Inka Kola en doña María, el esquelético restaurante que alimenta a todos los obreros laborantes en la urbanización El Golf.

Sí, lo sé Juancito, y admiro tu convicción, pero a mí si me estás fallando y no tengo los poderes del Hacedor para mejorar mágicamente tus acabados ni el dinero de Bill Gates para contratar otro obrero...

viernes, 27 de febrero de 2009

‘Chuleto’ no se va

“Mira, ‘Cabecita’, la verdadera razón por la que te he llamado para tomarnos estas cervecitas es porque… eh, emmm... me estoy despidiendo amigo. Me voy, mi ‘Cabecita’, me voy a España con mis hijos en unos días. Ya todo está listo…”
Las palabras de Jose Rodríguez Chávez, a esas alturas casi inentendibles para un tipo desacostumbrado a amaneceres de alcohol y charla como este formalito escriba, venían acompañadas de una expresión triste, llena de nostalgia, meláncolica. Eran las 5 a.m. del día lunes 24, y junto a Luis Gutiérrez y el “Pibe” acompañábamos desde hace varias horas al querido 'Chuleto' -apelativo cuyo origen desconozco- en la puerta de su tiendita de abarrotes, en la cuadra 11 de la calle Manuel Ubalde, barrio El Porvenir, justo frente a la casa de mi padre.

“… pero sabes, ‘mi Cabecita’, nunca me voy a olvidar de gente como tú, como el Pibe, como Lucho, este es mi barrio compare! Y tú, Oswaldo, tú seguiste mi camino y por eso me da gusto tomar hoy contigo, siempre has unido al barrio y eso vale carajo”
El moreno de piel cobriza y curtida, cabello ralo y nariz ancha y achatada como la del mejor boxeador mostraba su lado más débil, quizá vencido por la nostalgia y un destino casi inevitable para su difícil situación económica y conyugal: alejarse de sus orígenes, muy lejos. Como miles de peruanos vencidos por la desolación laboral ‘Chuleto’ decidió cruzar el charco y el 8 de marzo llegará a Vigo, donde lo espera su esposa, empleada de un supermercado desde hace ya cinco años.

Pero no se va sólo. Con él no parten nada más que sus dos hijos, Paola y Beatriz, sino también una maleta copada de hermosos recuerdos de comunidad, concordia, trabajo en equipo y promoción del deporte en el barrio Ubalde, además de algunos de mis más hermosos pasajes infantiles. Fue él quien, desde muy temprana edad, me dio la oportunidad de sentirme parte de un grupo, de descubrir mi vena altruista heredada de mi madre y hasta iniciarme en el fútbol como parte del equipo infantil de la Sétima Comisaría de El Porvenir.

Esa noche, comenzada con un amical “Oye, ‘Cabeza’, vente para tomar un parcito” llegada las 11. 30 p.m., , recordamos como nos juntamos para sacar adelante el club ‘Javier Heraud’, en la década de los 80 y sus triunfos históricos ante equipos poderosos de la zona; o cuando, ya con 16 años de edad, volví a juntar a esos peloteros de antaño para participar en torneos de veteranos y conseguir lo que tanto añoraba el barrio: ser campeón.

¡Cómo olvidarme querido ‘Chuleto’ del juego de uniformes que donó mi madre a tu ‘rojo Heraud’ ante quejumbrosas insistencias mías!, ¡Cómo ignorar que fuiste quien, de la mano, me llevó a participar de la prueba de selección para conformar el equipo de menores de la Sétima Comisaría en 1984!, ¡las noches en tu auto celeste buscando por todo El Porvenir los jugadores que necesitábamos para el equipo de fulbito!, ¡que me cargabas al estadio Mansiche para ver al querido Mannucci!

Te vas para volver quien sabe cuando, pero olvidar nunca ‘Chuleto’, tu recuerdo vagara por el barrio siempre, como esa pelota que cruza el asfalto de la calle 11 de Manuel Ubalde cada noche golpeada por los mocosos que hoy heredan tu enorme tendencia por promover el deporte y la inclusión social...

sábado, 21 de febrero de 2009

Se casó Paco (¿y yo?)


Era abril del año 2004 cuando, fresco aún como jefe de prensa del club Universidad César Vallejo, trabajaba en una oficina instalada en el campus universitario de esa casa superior. Cada mañana, luego de seguir los entrenamientos matutinos del plantel de fútbol me la pasaba metido en ese recinto, entre papeles, datos, grabadoras y alumnos que, curiosos, asomaban la cabeza por la ventana cuando pasaban presurosos hacia sus aulas. Redactando notas de prensa, actualizando la página web oficial del club o distribuyendo información requerida por los medios de comunicación mataba el tiempo.

Pero aún así, en tales aburridas circunstancias, conocí a quien se convertiría en uno de esos notables amigos que la vida me ha entregado. Esos, que a despecho de lo olvidado que uno puede tenerlos, siempre están allí, tan dispuestos que son capaces de tirarse veinte horas de viaje para hacer reportajes en una mina a cuatro mil metros de altura o comerse el riesgo de ser linchado y la vergüenza de secundar a un tipo que, arrepentido y enamorado, suplica perdón a una familia indignada que vive a 200 mil kilómetros de distancia, en la gran Lima.

“Maestro, usted tiene su experiencia en comunicaciones pues y quisiéramos hacerle una prueba para ver si puede dirigir nuestro programa de televisión. Al toque nomás, aquí al frente, en el canal 15” me dijo aquella mañana veraniega y nos hicimos compañeros de trabajo pero, fundamentalmente, amigos eternos. Ese fue y es Paco Barquero, que hoy, hace unas horas, se casó…

Se amarró tras ocho años de intensa relación con Gaby, pero no con ella, sino con Paola, a quien conocía hace muchos años e hizo su enamorada recién. El gordo parecía mozo de restaurante ficho con su inmaculado atuendo blanquinegro en la iglesia Fátima. Pero ni así me causó gracia… Verlo tan feliz me supuso leves sonrisas pero largas y abrumantes nostalgias. Y no se porqué pero las parejas felices me apenan. Será la envidia eh.

Pero bueno, se casó Paco. Y ya no tendré, probablemente, quien me acompañé hasta el fin de mundo cada que me arrepiento de meter la pata con una chica enamorada. O quien corra a mi lugar cuando este deprimido. O quizá no, de repente me sirva para descubrir que son más los amigos incondicionales como él. Que Luis Miguel, Lucho Amaya, Toño Gutiérrez, Martha, Rina, Challe, Jésica y Jose también merecen su crédito.

Feliz matrimonio mi querido Paco. Y que tu alegría conyugal sea imperecedera.

viernes, 16 de enero de 2009

Mi amor, Soledad

Nunca, desde abrazar mi adolescencia, me gustó estar solo o mejor dicho, sin amor. Y así igual tuve que pasar mucho tiempo sufriendo. Era un colegial aparentemente feliz pero que guardaba una muy bien maquillada envidia de la suerte de los amigos que salían del colegio provistos para recoger a sus respectivas enamoradas o peor, aun, que odiaba, resignado y angustiado, cuando felices parejas en ropa escolar se perdían en el largo de la vereda tomados de la mano. Hoy creo incluso, que el fútbol fue mi catarsis amorosa, el desahogo de pelota y gol que mejor encontré para consolar mis penas románticas ante tamañas angustias, ante esa soledad y abandono. Ante esa tristeza furiosa que, muchos años más tarde, se resiste a abandonarme pese a mis denodados esfuerzos...



“Lo que pasa que mi hermanito busca la mujer perfecta: alta, hermosa figura, muy inteligente, triunfadora y reservada… eh, no sabe que esas chicas ya no existen…” explicaba mi hermana a la corta audiencia familiar el pasado 27 de diciembre, justo el día de mi cumpleaños. Jorge, uno de los primos, había tenido la inoportunidad de preguntar si algún día me casaría y así que Giovanna encontró el escenario ideal para montar su escena metiche: “… dicen que ahora estas con una doctora eh… pero que es un poco bajita no?, lo importante es que sea buena chica… pero no te apures a casarte, tranquilo nomás…”



Para esa fecha tenía a alguien a mi lado, pero, como en la gran mayoría de casos, no duró mucho. Y como en todos los casos, fui el que propició la ruptura. Y como en todas las veces, porque llegado en un momento se desvaneció mi ilusión, porque sentí que ya no amaba. Entonces, es ahora que me doy cuenta que probablemente, sea la soledad mi mejor compañera, que es ella la única amoldable a mis cambiantes estados de ánimo, mis dudas constantes e intermitencias pasionales. Que mi amar es como el tren de madrugada en Ollantaytambo: pasajero, inconstante.