Gozo, sufrimiento, alegrias, penas, subidas, bajadas, amor, desamor, ganar, perder. Pasada la base 30 encuentro - ¡al fin!- el espacio que buscaba para escribir lo que verdaderamente siento - así sea aburrido leerlo-y no parametrarme a las coyunturas noticiosas o requerimientos de un editor de tv, radio o periodico. ¿Quién soy?... un inefable que intenta ser bueno, un extraviado que quiere encontrarse...
lunes, 1 de diciembre de 2008
El drama de los 33
Hace unas horas, aprovechando que he llegado al Cusco, cansado de un pesadísimo viaje y que la noche se me haga infinita sin hacer nada, leía un artículo respecto del valor que la imagen personal ha adquirido dentro de las relaciones humanas. Diversos ponentes exponían conceptos muy diversos pero, finalmente, llegaban a una severa conclusión: hoy, si en el sentir de los orientales la vejez es sinónimo de nobleza, para los occidentales, osea nosotros, resulta algo así como una muerte terrenal, un infierno que debemos asumir en vida y no cuando estiremos la pata y sepamos quien nos da cabida sea San Pedro o Luzbel.
¿Y por qué se me ha ocurrido comentar esto?, pues porque, este, y, umm, bueno… carijo, debo reconocer que me ha entrado mucha preocupación por mi acceso a una edad que hace unos años miraba con la indiferencia propia de un tipo que gozaba siendo activo, alto, ligero, algo atractivo y sobretodo, se sentía efectivamente muy joven. En cambio hoy, me veo al espejo y mientras mi frente se agranda y los pantalones me ajustan, unas leves patitas de gallo se forman en el rabillo de mis ojos y los cachetes se redondean como bizcochos serranos al tiempo que la balanza me advierte que la digestión se hace lenta porque hace rato que pase los 30!…
Y entonces, me pregunto, ¿a que rayada se la habría ocurrido decir que pasado la base tres los hombres se ponen más interesantes? Nooooo! ¡Cremas hidratantes y bloqueador solar por favorrr!
sábado, 18 de octubre de 2008
¿¡Todavía no tienes hijos!?
Probablemente a quienes superan la base tres les pasa comúnmente. Más aún si en su normal entorno habitan algunos sobrinos pequeñines de irresistible encanto y decenas de adultos coetáneos que cargan niños en brazos y que, si no nos relatan con entrañable gozo el placer de tener hijos, nos enrostran a cada rato esa deprimente pregunta: "¿tienes hijos o todavía?" , "¿ya eres padre o aún no?"
A mi me pasa de tanto en tanto y la verdad, cada vez me resulta más complicado asumirlo sin que el desconsuelo y las nostalgias por parejas con las que me hice extremas ilusiones paternales me aborden. Y continuamente me pregunto cual será la razón de esta necesidad casi angustiante y tan repentina también. ¡Si hasta hace unos años de sólo pensar en hijos me ocasionaba ahogamientos! Y las respuestas abundan, pero no atino a saber cual será la verdadera.
Y bueno, por el momento me consuelo con darle algunos caprichos a mis sobrinos -como Alejandrita, la hija de mi hermano mayor, Manuel- o intentar ver en algún humilde niño que se me cruza en el camino al hijo que, espero, algún día tendrá que soportar a un padre medio loco. Sólo espero, mientras esa hora llega, no seguir encontrando esos amigos de mucho tiempo que te ametrallan con esas preguntas tan inoportunas "¿carajo, que todavía no tienes hijos oye?"
viernes, 3 de octubre de 2008
Testimonio triste
Hace varias jornadas que no me siento frente a este blog. Es más, tampoco pensaba hacerlo hoy. Sin embargo, navegando dentro del mar de información noticiosa de la internet como hago cada mañana, salté a una ventana de testimonios de un bloguero peruano y leí un relato que sentí tan cercano a mi como la zanahoria al conejo. Esta historia plasma la tristeza abundante que sufre el tipo por no encontrar el amor. Relata que su clímax depresivo lo alcanzó el día que la mujer de su vida le confesó, en un intento de él por conciliar, que ya tenía nuevo novio y le devolvía sus objetos amorosos más simbólicos: una foto, un libro de poemas y una camiseta estampada con el rostro de ambos. Vaya tragedia.
Hoy, él continúa buscando esa pareja de fantasía que perdió en Ana Lucía. Pero sin suerte. Y cada vez que descubre un nuevo fracaso, los recuerdos de esa noche de despedida de su doncella eterna terminada con llantos incontenibles en una banca de un parque limeño a horas de madrugada, lo asaltan.
En mi caso, la historia es parecida. Sigo pensando que perdí a una mujer de otra latitud, que hubiera significado sino la mejor esposa del mundo sí una compañera ejemplar para un tipo tan inestable, que con ella nunca hubiera debido preocuparme por los valores que recibieran mis hijos o la fidelidad de sus acciones. Pero también sé que las decisiones de mi madre son siempre atinadas. Y que si JM no está conmigo es porque ha sido lo mejor para ambos.
Sin embargo, no dejo de ser golpeado por las depresiones del amor y esas me trasladan inevitablemente a su hermoso recuerdo. Y caigo en un infierno sin fuego, pero oscuro, donde vago a tientas y creyendo encontrar salidas que luego resultan trampas hacia el vacío. Ni saber que dejó de ser la dama tierna, angelical y solidaria alcanzan para el consuelo. Ni tampoco reconocer que dejé de amarla. Vaya tragedia.
sábado, 30 de agosto de 2008
Mamata
“He tenido que dedicarme los pocos días de mi estancia aquí a ordenar la situación, ponerme al día en muchos aspectos legales, ver a mis pequeños… disculpame amigo por no haberte llamado, pero tu sabes que te recuerdo siempre y junto a mi hijo mayor valoramos lo que has hecho por nosotros…. te quiero mucho compadre, suerte en todo”
Que poca oportuna forma de despedirse de dos tipos que tanto han remado juntos… cuanta nostalgia acumulada en solo cinco minutos de parla… que cagao que podemos ser a veces los humanos… Todo esto se me ocurre a propósito de la inesperada llegada -y salida- de Manuel Martinez Tang a Trujillo.
No sé si puedo calificarlo como mi amigo del alma o simple pata nada más. De lo que sí estoy convencido es que “Mamata”, apodo como le conozco luego que aperturara su línea de correo digital hace un par de años, me resulta una suerte de hermano lejano, la sangre que reconocí al tiempo, pero sobretodo, un tipo que conjuga mis mayores solidaridades y esto, para un necio leal a las depresiones y penas como quien escribe, es bastante.
A Manuel lo conocí en la universidad, a mediados de los noventa. Chato porte y carácter jovial, de entrada me pareció un tipo digno de las mayores consuelos dado el difícil trance que soportaba a menudo en los pasillos estudiantiles: su pareja lo golpeaba. Además, era porvenireño, como yo. Tenía 22 años, como yo. Era huérfano de madre, como yo. Y le gustaba la literatura, como yo. Así, hemos caminado mucho tiempo juntos, muy a pesar que hacia caso omiso a mis constantes consejos de cambiar de enamorada.
Un día, justo cuando lo tenía de asistente temporal en una empresa temporal, el muy pendenciero fregó todo: embarazó a Jesica – el fruto fue hermoso, claro está: Renzo, mi ahijado- y aceptó casarse con una chica que, buena o no, nunca lo entendía. Hoy, varios trabajos y mismas frustraciones, llantos extremos, situaciones cardíacas, conflictos y broncas de por medio, Mamata tiene tres hijos, uno de ellos fruto de una relación extramatrimonial, en tanto Jésica se buscó otra pareja hace algunos años y lo acosa judicialmente exigiendo derechos que ha perdido.
"Es imposible conciliar amigo, ella sólo exige dinero y dinero, no me queda otra que esperar el proceso", me explicó, lamentándose, en una charla que sostuvimos meses atrás, vía internet.
Por estas horas el también hincha del club Universitario – como yo- retorna a España, a donde viajó hace tres años hundido en la desesperación y en busca de soluciones para sus hijos. Allí, radicado en Barcelona, labora como limpiador en una corporación médica y percibe un sueldo digno que le ha permitido capear el temporal. Además, dice haber conseguido la chica de sus sueños, una hermosa catalana de 21 años, y la estabilidad que tanto necesitaba. "Gracias a Dios por eso, compadre. Que tengas un hermoso viaje y Dios te bendiga, chau"
"Ah, y también te quiero mucho", inefable Mamata.
miércoles, 27 de agosto de 2008
¿Dónde estás, corazón?
Esta noche, mientras intentaba observar un programa de cable, las ansias de ser feliz han alcanzado el límite extremo superior del vaso. Amenazan con desbordarse y me obligan, como una suerte de catarsis inevitable para aliviar mis depresiones, a dirigirme a la PC y concentrarme en el teclado. Entonces, me pregunto si soy ese uno entre la humanidad, el condenado a vagar en búsqueda de ese encanto amoroso. De ese sentimiento sublime que tantas veces me ilusiona y tantas igual me da portazos sobre el rostro y altera mi tranquilidad hasta condenarme al zombismo prolongado, de horas tras horas buscando mi auténtico papel en este bendito valle.
¿Acaso es tan sacrificado encontrar el verdadero amor?, es más, ¿si es el más hermoso de los sentimientos porque, entonces, deberían herirse corazones en el camino hasta hallarlo?, ¿es justo eso?, vuelven las preguntas como una vieja lesión que recrudece.
Ahora fue K la portadora de mis ilusiones. Tan tierna, noble e incondicional…. pero tan insegura de amar y justo frente a un tipo plagado de depresiones y muy voluble en sus sentimientos. Como deseo una respuesta definitiva –para bien o mal- que me permita concluir esta amargura…
jueves, 7 de agosto de 2008
Lucho, el loco... y yo
Hay ocasiones en que quisiera estar al margen de mi conciencia. Que, abrumado por las responsabilidades laborales, esclavo de en un sistema al que no me adapto y, peor aun, preso de un ser desbordado en devaneos, melancolías y búsqueda de su alter ego afectivo, quisiera olvidarme de todo. Vivir sólo yo y mi circunstancias. Sin obligaciones, sin sesiones de trabajo y agendas recargadas, sin pagos de fin de mes o viajes cansados, libre, loco… como Lucho, el singular orate que conocí en "Hawai"…
El caserío, cuya geografía está muy lejos de compararse con la paradisiaca isla pero que en calor humano bien podría sacarle varios cuerpos de ventaja, se ubica a una hora de Jaén, en un desvío dentro de la ruta que une esta ciudad con San Ignacio. Allí llegué a bordo de la fiel camioneta Toyota Hi Lux y el firme volante del gordo Raúl, el ingenuo cómplice de mis estrategias en toda esa cálida zona cajamarquina.
Y no teníamos ni cinco minutos dentro de la comunidad cuando se nos acercó el perturbado de marras. Cual oficial receptor de las visitas más burguesas, de pantalones descuartizados y amarrados a la cintura con una deshilachada soga, zapatos negrimarrones y pelados como un perro sarnoso, nos saludó con excesiva diplomacia, me miró como quien analiza un buen plato de carne y, tras algunas cavilaciones que ya mataban mi paciencia y mi incrédula mirada, dio la venia para estacionar nuestra camioneta a un costado de la losa deportiva donde se realizaba el certamen motivo de nuestra visita.
A esas alturas el recinto estaba atestado de gente así que, metidísimo en su ilusa responsabilidad de 'jefe de seguridad' del evento, el enjunto de vieja camisa celeste y gorra cubierta de barro seco no dudó un instante en repartir golpes con su improvisada cachiporra - un viejo tubo de PVC - para abrir el espacio que requeríamos mientras reía con excesivo sarcasmo a cada cachiporrazo que se mandaba.
Lucho tiene una mirada dócil y triste sobre una piel tostada a causa del inclemente sol y marcada por el paso inexorable de los años. Sus manos y brazos, negros, están cubiertos de escamas producto de una enfermedad dermatológica que, según los lugareños, asimiló a consecuencia de dormir en una covacha cerca al corral de chanchos del pueblo. Esa afección y su obvio desequilibrio sicológico que traslada con un caminar patuleco y una risa permanente, son las únicas informaciones objetivas que se tienen de él en el pueblo. Después nadie sabe a ciencia cierta como apareció por esos lares.
Dicen que un día, hace dos años, amaneció por el lugar y nunca más se fue, que tiene 40 años o más, que a ratos llora como sufriendo por la nostalgia. Quizá en "Hawai" sólo prolonga una etapa oscura iniciada quien sabe cuando, quizá alejándose de trágicas escenas, quizá huyendo de una realidad espantosa, quizá frustrado por no lograr su sueño de policía y portar una original cachiporra y un uniforme impecable, quizá rehuyendo de una responsabilidad que no desea y lo volvió chiflado o, quizá, porque no, lo volvió libre y menos triste … Como quisiera estar loco, a veces…
miércoles, 30 de julio de 2008
Odio los feriados (largos, sobretodo)
Es 29 de julio a las 6.51 p.m., me encuentro en la casa de mi padre y también de mis correrías infantiles y juveniles, justo frente al artefacto que más afecto le profeso, la laptop, con los dedos echados sobre el tablero en posición de garras. El motivo es que, casi al cierre de un prolongadísimo feriado largo y superados, por el momento, los desesperantes agobios de mi labor en la nueva compañía en la que me desempeño – recién retorné a Trujillo tras ocho horas de manejar una moderna pero dura camioneta durante toda la noche- he podido entregarme al análisis del saber que razones derivan en que cada feriado, y desde que no tengo una pareja formal, me invade tanta tristeza.
Diría, incluso, que, al margen de un par de horas de fútbol, odio los fines de semana, feriados normales y mucho más aún los famosos feriados largos. De sólo pensar que pronto llegarán y suponer que será motivo de las más bellas circunstancias entre parejas que viajarán juntos a lugares turísticos, programarán románticas jornadas de paseo, baile, cine, vacaciones cortas, diversión, reconciliaciones o cualquier otra condición en honor a Eros, me dan ganas de llorar. Sí, aunque parezca cursí eh.. . Y allí, claro está, se posa la cuestión de mis nostalgias.
Duele reconocerlo pero es así. Si hasta en Jaén –de donde retorné- me he cruzado los últimos tres días con muchas parejas foráneas y nativas que, abrazadas, tomadas de la mano, sentados en una banca, tirados sobre el césped o empiernados en una camioneta viajera pero todas felices, me hacían sentir un solitario y estúpido comunicador social de sombrero verde objeto de burla.
Y es que, en fin, ya son más de dos años desde que, aunque con novias en el camino sí, nunca he vuelto a sentir esa emoción sublime de compartir un día libre o fines de semana cortos o largos con esa mujer que amas. Así sea sentados en la última butaca pegada al baño de un incómodo cine de pueblo joven, viajando en la peor carcocha rumbo a un pueblito serrano o echados sobre la cima de una verde montaña selvática en un día de cálido sol y de aves que trinan, siempre incomparables.
Un favor en este último renglón madre: mientras ella no llegue, ya no más feriados cortos o largos, no seas malita pues…
Diría, incluso, que, al margen de un par de horas de fútbol, odio los fines de semana, feriados normales y mucho más aún los famosos feriados largos. De sólo pensar que pronto llegarán y suponer que será motivo de las más bellas circunstancias entre parejas que viajarán juntos a lugares turísticos, programarán románticas jornadas de paseo, baile, cine, vacaciones cortas, diversión, reconciliaciones o cualquier otra condición en honor a Eros, me dan ganas de llorar. Sí, aunque parezca cursí eh.. . Y allí, claro está, se posa la cuestión de mis nostalgias.
Duele reconocerlo pero es así. Si hasta en Jaén –de donde retorné- me he cruzado los últimos tres días con muchas parejas foráneas y nativas que, abrazadas, tomadas de la mano, sentados en una banca, tirados sobre el césped o empiernados en una camioneta viajera pero todas felices, me hacían sentir un solitario y estúpido comunicador social de sombrero verde objeto de burla.
Y es que, en fin, ya son más de dos años desde que, aunque con novias en el camino sí, nunca he vuelto a sentir esa emoción sublime de compartir un día libre o fines de semana cortos o largos con esa mujer que amas. Así sea sentados en la última butaca pegada al baño de un incómodo cine de pueblo joven, viajando en la peor carcocha rumbo a un pueblito serrano o echados sobre la cima de una verde montaña selvática en un día de cálido sol y de aves que trinan, siempre incomparables.
Un favor en este último renglón madre: mientras ella no llegue, ya no más feriados cortos o largos, no seas malita pues…
martes, 15 de julio de 2008
Añoranzas...
En los últimos días, sin quererlo, he vuelto bruscamente a continuidades que desde hace varios años ya no realizaba. Aceptar invitaciones a programas radiales y de televisión para comentar coyunturas noticiosas –deportivas, claro está- además de reiniciar una columna de opinión en un diario local me sumergió de nuevo en ese mundo que tantas alegrías me dio y abrace desde muy pequeño pero que, por esas intrincadas rutas que ha veces te depara el destino, debí dejar hace un tiempo.
Volver a opinar, hacer respetar mi criterio, sentir la atención de cientos de personas y sobretodo, saber que lo que uno expone es escuchado o leído con atención, me trajo añoranzas, melancolías dentro de un humano tan amigo de la nostalgia.
“Hola Rigo (seudónimo para Oswaldo Rivasplata que utilice para firmar artículos durante algunos años), como estás a los tiempos que te vemos por acá, ¿volviste a la radio?”, me preguntaba Augusto Ballena, un longevo comentarista deportivo que de mucho tiempo no veía y se me cruzó en la cabina 4 del estadio Mansiche. Otra, más emotiva incluso, doña Rosa, me saludaba con efusividad en la puerta Sur del mismo escenario mientras cocía sus casi legendarios anticuchos a una muchedumbre que abandonaba el recinto alegre por el triunfo del Mannucci. “¿Cómo le va amigo, a los tiempos diga?, ya no lo he escuchado en la radio, Don 'Pocho' siempre viene por aca oiga”?, proseguía, recordándome a Carlos Balarezo, un colega con quien compartí programas deportivos por varias temporadas.
Pero si de emociones se trata lo que el popular Culay –un antiguo utilero de clubes trujillanos- y un desconocido boletero de la puerta 8 del Mansiche me expresaron luego que intentaba explicarle que había olvidado mi antiguo carné de periodista deportivo, rayó con el llanto: “¿Que te olvidaste el carné?, no se preocupe usted señor, aquí lo conocemos hace tiempo, pase nomás, adelante”
Así, gracias a caprichos del tiempo que me absorve las energías en mi actual labor, en las últimas cuatro semanas he acudido al estadio más veces que en los dos años recientes y he comentado en la radio en múltiples ocasiones. Pero, mejor aún, he sentido un placer y comodidad tal que me recuerdan mis ocho años de andanzas entre noticias, cables informativos, pantallas de tv, cabinas de radio, teclados y redacciones, pero además mis sueños de niño y pelota al pie: ser periodista deportivo. Y entonces, me pregunto, consciente que la corriente es fuerte: ¿cuándo volveré?
jueves, 19 de junio de 2008
La Piuranita
De las mayores satisfacciones dentro de mi inesperada vida entre proyectos mineros, están, definitivamente, degustar las novelescas historias que encuentro en cada pueblo que visito. Digo, si Eduardo Adrianzen, Ximena Ruiz o los noveleros que gustan de plasmar en la pantalla boba historias tan cursis y ridículas como como las de Chacalón y Chapulín, por qué no se adentran en algún pueblito recóndito de la sierra nacional por unos días para alimentar sus libretos?. Les garantizo que tendrían total éxito.
Cada villa serrana guarda en sus panorámicos escenarios pintureritos de reses, valles, montañas y aves, de casitas de techos a media agua, de esquinitas repletas de ancianos enllancados y sentados sobre algún poyo leyendo un periódico viejo, escuchando radio o mirando el horizonte mientras chacchan la milenaria coca, diversidad de historias, tan alegres como dramáticas pero todas singulares, hermosas.
Hace unos días, cansado de esperar en vano la llegada al aeropuerto de Shumba de un amigo trujillano, decidí, con el consentimiento de mi agotado chofer, salir hacia la carretera – el aeropuerto no es más que una franja de asfalto mal afirmado sobre una verde planicie al cual se llegue por un desvió en la vía San Ignacio – Jaén – y tomarnos un reparador vaso de cebada que un gran cartel escrito con tiza nos motivaba. Así lo hicimos y llegamos a la “Piuranita”. En el localcito, provisto de un grupo de viejas sillas de plástico y mesas del mismo material abarrotado de fieles comensales de la choza más famosa de la zona, nos salió a atender una vieja señora de fuerte acento, de piel tostada, gorda y potona como la más reconocida de las tamaleras chinchanas.
“¡A ver, una buena fuente de cecina!” y doña María Salazar, feliz de reconocer en la voz de Johan, mi inefable asistente, a un cobrizo paisano, corre a atendernos pero también contarnos en la más exacta de las síntesis, su historia dentro de la legendaria Shumba y por supuesto, la de su novísimo restaurante. “Yo soy de Catacaos paisita, bienvenido. Estoy aquí porque me case dos veces; que bah, nunca lo hice, solo he convivido con mis dos compromisos. El primero, un ecuatoriano pendejo que se fue con su tramposa, y ahora don Sebastián, un señor mucho mayor que, que aunque viejacho, me ha salido respondón el ‘granputa’, ja, ja”
Doña María es hiperactiva, y mientras relata su historia no deja de hacer algo vinculado a su negocio, ya sea lavar sus negras ollas, pelar las papas que servirán para preparar el menú de ese día o ir limpiando las mesas que sus clientes van dejando: “Yo vine muy chiquilla aquí, me trajo mi madre que buscaba trabajo. Y bueno, encontró uno en una casa de los señores Ríos, una familia muy buena que la trataba como una hija. Yo, en tanto, me ponía a estudiar. Pero cuando acabe la escuela había un negro que me cortejaba y bueno, pues me metió cuentos y yo sonsa, le hice caso. El muy vagazo quería vacunarme y raptarme pero no, yo le dije, ‘carajo si quieres comer tienes que sacarme como las de la ley sino nada’. ¡Y así lo hizo el negrito mire!. Entonces nos asentamos por aquí con un pequeño negocito de abarrotes” Y allí empezó la parte mala en la historia de la negra potona…
“El 'desgraciao' resultó haraganazo y todo el tiempo viajaba para la frontera y me llenaba de hijos. Hasta que un día me dijo ‘voy a traer unas cosas de mi tierra’ y nunca más regresó. Eh, mejor pa mí, apareció mi actual compromiso que me ayudó bastante. Pasaron unos años y una comadre mía se lo encontró al 'desgraciao' por Bagua y le dijo que ‘la María taba muy bien y había encontrado un buen padre para sus retoños’ pero le reclamó que él no visitara a sus hijos; entonces el negro regresó que muy arrepentido el ‘granputa’. !Yo fui claro con él carajo: no quiero cosas usadas, ándate por donde ‘venites’ y no me jodas! Que te mantenga otra cojuda…”, nos exclama casi en la cara la negrita, como asegurándose que la frase llegue hasta el fondo de nuestro pensamiento.
Luego, zarandea su rojo lavador de plástico y arroja el agua espumosa que le sirvió para enjuagar un grupo de platos sucios, antes de proseguir su relato: “Pero, como los hombres cuando se les mete el diablo son tercos el muy pendejo lo convenció a mi hijito mayor y se lo llevó 'pal' Ecuador. Y mire como yo ‘nostaba’ equivocada papito: a los cinco meses ‘mijito’ regresó solito porque dizque su papá lo trataba mal. Era una basura ese mono de mierda”
Han pasado casi dos años desde la última vez que la sesentera doña María Salazar vio al padre sus hijos. Y seis meses desde que el apetito de su numerosa prole la obligaron, como bendición del señor de Huamantanga – de quien se confiesa devota- a instalar esta cabañita de venta de comida que le está sirviendo para soportar la olla y darse ánimos para seguir en la brega diaria apoyada por don Sebastián, el compañero de su vida que encontró entre ese nostálgico escenario pinturerito de reses, valles, montañas y aves. Shumba, tan hermoso y apacible como su añorado Catacaos.
miércoles, 14 de mayo de 2008
Gracias...
A propósito de celebrarse el homenaje al ser más importante del planeta, confieso, no he podido, entre miles de ideas, cavilar una que plasme todo lo que representa mi madre. Ni el más celestial de los conceptos podría siquiera acercarse a lo que significó y significa en mi vida diaria. Una ruta que sigo con los tropiezos lógicos de un tipo con decenas de defectos pero que siempre me ofrece salidas, luces que me permiten alcanzar la superficie, lámparas incombustibles que siempre porta la hacedora de mis días….
Gracias por cada noche que, luego de tus labores como farmacéutica y retando a tu cansancio, te esforzabas por enseñarme las lecciones escolares.
Gracias por las reuniones anuales en la Juguería San Agustín cada fin de año que te entregaba un diploma de aprovechamiento en mi escuela.
Gracias por esa abnegada dedicación por los enfermos que cada día y a cada hora asistían a tu consultorio.
Gracias por preparar esas ricas tortas de harina en épocas de escasez de pan.
Gracias por levantarnos cada mañana y prepararnos para asistir a la escuela.
Gracias por correr despavorida hacia el cuarto que ocupaba junto a mi hermano cada vez que ocurría un temblor y abrazarnos para protegernos.
Gracias por comprarme mis primeros zapatos de fútbol, una noche que rompí en llanto por no tenerlos.
Gracias por ese espíritu extraordinariamente altruista a favor de los que no tenían, por obsequiarles las medicinas cuando sabías que el dinero no les alcanzaba.
Gracias por soportar el dolor y reír cada vez que te apretaba la nariz en son de cariño.
Gracias por promover el respeto y cariño hacia mis hermanos de padre.
Gracias por defendernos aquella noche que asaltaron la farmacia y nos apuntaron con una pistola.
Gracias por tus exquisita “Gallina entomatada”, el único plato que sabias preparar los domingos.
Gracias por mi bicicleta “Goliat”.
Gracias por soportar mis depresiones y rabietas.
Gracias por estar siempre a mi lado…
domingo, 4 de mayo de 2008
Confesión chichera
No se como ni desde cuando ocurrió. Si fue por influencia del jaranero de mi padre o la vena artística de mis tíos maternos. Por crecer en un distrito de clase media baja o tanto trepar a micros atestados de migrantes andinos admiradores de Tinta Toja, Shapis o Chacalón.
Lo cierto es que desde que tengo uso de razón he sentido un fanatismo casi religioso por la música popular, muy a pesar de quienes normalmente ocupan buena parte de mi espacio social y pretenden tomar distancia de la “chicha” porque no se complementa con su falso “glamour” y modus vivendi o no suena como The Cure,Air Suply, Lady Gaga o el último éxito de Shakira.
Y lo meditaba pues hace unos días, con motivo del cumpleaños del chato Jezer, volví a sentir las mieles de esas melodías que tanta nostalgia me provoca y ya no disfrutaba como esa noche en la urbanización San Isidro. Recordé, mientras brindaba con la "China" Rocío Fernández y llegaba al climax con “el Arbolito”, cuando, entre irrevente e inocente, ingresaba con ropa escolar y mochila a la farmacia –repleta de gente- de mi madre cantando el legendario “Cartero” del indio Pastor López (¡Cartero por favor entrégale esta carta!) y daba volteretas en el aire al estilo de “Chapulín el Dulce” mientras los clientes, visitadores médicos y mis propios padres celebraban la ocurrencia.
O, cuando esperaba, cada reunión bailable al que asistía, alguna aislada tonada chichera para recién animarme a mover el esqueleto y de paso, cargar las burlas de bajo tono de mis amigos. Hasta alguna novia muy “chik” me cuestionaba mis sentimientos musicales tropicales pero, igual, terminó bailando conmigo y reconociendo el profundo sentido nostálgico y vínculo con los orígenes que guardan la mayoría de ese tipo de composiciones peruanas.
Y sí, siempre me he sentido mas cerca de Leder Muñoz con sus inmortales Bios Chips que cualquier tonada de la década prodigiosa. También soy más hincha de Chacalón que de Cheo Feliciano y he preferido saltar como Julio Simeón a pegarme una lambada. No gusto mucho del rock pero duermo bien con Los Kjarkas. Me apenó la muerte de los integrantes de Néctar y alegró saber que los Locomía eran todas locazas.
Y, reconozco, además, me gusta la música romántica y todo tipo de cumbias pero… ¡no hay como la buena chicha caray!
miércoles, 30 de abril de 2008
Lucha interna
Desde siempre fui un romántico compulsivo. Lo supe entrada la pubertad, cuando mis amores iban más allá de la pelota y empezaban a tomar forma humana. Al quedar prendado de una hermosa estudiante de secundaria y no poder conquistarla y tan rápido olvidarla, entendí que mi acceso al terreno de los sentimientos sexuales daba comienzo a una trama muy accidentada, muy voluble. Que pretender una vida de cuento de hadas con cada mujer de tu vida era sólo eso, una fantasía.
Y sentía, cada día que me enamoraba, que era un bicho raro, una especie castigada a deambular en búsqueda permanente de alguien, ese alguien que era nadie, esa princesa que encontraba en cada esquina y olvidaba en cada calle antes de acceder a la siguiente vereda. Así aún, mantuve ocho años de relación con una hermosa chica que conocí en la universidad, pero sin poder evitar los obvios sobresaltos devenidos de un carácter tan cambiante en afectos. Creía enamorarme en cada lugar...
Vuelto a la libertad, si en el concepto de mis amigos más íntimos podía ser un tipo afortunado, en mi mente sólo cabía ser un desdichado que cada vez trataba de limpiar sus culpas y exorcizar al mal habitante de mi cuerpo.
Maniqueo quizás, alguna vez pretendí ser como mi hermano mayor, tan pragmático para asumir su agitada vida amorosa. Pero no podía ni puedo. No quiero hacer daño y sin embargo, solo y triste, he terminado accediendo. Y destruyendo casi todo
lo que ingresa a mi terreno afectivo.
Ni sentirme dentro de una sociedad tan machista y extremadamente sexual alcanza para atenuar mis reflexiones. Creo ser un grano más que conforma la montaña. Pero igual, no puedo evitar decepcionarme y continuamente alimento mis ilusiones de encontrarla, a “ella”, la princesa que dará fin a todas mis ansiedades, la hermosa flor que consagrará mi mejor paisaje y se convertirá en lá compañera perpetua.
Cómo me haces falta madre, eh...
miércoles, 23 de abril de 2008
El "Flaco" que recuerdo...
“Oye, viejo, ¿qué tanto piensas en los problemas?, ¡olvídate de ellos por un momento y vamos a celebrar, mejor saca un poco de plata del colchón y ten un poco de alegría!, ¡ la plata no te la vas a llevar a la tumba, ven, vamos a celebrar que mañana será otro día!”
Cada tarde de fin de semana o cada que el clima “hacia sed” y la jornada de trabajo en el vespertino Satélite estaba culminada, don Jorge Salcedo Rocca intentaba convencer a sus coetáneos compañeros de trabajo y de cientos de aventuras periodísticas y otras no tanto, Víctor Hugo Paredes y Gilberto Reyna, para reunirse en algún “huequito” de turno. Pretendía, en base a una buena tertulia y unos cuantos golpes de vasos, alejarlos del cuarto frío y oscuro de sus preocupaciones y recuperarlos a la alegría de vivir , trasladarlos al cálido y brillante bosque de la amistad incondicional y sincera. Hasta conmigo, un tipo muchos años menor y algo antagónico a su carácter tan envidiable, lo intentaba y no siempre con mucho éxito, debo lamentarlo.
El entrañable “Flaco” – como siempre le llamaban sus mayores amigos-, un captador de imágenes fotográficas extraordinario, era la alegría andante. El optimismo transeúnte. Un promotor incansable de felicidad.
Esos valores espirituales estaban a la par con su capacidad profesional. Pues nadie podía discutir su justeza a la hora de apretar el disparador de su cámara fotográfica. O su sagacidad para perseguir la escena propicia y que, sabía, debía captar cuando salía a recorrer las calles y comisarías cada amanecer o cuando se dirigía al estadio Mansiche cada domingo, apurado por un joven impetuoso que ahora intenta reconocerle sus enormes virtudes amicales...
(Hoy, hace poco más de un mes que Don Jorge, como le llamaba, ascendió a mejores escenarios. Con él compartí labores seis años y resulta uno de los gratos recuerdos que tengo de mis inicios como periodista. Por eso escribí esto en una columna de opinión que conservo en el Diario La Industria)
jueves, 17 de abril de 2008
Queriendo volver...
Cuando niño, pragmático,deshinibido,despreocupado e irreverente, solo soñaba con ser futbolista. No había mayor anhelo que alimentara mis ilusiones que emular a Cubillas, Juan Caballero, Oblitas, Maradona o tantas estrellas de chimpunes, fama, dinero y mujeres que veía por la televisión o cada vez que acudía a un estadio. Sueños que sentía, podía construir mediante horas de horas dedicadas al inigualable placer de correr tras la pelota. Estaba convencido que llegado al momento sería un futbolista profesional.
Sin embargo, con el paso del tiempo, y el crecimiento de los afectos y las obligaciones, mi pasión por el más popular de los deportes se fue disipando dentro de mis intenciones de asumirlo como sustento de vivencia. Así, resignado a no escalar más allá de convertirme en un regular volante de clubes amateurs, mis hermosos años de futbolero fanático debieron ceder y entregarle sus bien ganados espacios, principalmente, a deberes universitarios y luego laborales.
Debí cambiar la pelota por los libros y las canchas por estructuras cuadradas de cemento y repletas de sillas. Nada más patético pero que debía asumir con maquillada resignación. Ciertamente convertirse en adulto asesinó mis alegrías más naturales. El problema es que no me di cuenta hasta hoy en día, cuando, cansado de preguntarme la causa de mi nostalgia, concluyo en que siendo infante o adolescente todo era muy fácil de llevar y podría ser lo mejor que me sucediera ahora. Ni estudios universitarios, ni angustia por el dinero, ni amores que te hagan sufrir… sólo yo y el fútbol, la pareja más feliz…
Que tal novedad.
Sin embargo, con el paso del tiempo, y el crecimiento de los afectos y las obligaciones, mi pasión por el más popular de los deportes se fue disipando dentro de mis intenciones de asumirlo como sustento de vivencia. Así, resignado a no escalar más allá de convertirme en un regular volante de clubes amateurs, mis hermosos años de futbolero fanático debieron ceder y entregarle sus bien ganados espacios, principalmente, a deberes universitarios y luego laborales.
Debí cambiar la pelota por los libros y las canchas por estructuras cuadradas de cemento y repletas de sillas. Nada más patético pero que debía asumir con maquillada resignación. Ciertamente convertirse en adulto asesinó mis alegrías más naturales. El problema es que no me di cuenta hasta hoy en día, cuando, cansado de preguntarme la causa de mi nostalgia, concluyo en que siendo infante o adolescente todo era muy fácil de llevar y podría ser lo mejor que me sucediera ahora. Ni estudios universitarios, ni angustia por el dinero, ni amores que te hagan sufrir… sólo yo y el fútbol, la pareja más feliz…
Que tal novedad.
jueves, 10 de abril de 2008
Manos Divinas...
Es enero y la sombra vespertina empieza a caer sobre el grupo de casitas de techos en declive. Una enorme mancha de trayecto lento pero inexorable que viene derramándose por las faldas del cerro Ichur. A su paso, el panorama pierde nitidez, el clima se hace tibio y el contexto cobra repentino silencio, sólo alterado por el constante golpeteo de una mediana estructura de madera cubierta de hilos que se escucha a lo lejos, al final de la calle San Martín, cerca de la cancha de fútbol, lejos de la placita principal del pueblo. Tac, tac, tac, me perturba y llama.
Varios pasos y descubro que nace de un pequeño recinto edificado a la típica usanza serrana: de gruesos muros frontales color natural y una pequeña puerta de madera algo corroída; su piso es de barro con piedras de diversos tamaños empotradas en desorden; en sus paredes y techos de grueso adobe se dejan notar, como picos intercalados, las quinchas, varas de cactus y tejas que los propios pobladores instalan para darle consistencia a sus construcciones haciendo eco a costumbres muy arraigadas. Allí, en ese cuarto de olor a barro húmedo y ventanita de hierro, se erige un llamativo telar horizontal motivo del ruidito de marras y que se había convertido en guía de nuestra curiosidad.
A su entorno, con las cabecitas gachas y juntando las manos como haciendo honores, un grupo de mujeres sentadas sobre viejas silletas y bancos de plástico parecen jugar a hacer figuras con los dedos. Sus movimientos son pausados y no constantes como el telar de caoba. Son las integrantes del taller de tejidos Manos Divinas – Cascaminas. Una institución que, apoyada en la perseverancia de abnegadas campesinas y compromiso social de industrias mineras, se ha activado en este pueblo agrícola ubicado a 150 kilómetros de Trujillo, de gente hospitalaria y pujante, de frutales y cereales, de planicies y montañas, de ronderos y comuneros, de techos en declive e inmensos campos verdes.
Lucma, ubicado en las entrañas de la provincia de Gran Chimú, es uno de los distritos más pobres de la sierra liberteña. Sus habitantes – que no superan los seis mil incluyendo los 16 caseríos colindantes a la zona urbana- se dedican básicamente a la agricultura y el ganado, actividades que abrazan desde muy pequeños como mejor forma de hacerle la lucha a la cruenta carencia del día a día.
Aquí, sin embargo, el rigor de la necesidad no ha envilecido a las gentes y resulta cotidiano recibir el afecto de los nativos plasmado en un saludo cordial ya sea venido de la pastorcita que traslada sus ovejas rumbo al enorme bosque de cardonales que colinda con el poblado, del tendero que coloca su bandera blanca para anunciar a los compradores que ya pueden adquirir el pan, la hierbera que oferta el “aleja muertos” de puerta en puerta o de parte del emblemático “Veinte Cheques”, un ex comerciante entregado a la bebida que, probablemente, sea el último heraldo de la era contemporánea y que despierta a los comuneros pregonando comunicados, citaciones o la llegada de algún grupo artístico a la villa.
“En junio cumplimos un año y parece que fue ayer cuando el señor Carhuancho (anterior superintendente de Minera Cascaminas) supo que teníamos un club de Madres y nos dio la idea de instalar un taller que nos permitiera aprender a tejer diversos productos y tener ingresos económicos, luego llegaron otros gerentes más a apoyarnos como el ing. Frías o el ing. González y en junio del 2007 empezamos las clases gracias a que nos regalaron el telar y una máquina hiladora”, me cuenta doña Zoila Esquivel, una tierna viejecita que ocupa la presidencia de Manos Divinas y dado la bienvenida en el recinto.
Junto a doña Zoila son 34 las mujeres que con una devoción religiosa asisten de miércoles a viernes a las clases que dicta la profesora Milagros Angeles. Vienen de la zona urbana y también desde Agua Agria, Penintay, Recuaycito, Huayday, Cuyna u otro de los caseríos anexos. La más joven, Noemí Alcalde, es una madre soltera que no supera los 22 años y previo a su inscripción en el taller vivía exclusivamente de los ingresos que recibía por emitir avisos de servicio público en “Radio Ok”, una transmisora de onda corta que instaló con su hermano como resultado de su afición por la electrónica. En tanto que la mayor del grupo, Flor Moreno, de 75 años, se dedicaba a la venta de tamalitos para cubrir los requerimientos alimenticios de sus nietos y nutrir a las cabritas y burros que cada mañana suelta a correr entre la hierba u ojos de agua que se acumulan en las laderas del inmenso Ichur y que heredó de su difunto esposo, un antiguo cazador de mostrencos o mulos salvajes, costumbre que se ha perdido con el paso del tiempo.
“Ingresar a este taller me ha cambiado la vida, ahora estoy más tranquila porque tenemos un ingreso económico e igual ocurre con mis compañeras”, confiesa mientras observa detenidamente la cámara fotográfica que portamos. ¿Puedo verme?, pregunta, y sin dar tiempo a la respuesta coge el aparato intentando observar las imágenes digitales que acabo de grabar. De inmediato, sus compañeras la rodean cual niñas curiosas por analizar la muñeca nueva que su padre les ha comprado.
Manos Divinas – Cascaminas inició sus actividades con 50 alumnas inscritas, número que ha ido decreciendo, según doña Zoila, por la lejanía de algunos caseríos de donde provienen las alumnas. Igual, las ausencias no han afectado el ritmo de evolución del taller que, de un inicio incierto y poca demanda, hoy se perfila como el más importante productor de tejidos de algodón en la provincia de Gran Chimú. Basta anotar que más de 300 piezas entre chompas, medias, colchas, frazadas, almohadas, guantes, alfombras, sacos, alforjas y hasta tarjetas de navidad han sido vendidas como parte de su primera producción lanzada a fines del 2007, para darse cuenta del éxito de las tejedoras artesanales.
Esos artículos han ido a parar a manos de obreros de las unidades mineras Cascaminas y Sayaatoc, en La Libertad, o Sinaycocha, en Huancayo – todas subsidiarias del Grupo Atacocha- o de suertudos compradores de ferias textiles de Ica, Lima o Trujillo a donde son trasladadas con fondos otorgados por la propia extractora de minerales.
“Ahora estamos ocupadas en completar nuestra segunda producción que seguiremos vendiendo en las ferias donde nos lleven los señores de (la unidad minera) Cascaminas. La técnica que utilizamos es la del palillo, aquí las mujeres son muy aplicadas para aprender y eso facilita las cosas” explica la profesora Milagros quien cada semana viaja desde su tierra natal, Agallpampa, en Otuzco, hacia Lucma, apoyada por la propia minera que, de la misma forma, le provee de la logística necesaria – lanas, palillos, hilos, tijeras, agujas y telas- para cumplir sus labores docentes.
Será en junio cuando Manos Divinas - Cascaminas cumpla su primer aniversario. Un año desde cuando un grupo de esforzadas mujeres tuvieron la feliz idea de iniciarse en un ámbito que sólo conocían como una forma de ocupar sus ratos de ocio y hoy se ha convertido en su principal fuente de ingresos y palanca de desarrollo personal pero, más importante aún, en una tangible muestra de las enormes resultantes derivadas de la unión entre comunidades y empresa.
domingo, 6 de abril de 2008
Enigma...
Son las 8.36 p.m. del sábado 5 de marzo. Me encuentro en la habitación 14 del hotel Guerrero, en el corazón de Jaén, este pueblo grande que hoy me tiene preso y no precisamente de su belleza natural o buenas gentes. Aquí las personas te tratan con mucho respeto como es típico en estas villas del interior, comemos sano –como no ocurría hace buen tiempo- y los paisajes son hermosos amén que las lluvias nocturnas mezcladas con el clima caluroso y boscosos escenarios nos enternecen el alma. Sin embargo, mi estancia se ha dado forzosa debido a que las fuertes lluvias que arrecian en el entorno de la provincia han destruido las carreteras de acceso y estoy impedido de salir de la ciudad a no ser por vía aérea y cuatro cupos que no puedo conseguir todavía.
Y entonces, solitario y vagabundo por las calles de un poblado silente, la reflexiones sobre mi inefable vida amorosa se me han hecho profundas. Muy profundas alrededor de lo que hace tiempo quiero descifrar y no puedo, o quizá siento pero no quiero reconocer, o de repente no siento pero no lo acepto: ¿todavía amo a JM?
Hace una semana, horas antes de partir a donde ahora me encuentro, recibí su llamada telefónica. Eran varios días que no hablábamos y, además, no tenía buenos recuerdos de esa ocasión: me encontraba en Lima y compartimos un par de horas en que ella aprovechó para castigarme con esa falsa indiferencia que se esfuerza en mostrar cada vez que nos encontramos; pero, esta vez, perfeccionó un defecto made in Capital de la República que sufrí como una puñalada, su increíble soberbia. “Que venderé este auto para comprarme una Rav 4 del año, que mis amigas son unas pobretonas que no tienen aspiraciones y viven como cualquiera, que viene Marck Anthony, que te llevaré a un restaurante fashion,¿ y como te va con tu nueva enamorada?.. ah, y la próxima semana me aumentare el busto, me costará 4 mil dólares pero quedaré regia…”
Varias horas gasté intentando resignarme a esa nueva y diametral versión en que se había transformado de mi querida JM. Incluso, lo pensaba cuando recibí su timbrada, cerca del medio día. Empero, como un consuelo leve, esta vez su risueña voz saludándome y la cordialidad con que me relató el proceso de su feliz operación al busto y su abrupto incremento de autoestima, me alegraron mucho y estimularon para el duro viaje de casi 10 horas que supuso el trayecto de Trujillo hacia Jaén.
Sin embargo, ya no me ha vuelto a llamar y probablemente no lo haga hasta que pasen más de 15 días, cual es su costumbre. Ni el mensaje que le envíe hace tres días ha servido para que vuelva a comunicarse con esta alma transeúnte.
Seguro estará muy ocupada estrenando vestidos adecuados para su nuevo busto. O quizá ocupará sus horas de ocio en reuniones cargadas de placer y risas hipócritas sobre mesas con mucho vino, comida y un fondo musical estridente. Y yo seguiré taladrando mi mente respecto de si esa actitud obedece a una mujer todavía enamorada que intenta olvidar. Y daré vueltas preguntándome si solo me llama por la mera curiosidad de conocer los pasos de alguien a quién se amó en demasía.
Y continuaré hiriéndome mientras trato de adivinar que estará haciendo. Y jugaré a saber si compartirá una cena romántica con un infeliz individuo o regalará su cariño a un alto ejecutivo de una empresa transnacional, si dudará tantas veces en enviar mensajes de texto o marcar mi celular para saber como me encuentro, si vagará en hermosos recuerdos de nuestra convivencia o armará nuevas ilusiones con otro príncipe, si averiguará sutilmente con quien enamoro estos días o intentará conquistar a un tipo que le ha impresionado, si rebuscará en las páginas sociales de internet sobre mis nuevos pasos. Si todavía me quiere tanto... ¿como yo aún la amo?
domingo, 30 de marzo de 2008
¿Ya no cambias?
Hace unas noches me reuní con Anita, la disparatada arqueóloga de la UNT. Enterarnos de la desdicha laboral de un amigo común, además de desear compartir las nuestras propias, nos llevaron a una divertida reunión nocturna amenizada con una parrilla personal, media jarra de sangría y dos latas de cerveza. Y conversar con la chata me supuso reconocerme dentro de un mundo al cual me resistía a pertenecer pero debo decir, casi resignado, me siento inserto.
La loca Ana, tan sincera como extrovertida para decir lo que quiere sin temor a la censura, me enrostró lo que ya alguna muy querida ex pareja me advirtió: mi definido carácter voluble entre feliz y depresivo, mis intermitencias anímicas, mis constantes alegrías y permanentes ataques de crisis existencial que afectan tanto a quienes me quieren y me están llevando a una soledad amorosa que ya no soporto.
La enamorada de la "Vaca" (es el singular y nada masculino apelativo con que bautizó a su novio), además de confesarme sus añoradas travesuras en escenarios cubiertos de grueso humo, música dura y gente “ascendiendo”, me recostó sobre el improvisado diván – asiento de mi auto y describió el diagnóstico de mi dolencia espiritual: “eres un tipo muy cambiante, puedes estar muy feliz pero cada cierto tiempo te atacan tus depresiones y no puedes evitarlo, peor aún, a tu edad no vas a cambiar Oswaldo Rivasplata . Tienes que encontrar una mujer que sea consciente de eso, que sepa que necesitas tener un espacio en soledad para atender tus crisis emocionales y luego regresar”
Lo peor de todo, y tras haber tenido tantas oportunidades para demostrarme lo contrario, es que empiezo a creerle...
La loca Ana, tan sincera como extrovertida para decir lo que quiere sin temor a la censura, me enrostró lo que ya alguna muy querida ex pareja me advirtió: mi definido carácter voluble entre feliz y depresivo, mis intermitencias anímicas, mis constantes alegrías y permanentes ataques de crisis existencial que afectan tanto a quienes me quieren y me están llevando a una soledad amorosa que ya no soporto.
La enamorada de la "Vaca" (es el singular y nada masculino apelativo con que bautizó a su novio), además de confesarme sus añoradas travesuras en escenarios cubiertos de grueso humo, música dura y gente “ascendiendo”, me recostó sobre el improvisado diván – asiento de mi auto y describió el diagnóstico de mi dolencia espiritual: “eres un tipo muy cambiante, puedes estar muy feliz pero cada cierto tiempo te atacan tus depresiones y no puedes evitarlo, peor aún, a tu edad no vas a cambiar Oswaldo Rivasplata . Tienes que encontrar una mujer que sea consciente de eso, que sepa que necesitas tener un espacio en soledad para atender tus crisis emocionales y luego regresar”
Lo peor de todo, y tras haber tenido tantas oportunidades para demostrarme lo contrario, es que empiezo a creerle...
martes, 25 de marzo de 2008
Recuerdos...
“Estee, que planes para el fin de semana?, nada?, oye, estee, de repente podemos salir, están pasando una película muy buena en el Planet..” Hasta allí lo escuche clarito. Carlos, el flaco pelucón que habitualmente coincide con este incomprendido en mis eventuales asistencias nocturnas al gimnasio Forma, se desnudaba de sus temores y lanzaba sobre la bella Paquita sus ansiosos deseos de seducción y lujuria. Claro está, un perverso deseo maquillado bajo el velo limpio y blanco de un bonito y nervioso verso. Afane, aguaite, sondeo o mande en términos cholos, un fino cortejo en verso educado.
Tras el esforzado lance de mi amigo seguí con mucho sigilo la escena a través del enorme espejo frontal hacia mi: la flaca tragó saliva, lo miro al pobre cola de caballo como quien huele un bacalao de dudosa procedencia y…. atracó… o al menos esa fue mi impresión porque el flaco Carlos se despidió muy alegre y hasta le puso cuatro pesas más a su pobre sesión de carga con bíceps.
Así se conjugó una típica escena de flirteo al más puro estilo de novela setentera. Y así también, mientras descansaba de una serie de 40 esforzadas alzadas de triceps con mancuernas de 16 kilos, empecé a rebuscar hondas escenas en la trágica película de mi vida amorosa. Y no han habido ni muchos ni pocos de esos pasajes de cortejo, pero no por ello dejan de ser dignos de recordar algunos casos. Más aún si, considero, son los momentos más hermosos en cualquier proceso de vida en pareja. Después vienen la broncas, desentendimientos, rupturas y retornos...
Elvia. Atractiva e inteligente como ella sola... hacía buen tiempo que me había “marcado la placa” y no me daba cuenta. Cuando reparé en sus intenciones nunca supe como enamorarla hasta que una noche, entre baile y dos rones con cola, confesamos lo que sentíamos.
Yani. Aquí no hubo citas previas ni nada por el estilo. La rubia de figura de campeonato resultó más atrevida que monja en casa de citas y a la primera oportunidad que tuvo se me lanzó como futbolista a tiro de gol.
Karina. Como no recordarla. La conocí en una visita al colegio especial donde ella trabajaba. Cada partido dominical en el estadio Mansiche me enviaba mensajes de texto desde la tribuna occidente mientras cumplía mi trabajo como jefe de prensa de un club local. Por ese entonces tenía una linda relación y me resistía a seguirle el juego. Una noche, presa de mi depresión por haber cortado con JM, respondí a sus continuas propuestas. Era muy linda y frágil, pero tenía dos hermosos hijos que merecían algo mejor que un tipo con crisis existencial.
Jina, la linda docente resulta de los más lindos recuerdos que me deja mi paso por Sayapullo. Bella y noble pero disparatada como las yeguas de mejor sangre, darnos un primer beso supuso varias salidas, charlas y risas hasta que un cruce de miradas profundas en un taxi nocturno nos dio la complicidad que tanto buscábamos.
Angi. Sin desearlo nos encerramos en una pasión desenfrenada pero pura, transparente, en la que se cumplieron todos los procesos de manera estricta: conocernos, hacernos amigos, salir unas cuantas veces, confesarnos, querernos.
Lory, de data muy reciente. Se cansó tanto de esperar que tuviera la iniciativa que al menor descuido se guardó las diplomacias y me estampó un beso que hasta ahora recuerdo. Y bueno, era justificado, no disponíamos de mucho tiempo para pasarla juntos con mi recordada blanquita.
Zaira, amor de los más puros e inocentes, de adolescente. Nunca le robé un beso o siquiera un abrazo. Eramos escolares y saber que era amada en silencio por un querido amigo me obligó a borrar mis ilusiones a pesar que sentía su corazón palpitar cada vez que me miraba sonrientemente o cuando esperábamos el microbús de retorno a casa en el paradero habitual.
Dolly. Una noche de cielo estrellado en Huanchaco no pudimos resistirnos más. Fue muy rápido como sincero.
JM. Hasta el acto de conocernos fue digno del más hermoso de los cuentos. Caminábamos distraídos por los pasillos del edificio “D” en la Escuela de Comunicaciones de la universidad. Nos dimos tremendo golpe y una mirada que agradecieron nuestros corazones. la perseguí por medio año seguro que también me amaba. Me cansé de luchar y decidí apartarme. Ella, semanas después, me buscó y sorprendió con un tierno beso, una noche de fiesta estudiantil en la discoteca El Pueblo.
Tras el esforzado lance de mi amigo seguí con mucho sigilo la escena a través del enorme espejo frontal hacia mi: la flaca tragó saliva, lo miro al pobre cola de caballo como quien huele un bacalao de dudosa procedencia y…. atracó… o al menos esa fue mi impresión porque el flaco Carlos se despidió muy alegre y hasta le puso cuatro pesas más a su pobre sesión de carga con bíceps.
Así se conjugó una típica escena de flirteo al más puro estilo de novela setentera. Y así también, mientras descansaba de una serie de 40 esforzadas alzadas de triceps con mancuernas de 16 kilos, empecé a rebuscar hondas escenas en la trágica película de mi vida amorosa. Y no han habido ni muchos ni pocos de esos pasajes de cortejo, pero no por ello dejan de ser dignos de recordar algunos casos. Más aún si, considero, son los momentos más hermosos en cualquier proceso de vida en pareja. Después vienen la broncas, desentendimientos, rupturas y retornos...
Elvia. Atractiva e inteligente como ella sola... hacía buen tiempo que me había “marcado la placa” y no me daba cuenta. Cuando reparé en sus intenciones nunca supe como enamorarla hasta que una noche, entre baile y dos rones con cola, confesamos lo que sentíamos.
Yani. Aquí no hubo citas previas ni nada por el estilo. La rubia de figura de campeonato resultó más atrevida que monja en casa de citas y a la primera oportunidad que tuvo se me lanzó como futbolista a tiro de gol.
Karina. Como no recordarla. La conocí en una visita al colegio especial donde ella trabajaba. Cada partido dominical en el estadio Mansiche me enviaba mensajes de texto desde la tribuna occidente mientras cumplía mi trabajo como jefe de prensa de un club local. Por ese entonces tenía una linda relación y me resistía a seguirle el juego. Una noche, presa de mi depresión por haber cortado con JM, respondí a sus continuas propuestas. Era muy linda y frágil, pero tenía dos hermosos hijos que merecían algo mejor que un tipo con crisis existencial.
Jina, la linda docente resulta de los más lindos recuerdos que me deja mi paso por Sayapullo. Bella y noble pero disparatada como las yeguas de mejor sangre, darnos un primer beso supuso varias salidas, charlas y risas hasta que un cruce de miradas profundas en un taxi nocturno nos dio la complicidad que tanto buscábamos.
Angi. Sin desearlo nos encerramos en una pasión desenfrenada pero pura, transparente, en la que se cumplieron todos los procesos de manera estricta: conocernos, hacernos amigos, salir unas cuantas veces, confesarnos, querernos.
Lory, de data muy reciente. Se cansó tanto de esperar que tuviera la iniciativa que al menor descuido se guardó las diplomacias y me estampó un beso que hasta ahora recuerdo. Y bueno, era justificado, no disponíamos de mucho tiempo para pasarla juntos con mi recordada blanquita.
Zaira, amor de los más puros e inocentes, de adolescente. Nunca le robé un beso o siquiera un abrazo. Eramos escolares y saber que era amada en silencio por un querido amigo me obligó a borrar mis ilusiones a pesar que sentía su corazón palpitar cada vez que me miraba sonrientemente o cuando esperábamos el microbús de retorno a casa en el paradero habitual.
Dolly. Una noche de cielo estrellado en Huanchaco no pudimos resistirnos más. Fue muy rápido como sincero.
JM. Hasta el acto de conocernos fue digno del más hermoso de los cuentos. Caminábamos distraídos por los pasillos del edificio “D” en la Escuela de Comunicaciones de la universidad. Nos dimos tremendo golpe y una mirada que agradecieron nuestros corazones. la perseguí por medio año seguro que también me amaba. Me cansé de luchar y decidí apartarme. Ella, semanas después, me buscó y sorprendió con un tierno beso, una noche de fiesta estudiantil en la discoteca El Pueblo.
jueves, 6 de marzo de 2008
El heladero de Lucma
Es medio día en el silente Chuquillanqui. El sol cae abrazador, terrible, impío para un foráneo desacostumbrado. Mientras tanto, los nativos empiezan a llegar al local comunal del caserío para dar comienzo a la reunión de cada mes, consentida para acuerdos importantes en la marcha de esta villa de 500 pobladores. Algunos agrupados y conversando, otros junto a sus hijos, uno que otro en solitario y hasta las madres deben cargar a sus criaturas y soportar el esfuerzo, sabedoras de que la cita mensual es obligatoria y quien se ausente la pueda pasar mal dadas las normas establecidas en la "Sandalia de oro" (significado quechua de Chuquillanqui) y los ronderos que la norman.
Y el sol que no cede un milímetro y hace urgente mojarse el rostro o la cabeza en el hilo de agua que atraviesa el pueblo y viene del río Chicama. Y los animales que se tiran bajo los árboles buscando una sombra piadosa o las aves que buscan ojos de agua sobre el seco terreno.
De repente, a lo lejos se empieza a escuchar el débil silbido de una corneta. Cual flautista de Hamelín adormeciendo y aliviando esta plaga no de roedores pero igual de abrumadora, insoportable, que se te pegotea la piel y moja hasta los calzoncillos. Y la gente sonríe cada vez en tanto el rítimico sonido aumenta, poco a poco. Es la evidencia del paso cansado de don Venancio Reyes. El viejo con su gorrita naranja y cajita de aluminio al hombro.
Entonces, la reunión dispersa, se desordena, para abrir paso al marchante longevo convertido en inesperado protagonista, en singular aclamado dentro de un grupo ajeno al elogio. Y es que el viejo Venancio trae consigo lo que resulta una suerte de panacea al infernal calor de cada medio día en esa zona de Gran Chimú: los chupetes de hielo. “Déme dos altoque”, “quiero cuatro don Venancio, toda mi familia está metida en el local comunal”, “ tres chupetes maestro”, se mezclan las voces entre decenas de campesinos que rodean al risueño anciano.
Yo, cauto, “ simplemente quiero uno”, le solicito, una vez que la muchedumbre le ha dado una pausa. “Y de fresa eh”, reitero, lo necesario para ganarme su confianza y prolongar la charla.
“Tengo 71 años y vivo en Trujillo pero conozco estas tierras mejor que mi casa; todas las semanas vengo y me quedo cuatro o cinco días vendiendo mis chupetes. Y no me quejo, la venta es buena por eso viajo desde Florencia de Mora porque allá hay mucha competencia”, me asegura. Y el marcianero de surcado rostro y manos agrietadas no anda lejos de la verdad: en estas tierras lo conocen hace más de 20 años cuando, cajita al hombro y corneta soplando, empezó a recorrer los 16 caseríos ubicados en el distrito de Lucma, en lo alto de la provincia de Gran Chimú. Su periplo se inicia cada lunes a las 5 a.m. cuando sube al bus de Transp. Kurrungo - en el distrito La Esperanza- que lo llevará, vía Cascas, hasta el caserío Nueve de Octubre. Desde allí inicia largas caminatas por Chuquilllanqui, Alcantarilla, Punguchique, Baños Chimú, San Felipe, Simbrón, Jolluco y varias villas más hasta llegar al día jueves, hora del retorno a su casa y la obligada recarga de productos.
“A veces se me ´aguantan´ unos (chupetes) y me quedo hasta el viernes. La cosa es que nunca regreso hasta venderlo todo. Felizmente, cada miércoles el Kurrrungo me trae un lote de 400 unidades que me sirven para nuevamente llenar el cuadrado”, explica el natural de Huamachuco y padre de cinco hijos. Todos “profesionales exitosos; el mayor es abogado y trabaja en la Corte Suprema, la menor también es abogada y tiene su propia oficina y casa y carro; pero a mí no me gusta ser un mantenido, me gusta vender mis chupetes y tener mi 'platita' pá vivir tranquilo con mi ´vieja´, mi querida esposa Juana”, exclama, como asegurándose que lo vamos a escuchar mientras se limpia la vieja y raída camisa celeste y ajusta las descuartizadas zapatillas de lona, prueba inequívoca de una pobreza que - y este es el enorme mérito del ejemplar heladero lucmino- nunca le ganará la batalla por una vivencia digna. Por supuesto que no, don Venancio. Y véndame otro 'marciano' que ni calato aguanto este calor...
lunes, 25 de febrero de 2008
De flacas ricas y homosexuales
“Pasa una flaca bien rica, con una minifalda que aloca, todos la jodemos y tu te agachas, no dices nada, pa´ mi que eres gay”. Son casi las 7 p.m. en la cuadra tres de la av. Pablo Casal y las embriagadas palabras de David lejos de sonarme a ofensa me resultaban, dentro del profundo pensar estúpido al que uno puede caer en momentos de depresión, una alternativa. Vacía, hueca, imbécil sí, pero alternativa al difícil trance de querer enamorarse.
Ya han pasado muchos años desde la última vez que me ocurrió. Y varias mujeres intentando regresar ese sentimiento. Y casi ninguna que se acercara a lo que mi corazón reclama. Y ninguna que concrete lo que anhelo. Y besos y abrazos, y horas de pasión y promesas infinitas, y regalos y emociones, y viajes en pareja y abrazos con fondos naturales hermosos, y risas y llantos, y cargas de culpa y corazones dañados e ilusiones que nacen inmensas como una montaña y se quiebran, luego, débiles como una cáscara de huevo. Y en tanto, sigo igual, pétreo, inerte al verdadero amor.
Así que mientras sonreía y observaba al insensato David tras su inesperado comentario, me preguntaba: ¿Qué importaría ser del bando opuesto a cambio de encontrar la felicidad plena?, ¿si como ladrón, drogadicto, estafador o down, lesbiana o gay concretas ese hermoso ideal vale lamentarse?, ¿no es acaso ello el fin supremo de la existencia?, ¿Quién dijo que felicidad es sinónimo de hechos nobles?, Sócrates, Platón, Alejandro Magno, Da Vinci, Oscar Wilde, George Michael, Fredy Mercuri o hasta Jaime Bayly y otros celebres homosexuales no sirven como ejemplos?
Si eres feliz como tal eso es lo único que vale. Y lo demás, voces de bajo tono en una sociedad hipócrita y primaria, se va a la mierda si estás bien contigo mismo.
Y me encantan las mujeres y las seguiré admirando, sean flacas ricas o gorditas sexys, altas de caminar elegante o bajas de mirada sensual, con minifaldas que alocan o pantalones que marcan una linda figura. Pero, eh, ¿quizá debí nacer gay para poder encontrar mi media naranja?
Ya han pasado muchos años desde la última vez que me ocurrió. Y varias mujeres intentando regresar ese sentimiento. Y casi ninguna que se acercara a lo que mi corazón reclama. Y ninguna que concrete lo que anhelo. Y besos y abrazos, y horas de pasión y promesas infinitas, y regalos y emociones, y viajes en pareja y abrazos con fondos naturales hermosos, y risas y llantos, y cargas de culpa y corazones dañados e ilusiones que nacen inmensas como una montaña y se quiebran, luego, débiles como una cáscara de huevo. Y en tanto, sigo igual, pétreo, inerte al verdadero amor.
Así que mientras sonreía y observaba al insensato David tras su inesperado comentario, me preguntaba: ¿Qué importaría ser del bando opuesto a cambio de encontrar la felicidad plena?, ¿si como ladrón, drogadicto, estafador o down, lesbiana o gay concretas ese hermoso ideal vale lamentarse?, ¿no es acaso ello el fin supremo de la existencia?, ¿Quién dijo que felicidad es sinónimo de hechos nobles?, Sócrates, Platón, Alejandro Magno, Da Vinci, Oscar Wilde, George Michael, Fredy Mercuri o hasta Jaime Bayly y otros celebres homosexuales no sirven como ejemplos?
Si eres feliz como tal eso es lo único que vale. Y lo demás, voces de bajo tono en una sociedad hipócrita y primaria, se va a la mierda si estás bien contigo mismo.
Y me encantan las mujeres y las seguiré admirando, sean flacas ricas o gorditas sexys, altas de caminar elegante o bajas de mirada sensual, con minifaldas que alocan o pantalones que marcan una linda figura. Pero, eh, ¿quizá debí nacer gay para poder encontrar mi media naranja?
martes, 19 de febrero de 2008
Búsqueda infinita...
Hacia mucho tiempo que no recurría a mi singular amigo. A este cuadriculado tipo de cobertura negra y gorrita permanente donde se lee “Intel” y que me resulta, será por que es mudo y nunca hace gestos, tan condescendiente. Han pasado muchos días desconectados.
Y no lo hice, reconozco, abrumado por ese bendito defecto que cuantas veces me gana las batallas: frustración. Esa combinación de resignación y rabia devenida, esta vez, y cuando no, por las nuevas frustraciones que en mi ruta de búsqueda del amor he encontrado…
Partí con la mejor de las expectativas, ilusionado, dispuesto a saltar el muro de mis indecisiones y miedos. Y otra vez, una más… Ni su belleza, su sensualidad, su ternura o esa dulce disposición de asentir ante un pobre tipo integralmente desordenado como yo, pudieron despojarme de esa maldición de no amar que – así empiezo a creerlo- ni el mayor exorcista podrá derrotar.
Carajo!, será que estoy condenado a no enamorame? debo preguntarme... ...y el mutismo de mi alma me suena a tácita afirmación…
Hoy, salgo desde hace unos días con una chica. Más belleza, más ternura, más capacidad intelectual que tanto me atrae en una mujer… y quiero sentir que esta vez será diferente y trato de poner todo lo necesario. Pero nuevamente las sombras del fracaso asoman en mi horizonte. Ya lo siento. Y no quiero hacerle daño ni dañarme tampoco, no, no otra vez.
Más aún, leo el portal de un tipo al que siento tan símil conmigo en sus devaneos de personalidad y búsqueda de su mitad, media naranja o espejo de su alma y me entero que sí, la hizo, lo logró y él si está feliz: se enamoró y es correspondido. Su blog ha sido el cúpido y M la doncella que lo flechó.
El, como el malpensado, ha buscado hace buen tiempo… ojalá su felicidad también sea mía algún día…
martes, 1 de enero de 2008
Tamborcito mágico
“Hey, ‘siñor, siñor’, quiero tocar, ‘dejime’ tocar pué”. Ricardo Rojas y esa combinación de ímpetu e inocencia se abrían fácilmente el paso ante cientos de adultos aglomerados en torno a una ceremonia protocolar, aburridos del habla libretesca y diplomática de un político de obeso físico y negra piel. Yo, anfitrión de poca experiencia y presto siempre a romper los protocolos, no podía negarme.
Pum, pum, pum, empezaba Ricardo. Cargaba un tamborcito de piel de oveja que su padre, un esforzado agricultor del caserío Penintay le había confeccionado con mucho esfuerzo hacia cinco años, cansado de intentar juntar las 50 monedas de sol que costaban el bendito instrumento en la tienda del señor Melles, la mas surtida de Lucma.
Pum, pum, pum, continuaba el rítmico sonar de Ricardito, que, cual flautista de Hamelín, convertían en serviles ratones de su ritmo a la muchedumbre, ahora silente y concentrada al desparpajo de un mocoso de seis añitos, camisa sucia y raida, pantalón cantinflas y yanques pelados.
”Soy agricultor a mucha honra lo soy…” decía el primer párrafo de la letra de su canción. Una suerte de himno en un poblado donde el 85 por ciento de habitantes trabajan la tierra desde llegada la adolescencia. Como Jonás y Julia, los orgullosos padres que no dejaban de señalar los movimientos de Ricardito mientras reían emocionado por las notables condiciones artísticas del cuarto de sus hijos.
Pum, pum, pum… dale con el tamborcito que ya suena muy fuerte con el apoyo del micrófono inalámbrico que de poco servía en manos del político gordo y negro pasado a segundo plano. Clap, Clan, clan, rompen los aplausos intentos, muy sonoros y desordenados pero sinceros de la muchedumbre. Todos se han olvidado el motivo de la reunión, ahora sólo comentan el atrevimiento del tamborillero, que ni enterado del asunto y terminado su actuación, suelta el juguete en manos de su padre y larga con destino a la placita del pueblo a jugar con su “manchita”. Pum, pum, pum, suena mi corazón.. emocionado…
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