viernes, 6 de julio de 2007

Las vueltas de Manolo


Tiene 38 años y estrecho vínculo a una plana estructura de 90 x 60, un montón de cemento encuadrado para un intento de  plaza de armas. Una vuelta, dos, tres, cuatro, cinco…  Sin parar, sin mediar en lo que ocurre a su alrededor. Como un trompo rezumbón. Buscando la meta a la que le guían la fuerza de sus piernas y el coraje de su corazón.

“Ven, acércate”, le pedí y reaccionó con celo. Quizá, cual esos pumas que los lugareños aseguran ver de cuando en cuando, supuso que invadíamos su territorio. Y con su paso torpe y desalineado emprendió la lenta retirada. “Ven mi amigo, ven, siéntate y conversemos un rato” insistí, ya con un discurso menos drástico y más amical. Sobreparó. Entonces, alentado por esa buena señal, recurrí a la última treta: un chocolate que tenía en el bolsillo y había comprado en una tienda de la zona y... bingo.

La conversación no fue tal con el hombre de sombrero de tela, camiseta deportiva y pantalón remangado en las bastas. Manolo sólo se queda en intentos para hablar. Sonidos guturales, saliva que desborda y manos que se mueven intentando explicar la fatalidad de un accidente que todo el caluroso caserío Porvenir -en Sayapullo, La Libertad- conoce. Secuelas de atrofia motora que intenta atenuar mediante vueltas interminables alrededor de la plaza de armas. 30 minutos diarios le dijo la obstetra de la posta médica.

Y tiene dos hijos muy pequeños: Jorge y David, los que nunca supieron que su padre cayó de una roca mientras picaba piedras para construir un muro y se golpeó severamente el cráneo. Y una esposa que lo abandonó tras su penosa caída. Pero ha sumado un amigo que admira su voluntad para salir adelante y que celebrará junto a él su total recuperación… Extraordinario, Manolo. Pronto, lo sé, llegarás a tu meta… como yo a la mía…

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